miércoles, 3 de julio de 2019

El conde de Villalobos, el primer gimnasta español


En el picadero de aquella antigua escuela de equitación, convertida en pista circense, aquel joven rodeado de un público expectante se mueve con la gracia de la perfección. Ha subido a una mesa donde se encuentra una silla de cuatro patas que descansa frágil y vulnerable sobre tres botellas de vidrio. Con una minuciosidad científica, ha subido a la silla y luego ha conseguido sostenerse de pie sobre el delgado filo superior del respaldo. Su ejercicio es un reto a la gravedad que asume con cierta arrogancia, metiendo las manos en los bolsillos y doblando ligeramente una de las rodillas como desdeñando su proeza. Parece un gesto surgido de un temperamento especial. Y así es. El funambulista es nada menos que un noble, don Francisco Aguilera Becerril (Madrid, 1817-1867), conde de Villalobos, que ha roto las convencionales normas de su clase social para abrir un nuevo camino de la gimnasia en España. Cuando termina su actuación recibe los aplausos de una de las primeras exhibiciones del Instituto de Gimnástica, Equitación y Esgrima de Madrid, el primer gimnasio de la capital que el mismo Aguilera impulsó en 1841 con otros socios. Pero en realidad esas exhibiciones sólo son un señuelo para una empresa mucho más ambiciosa. 

Un libro que hace justicia

Recuperar el protagonismo de personajes injustamente olvidados, rescatando sus logros y elevándolos al exacto nivel de sus méritos es una de las satisfacciones que pueden disfrutar los profesores del INEF de Madrid, Ángel Mayoral González y Manuel Hernández Vázquez gracias a su trabajo sobre Francisco Aguilera condensado en el libro ‘El conde Villalobos. Los orígenes de la gimnasia en España’ (2018), descubriéndole como figura clave de la historia de la educación física en España. 

Aguilera, un joven dotado de habilidades físicas y de un gran espíritu de superación, escandalizó a la nobleza cuando quería dedicarse al toreo, aunque finalmente practicaría el funambulismo como único medio en su época para introducirse en el campo de la gimnasia. 

Con un profundo sentido patriótico, la vida de Francisco Aguilera se convirtió en un constante empeño por concienciar a la sociedad de los beneficios de la gimnasia. Tuvo estrechos contactos con Francisco Amorós, el creador de la escuela gimnástica francesa, aunque siempre manteniendo la independencia de sus propios criterios. Estudiaría diversas disciplinas como autodidacta e inventaría su propio método basado en la observación, experimentación y un profundo estudio de la anatomía. 

Pionero de la educación física en España

Fue el primero que propuso la creación de una escuela para formar profesores de educación física (1844) y fue asesor, promotor y creador de varios gimnasios públicos y privados. Siendo concejal del Ayuntamiento de Madrid (1850-1865) promovió los gimnasios municipales e incluso diseñó treinta y tres aparatos gimnásticos. 

En 1863 recibió el encargo de la planificación y la gestión de los gimnasios reales en Aranjuez, La Granja y Madrid para la instrucción de los hijos de Isabel II y Francisco de Asís, el Príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII, y la Infanta Isabel, para lo que redactó un programa de instrucción gimnástica con una descripción de ejercicios y orientaciones metodológicas. 

Inventor de aparatos gimnásticos

Algunos aparatos gimnásticos de su invención fueron presentados en el pabellón español de la IV Exposición Universal de París de 1867. Acaso entregado con demasiada intensidad a las gestiones de aquella exposición, la salud de Aguilera no pudo resistir el derroche de tanta energía y tesón por difundir los beneficios de la gimnasia y moriría en su casa de Madrid el 1 de julio de ese año de “congestión cerebral”, sin haber podido recoger la medalla de bronce que la organización de la Expo le concedería. 

Mayoral y Hernández Vázquez señalan en su obra sobre Aguilera que “de esa entrega inefable en pro del establecimiento y desarrollo de la gimnasia en la sociedad española no se encuentra réplica, ni antes ni después, en la historiografía de la actividad física voluntaria”, acaso porque su generosa dedicación, igual que sus ejercicios de equilibrio sobre el respaldo de las sillas, también fueron un reto a la ley de la gravedad social de una época que nos ayudó a superar por medio de la educación física.

martes, 23 de abril de 2019

El primer rival de Di Stéfano

Dicen que ha sido el mejor jugador que ha pisado los campos españoles, aunque ninguna aseveración parece poder sostenerse en el tiempo, y menos con jugadores posteriores de tanta calidad como Cruyff, Maradona, Ronaldo o Messi. Pero el reconocimiento de Alfredo Di Stefano como introductor del fútbol moderno, alejado del arcaico posicionamiento que se practicaba antes de su venida, le convirtió en un mito deportivo que aún pervive. Y tras los problemas derivados de la pugna por sus derechos federativos entre el Barcelona y el Real Madrid, Di Stefano pudo debutar en la Liga española un 27 de septiembre de 1953 en Chamartín, contra el Racing (entonces denominado Real Santander), partido en el que anotó el primero de sus goles al guardameta racinguista, el canario Juan Ortega.

Un Racing sin Gento

El Racing había sucumbido a las tentaciones de deshacerse de uno de los mejores jugadores que ha tenido, Paco Gento, que la directiva presidida por Basilio de la Riva traspasó al Real Madrid por 1.450.000 pesetas y dos jugadores, el sevillano Espina, que aparte del club madrileño había jugado en el Betis, y el delantero centro José Antonio Ucelay, natural de Amorebieta (Vizcaya).

La tercera jornada

Dirigido por el vizcaíno Juan Ochoa, el Racing comenzó la Liga ganando a domicilio al R. C. Celta (1-2), luego al Valencia C. F (3-1) y cayendo en la tercera jornada contra el Real Madrid en Chamartín. En este partido fue cuando hizo su presentación en el fútbol español Alfredo Di Stéfano. En realidad se había presentado de forma oficiosa a la afición madridista unos días antes, con la organización de un partido contra el Nancy francés, pero el Racing era un rival de campeonato. El equipo madrileño contaba con tres hombres que habían actuado en el conjunto de El Sardinero, Miguel Muñoz, Joseíto y Gento, quien se encontraba por primera vez con sus antiguos compañeros. El entrenador racinguista planteó el partido a la defensiva ante el potencial atacante de su adversario, con un marcaje especial a Di Stéfano del que se encargaría Felipe.

En Chamartín

El Racing aguantó muy bien los primeros 25 minutos, hasta que Molowny abrió el marcador aprovechando un pase profundo de Muñoz. Hubo reacción del Racing que estuvo a punto de empatar, pero muy pronto llegaría el segundo tanto local. Fue un centro de Gento, rematado de cabeza por Joseíto que dejó la pelota a Olsen, disparando a la media vuelta y batiendo a Ortega. A partir de ese momento el Racing se transformó. Comenzó a dominar y a crear ocasiones, aunque sufrió la pérdida de uno de sus hombres, Poli Revuelta, que cayó lesionado y tuvo que jugar como figura decorativa, apartado de las posiciones donde perder la pelota era peligroso. 

El primer gol de la 'saeta rubia'

El equipo montañés tuvo mala suerte cuando en una carambola de rechazos y más rechazos, la pelota se fue a la cabeza de Di Stéfano que sólo tuvo que empujar la pelota para establecer el tres a cero e inaugurar la larga lista goleadora de su historial deportivo en España. La buena imagen que el Racing estaba adquiriendo con su juego se confirmaría dos minutos después con otro gran jugador, pero racinguista, Rafael Alsúa, que se estaba convirtiendo en el director de su equipo. Sus centros permitieron que en menos de tres minutos, primero León, y luego Vázquez, inquietaran al público madrileño subiendo al marcador un preocupante tres a dos a favor de los blancos. Los cántabros tuvieron cerca el empate. Hubo ocasiones desaprovechadas, tiros al poste y mucha presión sobre la portería del madridista, pero finalmente una escapada de Di Stéfano con centro adelantado a su compatriota Olsen, acabó con las esperanzas racinguistas al encajar el cuatro a dos con el que terminaría el encuentro.

Fue el inicio del vendaval de Alfredo Di Stéfano que aquel día el Racing no pudo parar. Pero a pesar de Di Stéfano y de la ausencia de Paco Gento que se pasó al otro bando, la temporada 1953-54 sería una de las mejores del club montañés al alcanzar una octava posición, la mejor clasificación después de la guerra civil, sin contar la sexta plaza conseguida en 2007-08 que supuso la clasificación para jugar la UEFA.

lunes, 25 de febrero de 2019

La jaula de los Campos de Sport


Las jaulas inspiran profundas reflexiones. La drástica frontera que establecen entre la protección y la esclavitud, también provoca dudas sobre en qué lado se encuentra el peligro y la libertad. Como si se tratara de un buceador entre rejas protegiéndose de los tiburones, los futbolistas nadaron durante varios años en terrenos de juego rodeados de vallas metálicas.

El Racing y sus Campos de Sport, acaso fueron los primeros que suscitaron la vergonzosa medida de considerar fiera indomable a su respetable público. Ocurrió el 12 de abril de 1931, el domingo en el que se celebraron las históricas elecciones que provocarían la instauración de la II República. El Racing disputaba en Santander el partido de ida de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey contra el Arenas Club. La pasión del público, con sólo cuatro guardias municipales para velar por el orden público, comenzó a desbordarse cuando el árbitro no pitó un penalti a favor del Racing.

Hervidero de emociones

Con protestas más o menos airadas, el partido continuó con la superioridad arenera que marcaría dos goles en la primera parte. En la segunda, un defensa del Arenas Club, dentro del área, mandó a córner el balón con la mano. El árbitro no pitó penalti, las gradas se convirtieron en un hervidero de exclamaciones, y algunos espectadores saltaron al campo. Tras cinco minutos de suspensión, el partido continuó con relativa calma. Cuando faltaban veinte minutos para el final, en un avance de Yermo que cortó Pico, el arenero se revolvió y dio dos patadas al jugador racinguista que el árbitro no castigó. Yermo y Pico se enzarzaron en una pelea y el público saltó al terreno de juego para agredir a los jugadores visitantes y al árbitro. El encuentro se suspendió y la Federación impuso el castigo de cerrar El Sardinero hasta el final de temporada y abrirlo posteriormente con la obligación de vallar todo el campo y así proteger a los jugadores y a los colegiados.

'El campo jaula'

El vallado de los Campos de Sport, avivado por la prensa vizcaína que denominaba a El Sardinero como “el campo jaula”, fue paralizado por el buen hacer de José María de Cossío, directivo del club desde 1930, que asistió a la Asamblea Nacional como delegado del Racing. De esta manera, se evitó el deshonor de considerar a los aficionados santanderinos como una especie de jauría de fieras de la que había que protegerse. 

'El loco del Bernabéu'

Cuarenta y seis años después, en la temporada 1977-78, cuando la democracia estaba despertando nuevamente en la sociedad española con la puesta en marcha de la transición política, se aplicaría aquella medida del vallado metálico en los campos de fútbol. El comportamiento del público se estaba desmadrando. El 31 de marzo de 1976, el Real Madrid se enfrentó al F. C. Bayern Múnich y un exaltado, que fue bautizado como “el loco del Bernabéu”, saltó al campo y agredió al delantero alemán, Gerd Müller y al árbitro, el austriaco Linemayer. Luego se produjeron otros incidentes en La Romareda, Mestalla y Puertollano. En febrero de 1977, el colegiado Melero Guaza, fue agredido por el público durante el partido entre el F. C. Barcelona y el C. D. Málaga.

Agresión a Reina

A la semana siguiente, en San Mamés, el guardameta del Atlético de Madrid, Miguel Reina, fue agredido por un espectador cuando se disponía a sacar de puerta, y al terminar el partido, varios seguidores bilbaínos intentaron golpear al colegiado Emilio Guruceta. Estos sucesos agotaron la paciencia de la Delegación Nacional de Deportes y de la Real Federación Española de Fútbol, que ordenaron “la instalación de vallas o fosos o cualquier elemento de separación entre sus campos de juego y el lugar destinado al público”. El 4 de septiembre de 1977, el público de los Campos de Sport recibió a los jugadores del Racing y del Elche C. F. protegidos por las vallas metálicas que en su día había impedido instalar José María de Cossío. Y así permanecieron hasta su desaparición en 1988, prolongándose en el nuevo campo municipal.

La tragedia de Heysel

La terrible tragedia ocurrida en la final de la Copa de Europa de 1985, en el estadio Heysel, obligó en 1991 a la retirada de todo tipo de vallado de seguridad. Aquel suceso fue una fuente de inspiración de profundas reflexiones. La drástica frontera que aquellas jaulas establecieron entre la protección y la esclavitud, provocó dudas sobre en qué lado se encuentra el peligro y la libertad, y también delató la inutilidad de las barreras para separar territorios que nunca deberían estar separados.

jueves, 17 de enero de 2019

El racinguista de aquella selección vasca


Larrínaga con el equipo vasco, es el segundo agachado por la derecha.
La patria de las almas no tiene fronteras, aunque a veces vistan los colores de un equipo. Aquel jugador del Racing no quiso quedarse sin jugar tras estallar la guerra del 36. Como ocurrió en todo el norte de España, Enrique Larrínaga Esnal participó en varios de los partidos benéficos que se organizaban, en este caso, en Vizcaya. Pero José Antonio Aguirre, primer lendakari, y su ministro consejero, Manuel de la Sota, querían algo más. Con otros hombres vinculados al fútbol, darían forma a la idea del periodista Melchor Alegría de crear una selección de jugadores vascos para disputar partidos por Europa. El objetivo era recaudar fondos para la Asistencia Social del Gobierno vasco y dar a conocer la imagen de Euskadi en el exterior. Larrínaga, jugador internacional del Racing, sería uno de los futbolistas claves que se embarcaría en aquella aventura.

De Sestao a Basauri

Enrique nació en 1910 en Sestao, pero poco después su familia se trasladaría a Basauri. Con el ejemplo y la orientación de dos de sus hermanos mayores, que también fueron futbolistas, el pequeño Enrique adquirió una habilidad y visión del juego excepcionales. En 1924 ya formaba parte del Basconia, donde su hermano Luis era el presidente. Cuatro años después, a pesar de tener ofertas de clubes como el Arenas, el Athletic o el Barcelona, Enrique se decidió por el Racing, debutando con los cántabros el 16 de septiembre de 1928 en los Campos de Sport ante la Gimnástica de Torrelavega. El Racing alineó entonces a Aldama; Santiuste, Fernández; Hernández, Baragaño, R. Gacituaga; Santi, Loredo, Óscar, Larrínaga y Amós

Sin grandes facultades físicas pero con enorme inteligencia para dosificar sus energías, Enrique Larrínaga fue el gran organizador del juego del Racing en su etapa dorada gracias a su frialdad y el temple de sus eficaces centros. Fue clave en la clasificación para que el Racing fuera uno de los diez equipos de la fundación de la Primera División y luego del subcampeonato liguero conseguido en 1931. Su calidad sería reconocida en 1933 al ser llamado a la selección nacional, debutando en Vigo el 2 de abril contra Portugal. Larrínaga marcó el primero de los tres goles que dieron la victoria a los españoles. Anotaría 90 goles en los 185 encuentros oficiales que jugó con el Racing hasta 1936. 

En avión a Biarritz

Ya en plena guerra, cercados por las tropas de Franco, la histórica selección de Euskadi, con Larrínaga en sus filas, tuvo que viajar a bordo de un avión Negus para llegar a Biarritz y de allí en tren hacia la capital francesa, donde debutó contra el Racing Club de París en el Parque de los Príncipes el 26 de abril de 1937. El conjunto vasco, que formó con Blasco, Pablito, Ahedo, Cilaurren, Muguerza, Roberto Echevarría, Luis Regueiro, Iraragorri, Lángara, Larrínaga y Gorostiza, ganó 3-0, con los tres goles anotados por Lángara. Tras jugar en Praga, Marsella, Sete, Silesia, Polonia, Moscú, Leningrado, Kiev, Georgia, Minsk, Noruega, Finlandia y Dinamarca, el combinado vasco fue expulsado de Francia y se embarcó a América para disputar varios partidos en México, Cuba, Argentina y Chile, aunque la FIFA había prohibido a los equipos enfrentarse con ellos.

Asentados en México

La selección se refugió en México para competir en el Campeonato del Distrito Federal con el nombre de Euskadi. Larrínaga también jugó el último partido de aquella selección en Asunción (Paraguay), ante el Atlético Corrales, con el que empataría a cuatro goles el 18 de junio de 1939. A partir de entonces todos los jugadores tomaron rumbos diferentes y Larrínaga firmó con el Real Asturias, con el que ganó la Liga y la Copa de México ese mismo año. También conquistaría con este equipo la Copa de México de 1940 y 1941. Ya avanzado 1941, se incorporó al último club de su carrera deportiva, el Real España, con el que conquistaría la Liga en 1945. 

En 1979, Larrínaga regresó a su país. Fue invitado cuando la selección de Euskadi volvió a reunirse, en esta ocasión en San Mamés, para enfrentarse contra la República de Irlanda. Dos jugadores de la selección de 1937 harían el saque de honor de aquel partido: Iraragorri y Enrique Larrínaga

Siempre vasco y racinguista, aquel interior izquierda técnico e inteligente que hacía mejores a sus compañeros, murió en México, su otra patria, en 1993, aunque la verdadera patria de Enrique Larrínaga, la que amó no por su tamaño, sino porque era suya, fue el balón de fútbol.

miércoles, 2 de enero de 2019

La pionera del balón

No era una niña como las demás. Tenía una esencia vital que la invitaba a correr y a saltar. Por eso sus ojos se fueron detrás de los primeros balones que vio rodar por el barrio coruñés de Orillamar, entre chiquillos que se entretenían con ese nuevo sport y que tanto interés estaba levantando entre los cada vez más curiosos espectadores. Hubo reparos cuando se atrevió a pedir que la dejaran jugar. Pero fueron tan breves como el tiempo en que tardó en recibir la pelota, postrarse a sus pies y someterse a la increíble pericia y personalidad de la que dicen fue la primera futbolista española: Irene González Basanta

La primera

Muchos la señalan como la primera en todo lo futbolístico. La primera y, durante bastante tiempo, la única. Porque con el reto de su aspiración tuvo que batirse desamparada y sola en un fútbol de hombres. Fue la primera mujer futbolista en España, la primera guardameta, la primera capitana, la primera en jugar en un equipo de hombres, la primera en disputar una competición de fútbol masculina y la primera que dio su nombre a un club. 

Nacida en La Coruña el 26 de marzo de 1909, Irene comenzaría a ser popular en la ciudad jugando en el campo de La Estrada, Monelos y Riazor. Lo hacía en sus inicios como delantero centro. En realidad jugaba en todas las posiciones sin desentonar, pero a medida que los equipos lo formaban jugadores de más edad y peso, fue retrasando su demarcación hasta que encontró su puesto ideal, el de guardameta. Era ágil, intrépida, valiente y decidida. Sabía anticiparse y no dudaba en ir al choque en las salidas para enfrentarse a los uno contra uno. Como buena guardameta, también era mandona en el área, incluso un poco mal hablada y supersticiosa, ya que solía colocar algún amuleto junto al poste para alejar los goles de su puerta. Jugó en diferentes equipos infantiles, como el Racing-Athletic coruñés, y el público comenzó a sentir admiración por aquella joven que no se arrugaba ante nada. Participó en campeonatos y luego en encuentros amistosos con equipos de Vilaboa, Laracha, San Pedro de Nós, Carballo, Betanzos, Ferrol y Lugo, donde siempre exigían que jugara ella, la estrella del equipo, Irene. 

Su propio equipo

El éxito de su presencia por los campos gallegos, y cierta desorganización que había en los equipos donde jugaba, le animaría a fundar su propio club que llevaría el nombre de Irene F. C., y del que, naturalmente, era la capitana. Con su equipo realizaría giras aprovechando las diversas fiestas de las localidades de la provincia con partidos cuyas recaudaciones se distribuían entre la plantilla. 

En el otoño de 1927 la enfermedad la apartó de los terrenos de juego. La fama y el cariño que había atesorado se convirtieron en solidaridad. Un aficionado publicó en la prensa una carta titulada “Hay que socorrer a Irene”, y como consecuencia de aquella llamada, en varios campos de La Coruña, Ferrol y Betanzos se hicieron colectas durante los partidos para costear el tratamiento y los medicamentos que Irene precisaba. Pero todo fue inútil.

Fallecida a los 19 años

Murió el 9 de abril de 1928 de una tuberculosis pulmonar. Tenía 19 años. A su entierro asistieron jugadores y aficionados al fútbol que siempre supieron que Irene González Basanta no fue una niña como las demás, porque tenía una esencia vital que la invitaba a correr y a saltar. Lástima que sus ojos se fueron apagando, quizás soñando en perseguir los primeros balones que vio por el barrio coruñés de Orillamar para ser la primera y única mujer en atraparlos de forma ágil, intrépida, valiente y decidida.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El 'pitcher' cántabro del 'no hit no run'

Sopesando su textura, ha llevado la pelota a su pecho mientras con la otra mano la esconde con el guante. Mira fijamente a su rival, como retándole a un duelo. Luego se sitúa de perfil y eleva la rodilla izquierda mientras su brazo derecho, catapulta de músculos, comienza a prolongarse para ejecutar un latigazo que despide la pelota como un proyectil. Pero su trayectoria no es recta. La yema de los dedos, en su último contacto, ha acariciado la bola para llenarla de dudas en su destino. Por eso tiembla, desciende abatida hacia fuera de la zona de ‘strike’ y luego se repone curvada para entrar desconcertante, entre los hombros y las rodillas del bateador, hasta el guante del ‘catcher’. 


-¡Strike tres! –grita con el brazo estirado el árbitro principal. 


Como impulsados por un resorte, los jugadores han saltado al centro del diamante del estadio Latinoamericano de La Habana, donde ‘Papo’ Liaño, lanzador de Los Industriales, observa emocionado cómo los primeros en felicitarle son los del equipo rival, los de Pinar del Río, que han caído derrotados 8 x 0. Muy pronto se encuentra rodeado por una nube de jugadores que pronuncian con admiración la jugada maestra que acaban de presenciar: ‘no hit no run’ (cero hit y cero carrera), con Liaño superando todos los ‘innings’ sin permitir ‘hits’ (llegadas a primera base por bateo y sin errores defensivos) ni carreras a ninguno de los 28 bateadores que han sufrido sus lanzamientos. Aquel ‘no hit no run’ se produjo el martes, 4 de febrero de 1969. ‘Papo’ fue el quinto jugador de Cuba que lo consiguió en la categoría amateur, y hubiera sido ‘juego perfecto’ (desenlace idílico de todo lanzador de pelota) si a su primera base, Santiago Scott, no se le hubiera escapado la bola permitiendo a un pinareño posarse en primera por el error. 

Ambiente propicio en torno al Ferroviario

Andrés Liaño Castelo, nacido en La Habana el 4 de agosto de 1940, era hijo único del cántabro Saturnino Liaño de la Sota, natural de Oruña de Piélagos que emigró a Cuba, donde montó un taller de confección y una fábrica de cortinas venecianas, casándose con la cubana Carmen Castelo Serpa. Vivían al lado de la sede del Club Ferroviario, histórico equipo cubano de pelota, en el municipio 10 de octubre, donde había unas instalaciones deportivas que el joven Andrés comenzó a frecuentar y en donde también destacaba como tenista. Su padre era delegado del club de Los Industriales y no fue difícil que ‘Papo’ se aficionara al deporte nacional de Cuba, iniciándose con 13 años en la Liga Intercolegial cuando estudiaba en el colegio de Los Maristas. 


En 1957 se incorporó al Club Ferroviario y luego al CMQ TV, sobresaliendo como lanzador o ‘pitcher’. En 1960, con la Universidad de La Habana, ya era considerado como uno de los mejores lanzadores del campeonato. En 1961 se proclama campeón con la Universidad y en la temporada 1965-66 debutó con Los Industriales, el equipo más importante de Cuba, con el que sería campeón esa campaña, alternando después uniformes con Los Occidentales (1966-67) y la Habana (1967-68 y 1969-70), con los que conseguiría nuevamente el título en 1968. 


Tentado por los Piratas de Pittsburgh

Aunque estuvo tentado por los Piratas de Pittsburgh para jugar en las Grandes Ligas de los Estados Unidos, ‘Papo’ prefirió quedarse en Cuba por el apego familiar, ya que como hijo único no quiso dejar solos a sus padres. En 1968 debutó con la selección nacional de Cuba en amistosos disputados en Italia que sirvieron de preparación para el Preolímpico de México, donde competiría contra los equipos de EEUU, México y Puerto Rico, proclamándose mejor lanzador del torneo que ganarían los estadounidenses. 


El pulgar reventado

Actuando como bateador, ‘Papo’ recibió un pelotazo que le reventó el pulgar de su mano derecha, lesión que disminuiría su eficacia como lanzador y que a la postre le invitaría a retirarse, pasando a ser en los años ochenta jefe de la delegación cubana de softball que competiría en Italia, Holanda y Nicaragua. Su carisma como gran jugador de béisbol le abriría las puertas para ser jefe de Deporte Escolar del Instituto Nacional de Deporte, Cultura Física y Recreación, jefe de Promoción Deportiva y jefe de Protocolo del Gobierno de La Habana. A pesar de su jubilación, se le ha requerido para ser asesor del director provincial de Deporte de La Habana, función que desarrolla en la actualidad. 


La fama de ‘Papo’ aún es reconocida en la actualidad por las calles de La Habana, donde ejerce de cántabro al presidir la histórica Sociedad Montañesa de Beneficencia. Ésa es su permanente vinculación con Cantabria, junto a los recuerdos de su padre y las visitas que realiza periódicamente para ver en Torrelavega a Andrés y a Luis Miguel, hermanos orgullosos de ser hijos del ‘pitcher’ cántabro del ‘no hit, no run’.

lunes, 15 de octubre de 2018

El primer partido de la selección nacional femenina

El balón está en posesión de la mujer, y no piensa soltarlo. El fútbol femenino ha tardado en ser reconocido y sin duda aún está lejos de poder equipararse en todos los órdenes al masculino, pero el avance de los últimos años parece imparable.

Sin contar con las esporádicas alusiones de chicas que se atrevían a dar patadas al balón en las primeras décadas del siglo XX, el fútbol femenino en España intentó despertar de su letargo en los años setenta, cuando la UEFA encargó a sus asociados, con cierta timidez, que se fomentara. A finales de 1970 surgieron en España los primeros clubes y en los primeros meses de 1971 se disputó el primer campeonato de carácter nacional, la Copa Fuengirola-Costa del Sol que ganó el Fuengirola, y más tarde, con más participación y duración, la Copa Pernod que se desarrolló en Cataluña y en donde se impondría el Español de Barcelona. También se constituyó el Consejo Nacional del Fútbol Femenino compuesto por trece clubes que pidieron apoyo a la Federación Española, pero ésta se lavó las manos y dejó la iniciativa a personas que se limitaron a desprestigiar el fútbol femenino con la organización de sendos partidos en Madrid y Sevilla entre famosas: las ‘Finolis’ y las ‘Folklóricas’, que se dedicaron a hacer el payaso. 

En este contexto surgiría la primera selección nacional femenina que disputó su primer partido el 21 de febrero de 1971 en el campo de la Condomina de Murcia, contra Portugal. No fue fácil la celebración de este encuentro que comenzó con retraso debido a que el árbitro, Sánchez Ramos, fue desautorizado por el presidente del Colegio Murciano. Finalmente arbitró en chándal, sin el uniforme reglamentario. También a las jugadoras se les prohibió lucir el escudo nacional en sus camisetas. Finalmente el partido se disputó terminando con el resultado de empate a tres goles. Fue una lástima porque las españolas lograron una ventaja de tres a uno, pero las portuguesas, con más físico y experiencia, consiguieron igualar el marcador. Las titulares del conjunto español fueron Kubalita; Virginia II, García, Herrero; Feijoo, Angelines; Vázquez, Virginia I, Cruz, Conchi y Laura. Marcaron los goles españoles Laura, Conchi y Cruz

Poco después, la selección femenina volvió a jugar, esta vez en Italia, un país donde el fútbol femenino estaba mucho más avanzado. Las derrotas fueron abultadas, pero al menos aquellos partidos sirvieron para que el fútbol profesional de aquel país fichara al talento español más importante, a Conchi, más conocida como Conchi ‘Amancio’, que jugó en el Gamma 3, uno de los punteros equipos italianos. 

La desilusión de aquel despertar futbolístico tuvo otro importante contratiempo cuando se dio la espalda a la propuesta de la Federación Internacional Europea de Fútbol Femenino para que España fuera sede del III Mundial. Se había organizado en Italia el primero de ellos en 1970, con victoria de la selección de Dinamarca que ganó en la final a la italiana por dos a cero. Las danesas repitieron victoria al año siguiente en México, país organizador del segundo Mundial. En la final se impusieron a la selección mexicana por tres a cero. La negativa de la Federación Española y el silencio posterior a las cartas enviadas, diluyeron el proyecto, apagando el entusiasmo deportivo de quienes habían impulsado el fútbol femenino. Pero las mujeres del siglo XXI tienen el balón y no piensan soltarlo. Ellas y su fútbol son imparables ahora.

jueves, 16 de agosto de 2018

El penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca

Cuando José Antonio Saro entró en la portería conduciendo tranquilamente el balón, al árbitro se le cayó el pito de tanto asombro. ¿Qué había sido aquello? Por un momento pensó que era un golpe de estado al reglamento futbolístico, un insulto a los estudios de Pedro Escartín y de Ramón Melcón que hubieran calificado aquella jugada de sacrilegio. El portero había quedado espantado en el suelo, humillado de tanto engaño. Nunca había visto nada parecido en un campo de fútbol. ¿Quién había sido el osado al que se le había ocurrido tirar un penalti de esa manera? 

A Samuel Lamarca Bartolomé (Ametlla de Mar, Tarragona, 1921-2002) le encantaban los retos y era un apasionado de la innovación. Fue un entrenador adelantado a su tiempo. Dio numerosas conferencias de carácter deportivo, y en los años cuarenta ya era un defensor de la psicología aplicada al deporte. Comenzó a tener contacto con el fútbol siendo un niño, en el colegio del Ateneo de Gavá (Barcelona), y poco tiempo después se incorporó a un equipo de barrio, el Español de Vila de Cans, localidad situada a unos quince kilómetros de Barcelona que recorría a pie para asistir a los entrenamientos. En 1936, su familia pasó las vacaciones en Santander y allí le sorprendió la guerra civil, circunstancia que aprovechó para establecerse en la capital cántabra, desempeñando las tareas de ayudante de corredor de comercio. Fue en esta etapa cuando comenzó a entrenar, siendo uno de los mejores alumnos de la Escuela de Preparadores. Primero entrenó al Atlético Montañés, luego al Castañón de Madrid, durante el destino de su servicio militar, y a su regreso a Cantabria dirigió al Kostka, un equipo de chavales de 16 y 17 años con quien ganó dos Campeonatos del Torneo de Barrios (1947 y 1948).

El Kostka

Era un equipazo aquel Kostka. Además, jugaba diferente a todos. Porque hasta entonces los equipos practicaban la tradicional disposición de un portero, dos defensas, tres medios y cinco delanteros. Pero el carácter estudioso e innovador de Lamarca le llevó a aplicar la WM, también conocida como “el sistema”, colocando cuatro jugadores en el centro del campo. Fue la primera vez que se vio en Cantabria (y dicen que en España) aquel invento de Herbert Chapman. 

Más problemático resultó el empeño de que sus jugadores escandalizaran al personal del antiguo régimen futbolístico con el penalti en dos tiempos. Hoy en día podíamos decir que Lamarca era un ‘friki’ del estudio del reglamento. Se lo sabía mejor que los propios colegiados. Ése fue el primer impedimento que tuvo para poner en práctica sus ideas. Desde 1941, en que Pedro Escartín comenzó a publicar su ‘Reglamento de fútbol comentado’, Samuel Lamarca le había dado vueltas a la regla XIV que sobre el penalti decía, entre otras cosas, que “El jugador que ejecuta el castigo deberá lanzar el balón hacia adelante y no podrá volverlo a jugar hasta después que haya sido tocado o jugado por otro jugador”. Eso significaba que un penalti se podía lanzar con un centro adelantado para que otro jugador rematara, o condujera el balón hacia la portería contraria. Pero nunca se había hecho. ¿Por qué no practicarlo con aquellos chavales del Kostka?

El escándalo  

Zalo, el cerebro del equipo, era el encargado de lanzar los penaltis. La primera vez que lo hizo en dos tiempos se produjo un escándalo. El centro adelantado se fue para la izquierda, de donde salió como una bala el extremo más rápido y habilidoso del torneo: Manuel Fernández Mora. La jugada impidió reaccionar al portero que se quedó parado, como si no se creyera lo que estaba viendo. Moruca sólo tuvo que empujar el balón para anotar el gol. Pero el árbitro lo anuló. Lamarca se hartó de protestar invocando las mismas reglas del juego, pero no pudo con la ignorancia del árbitro. Claro que no conocían bien a Samuel Lamarca. Escribió a las más altas instancias arbitrales y a los periodistas más célebres de la época, entre ellos a José María Mateos, que había sido seleccionador nacional. Y consiguió que el Colegio de Árbitros de Cantabria tuviera que pedir disculpas, reconsiderando los goles que por aquella causa había anulado. Porque el penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca era legal. 

De nuevo con el Rayo Cantabria

Después de su paso por el Kostka, Lamarca entrenó al Rayo Cantabria y a la S. D. Nueva Montaña Altos Hornos, antes de poner rumbo a Venezuela, donde dirigió en los años cincuenta al Nuevos del Este y al Español de Caracas, siendo distinguido como mejor entrenador de la Liga Profesional. Tras su etapa en Venezuela regresó a Cantabria para dedicarse a la gerencia de varias empresas, ocupando el cargo de gerente del Racing entre 1978 y 1984. 

El penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca no se olvidaría fácilmente. Uno de sus pupilos, Manuel Fernández Mora, se lo enseñó a sus jugadores cuando entrenaba al Rayo Cantabria. Y aquella tarde, después de que el árbitro pitara la pena máxima, José Antonio Saro corrió hacia el banquillo: 

-Míster, que lo tire Larrinoa que yo lo remato. 

- ¡Ni se te ocurra, de eso nada! –protestaba Moruca

-Que sí, míster, que sin problemas, no se preocupe que lo metemos -insistía Saro regresando al área con determinación. 

-¡Haced lo que queráis! –refunfuñaba Fernández Mora, resignado mientras daba la vuelta como si no quisiera saber nada del asunto. 

Cuando José Antonio Saro entró en la portería conduciendo tranquilamente el balón, al árbitro se le cayó el pito de tanto asombro. El portero había quedado espantado en el suelo, humillado de tanto engaño. Nunca había visto nada parecido en un campo de fútbol. Mientras los jugadores del Rayo Cantabria regresaban a su campo celebrando el gol con cierta discreción, el público vizcaíno levantaba un murmullo de preguntas que nadie sabía responder. Cuando su equipo, batido con creces por aquel irrepetible Rayo, se disponía a sacar de centro, se rindió a las preguntas respondiendo con una ovación que puso carne de gallina a las pieles de los jugadores cántabros y a la del mismo Fernández Mora, hinchado de orgullo por sus muchachos. Fue un reconocimiento al penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca.

martes, 3 de julio de 2018

Marcos Alonso, en el nombre del padre y del hijo

Los dones del código genético parecen mágicos. Durante miles de años fueron el sustento del poder, y aún hoy se mantienen o constituyen símbolos de majestad que se aderezan con voluntades de mayorías. Los mismos dioses han bendecido esa transmisión que los padres otorgan a sus hijos. Es el vínculo sagrado que une el pasado con el futuro y lo hace indivisible y perpetuo.
En esa singular relación de padres e hijos, pocos casos en el mundo, y único en España, se encuentra el de la familia Alonso de Santander, personificada en la cúspide de la calidad futbolística de tres Marcos Alonso que fueron bautizados con la internacionalidad absoluta. Y en el medio, gozando de la pasiva satisfacción de haber tenido un padre con cinco Copas de Europa y también disfrutando del sano y activo orgullo de haber tenido un hijo que se ha ganado el título de defensa más completo de la ‘Premier League’, se encuentra Marcos Alonso Peña (Santander, 1959), jugador del Racing, del Atlético de Madrid y del Barcelona que fue internacional en las diversas categorías de la selección española, disputando 22 partidos en el combinado absoluto. 

Hijo del gran Marquitos

Ser hijo del gran Marquitos y estar rodeado de tíos paternos vinculados con el fútbol es algo que marcaría el camino de Marcos. Nació en Santander por insistencia de su padre, que aunque vivía en Madrid quiso que su esposa diera a luz en esta ciudad. Sus primeras patadas las dio en el colegio madrileño de San Agustín, justo al lado del estadio del Bernabéu, incorporándose a los infantiles del Real Madrid y a los juveniles del Castilla, filial madridista. Pero Marquitos prefirió llevar a su hijo a Santander al ver que en el club blanco su progreso tenía peligro de estancarse. Y acertó plenamente, porque en el Racing, tras formar parte de un gran equipo juvenil en compañía de jugadores como Quique Setién, Juan Carlos García o Agapito Moncaleán, llegaría a debutar en Primera División de la mano de Nando Yosu cuando aún no había cumplido 18 años.

Debut en Wembley

Extremo rápido, de pase preciso, ingenioso y elegante en su juego, durante su etapa racinguista comenzaría a ser internacional en diversas categorías, formando un trío atacante con Giménez y Quique que se hizo famoso por la veteranía del primero (Giménez) y la extrema juventud de los dos santanderinos. En 1979 fichó por el Atlético de Madrid, debutando en la selección española absoluta el 25 de marzo de 1981, en Wembley, cuando se ganó a Inglaterra por dos a uno con un equipo formado por Arconada; Camacho, Tendillo, Maceda, Gordillo; Joaquín, Víctor, Zamora; Juanito, Satrústegui y Marcos. En la temporada 1982-83 se incorporó al F. C. Barcelona, siendo compañero de futbolistas como Schuster, Quini o Diego Armando Maradona. Con el conjunto catalán ganó la Copa del Rey en 1983, tras ganar por dos a uno al Real Madrid, anotando el gol de la victoria con un inverosímil y espectacular remate de cabeza en el último minuto. También fue campeón de Liga (1984-85), de la Supercopa de España (1983) y de la Copa de la Liga (1983 y 1986). En 1987 regresó al Atlético de Madrid, pero las lesiones le impidieron recuperar su mejor fútbol. Pasaría posteriormente al C. D. Logroñés, en Primera División, donde coincidiría con Quique Setién, y luego de nuevo al Racing (1990-91), colaborando al ascenso a Segunda División del conjunto cántabro y poniendo fin a su carrera como futbolista.

Entrenador

Marcos no se despegaría del fútbol, iniciando su carrera como entrenador. Tras ser segundo de Jorge D’Alessandro en el Atlético de Madrid, dirigió al Rayo Vallecano, Racing, Sevilla, Atlético de Madrid, Real Zaragoza, Valladolid, Málaga y Granada 74. 

Gracias a ese vínculo sagrado del código genético que nos hace indivisible y perpetuo, abuelo y padre continúan jugando al fútbol en las carreras de Marcos Alonso Mendoza, aunque por el momento, sólo uno de ellos puede seguir disfrutando del orgullo y el placer contemplativo que proporciona el pasado y el futuro en el nombre del padre y del hijo de Marcos Alonso Peña. Y que siga con más generaciones. Amén.

lunes, 11 de junio de 2018

Pioneras del fútbol femenino

Se colaron en los vestuarios de los futbolistas como piratas en un abordaje. Se pusieron las camisetas que llevaban sus ídolos, los jugadores del Pontejos, y salieron al campo con un balón dispuestas a reivindicarse. Era el verano de 1932, un tiempo de nuevos aires políticos en el que las mujeres se preparaban para conquistar su derecho a votar. Pero antes, aquellas jóvenes vecinas de la localidadn cántabra de Pontejos prefirieron demostrar que también tenían derecho a jugar al fútbol.

Partido de fútbol inédito

El Sanatorio Marítimo, levantado en la isla de Pedrosa en 1914 para atender a pacientes con enfermedades respiratorias y tuberculosis óseas, tuvo que ver mucho con aquel partido de fútbol inédito, aunque las verdaderas protagonistas fueron las entusiastas seguidoras del C. D. Pontejos, de la categoría C del Campeonato Regional y cuyo ardor por los colores del equipo incluso llegó a provocar que las fuerzas de orden público intervinieran en algunos campos, como en San Salvador. El alborozo y apasionamiento de aquellas jóvenes vecinas de Pontejos también les empujaría a emprender una aventura mucho más atrevida e inaudita: jugar un partido. Las rivales, otras jóvenes tan osadas como ellas, eran trabajadoras que servían en el sanatorio de Pedrosa y procedían de varios puntos de España. 


Con carácter reivindicativo

Fue un desafío que tuvo lugar en el campo donde jugaba el C. D. Pontejos, y por los testimonios de Ascensión Díez Añorga, una de aquellas jugadoras que fue entrevistada en 1963 por Mann Sierra, deducimos que se disputó con cierto secretismo, cuando los jugadores y responsables del club (“los hombres”) estaban trabajando. Algo que puede demostrar el carácter reivindicativo de aquel encuentro fue el hecho de que las jóvenes se encargaron de llevar una máquina fotográfica para testimoniar su hazaña, y que más tarde remitirían la foto al semanario deportivo ‘As’ que la publicaría el 9 de agosto de 1932, en la página 23, dentro de la galería de imágenes que titulaba ”Centenares de equipos juegan cada domingo”. La primera de las seis fotografías que se insertan en la página, situada en la privilegiada ubicación superior izquierda, era la de las chicas de Pontejos que aparecía con este pie: “Equipo femenino del Club Deportivo Pontejos (Santander), soberbio conjunto de muchachas futbolistas”. 

Hasta que llegaron los hombres

Hay que decir que no se sabe el resultado del partido, aunque el testimonio de Ascensión señala que “no se llegó a terminar, pues nada más llegar los hombres, se dio por suspendido el encuentro”. El equipo se disolvió pronto porque no había chicas a las que enfrentarse, pero al menos se dejó constancia del hecho. Ellas, las futbolistas que aparecen en la foto, se llamaban Soledad Bedia, Antonia Bedia, Isabel Simal, Concha Sauquillo (de Elechas), Ascensión Díez, Regina Cavada, Celedonia Ladislao, Antonia Ruiz, Nieves Gómez, Mercedes Ladislao y Lina. 

En el bar restaurante La Tijeruca, en Pontejos, aún luce la fotografía del diario AS con la que ilustramos este artículo, fotografía de las pioneras del fútbol femenino de Cantabria y sin duda, de las primeras de España.
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