sábado, 29 de agosto de 2020

El periodista que hizo una alineación de la selección

Carlos Bribián
Es algo que soñamos todos los aficionados al fútbol, hacer la alineación de nuestro equipo, atributo exclusivo del entrenador. Pero hubo un periodista cuya autoridad y conocimiento convencieron a un seleccionador nacional para elegir a los once jugadores que saldrían al campo.

La selección española había logrado ser campeona de la Copa de Europa de Naciones (1964) y se había clasificado, con ciertos apuros, para la fase final del Mundial de Inglaterra. Pero el debut mundialista fue un fracaso. Argentina puso en evidencia al equipo español al que ganó (2-1) y dos días después, aunque en un mal partido, el equipo de Villalonga se impuso a Suiza (2-1). Sin embargo, para clasificarse para los cuartos de final había que ganar necesariamente a la selección alemana, un equipo demasiado potente que además sólo necesitaba un empate para pasar a la segunda fase del torneo.


En el Pen Hall Hotel de Sutton Coalfield, a pocos kilómetros de Birmingham (Inglaterra), el entrenador Benito Díaz cogió de la mano a Carlos Bribián y le llevó al comedor. Sentados alrededor de una mesa le esperaba el seleccionador nacional, José Villalonga, acompañado de otros periodistas, entre ellos los famosos Antonio Valencia y ‘Cronos’. Bribián era corresponsal en Alemania y conocía al dedillo al conjunto germano de Seeler y Overath, de Schnellinger y Held, y en donde llamaba la atención un joven medio de ataque que se apellidaba Beckenbauer. Todos coincidían en que si alguien conocía los secretos de los alemanes era Bribián. Por eso Benito Díaz se dirigió a Villalonga y le dijo sin preámbulos: “Pepe, que te diga Bribián quién a su juicio tendría que jugar”.

Alineación revolucionaria


Villalonga anhelaba consejo e información para contrarrestar el juego de sus rivales y por eso escuchó atentamente a Carlos Bribián, un periodista experimentado y muy respetado que, además de ser corresponsal deportivo de ‘Marca’ y jefe de redacción en la radio pública alemana, había sido futbolista profesional y entrenador. Bribián comenzó a explicar las características y puntos débiles de cada uno de los seleccionados y propuso a Villalonga una alineación revolucionaria, con cinco cambios con respecto a las alineaciones anteriores que dejaba en el banquillo a hombres como Suárez, Del Sol, Ufarte, Peiró y Gento. Y Villalonga aceptó la propuesta del periodista.

Alineación que jugó el partido contra Alemania
Equipo que se enfrentó a la selección alemana



El partido contra los alemanes se jugó en el Villa Park de Birmingham el 20 de julio de 1966. Saltaron al terreno de juego Iríbar, Sanchís, Gallego, Reija, Glaría, Zoco, Amancio, Adelardo, Marcelino, Fusté y Lapetra. La idea era sorprender a los rivales desde el primer minuto, y el objetivo se logró cuando a los 25 de comenzado el encuentro, Lapetra pasó en profundidad a Fusté y éste, tras prepararse el balón con el pecho, empalmó un disparo a media altura que batió al guardameta Tilkowski. España había cambiado su imagen. Tuteaba a los alemanes y estaba haciendo un excelente partido, hasta que llegó el minuto 39 y se produjo el gol más inverosímil. Emmerich, casi desde el córner, lanzó el balón hacia el área y mientras se elevaba se enroscó en un extraño efecto colándose por la escuadra que defendía Iríbar. Aquel gol desmoralizó a los españoles que en la segunda parte se vinieron abajo empujados por el potencial físico de sus rivales, pero ofreciendo una imagen de dignidad a pesar del segundo gol encajado, obra de Uwe Seeler.

El mejor partido de España


La selección nacional perdió 2-1 y quedó eliminada del Mundial tras aquel partido, curiosamente el mejor de los que disputó en la competición.

Hoy, desde su casa en Ontoria (Cabezón de la Sal), Carlos Bribián reposa sus recuerdos y mantiene el orgullo de periodista ejemplar. A gala lleva el hecho de que ninguna de las informaciones que escribió en su larga trayectoria haya sido desmentida, además de haber presentido con su olfato profesional acontecimientos históricos como los atentados en la villa olímpica de Munich o el conflicto bélico de la antigua Yugoslavia. Futbolista, entrenador, periodista y escritor (fue finalista del Premio Planeta en 1959), Carlos Bribián, con sus 94 años, sigue leyendo la prensa con espíritu crítico y bolígrafo en ristre, mientras se recrea contando historias deportivas de antaño gracias a su buena memoria, como la de haber hecho una alineación de la selección española. Un honor que muy pocos pueden lucir.

lunes, 10 de agosto de 2020

El Racing y el escritor José María de Pereda



Vincular en un titular al gran escritor costumbrista, José María de Pereda, fallecido en 1906 con un equipo de fútbol que se fundó en 1913, es algo difícil de explicar, pero tiene su fundamento. Aunque el primer partido documentado que se juega en Cantabria date de 1902, es mucho más que probable que Pereda no supiera nada de fútbol, en todo caso alguna referencia lejana de un ‘sport’ inglés que estaba llenando la cabeza ociosa de la juventud de la época, sobre todo en el extranjero. Pero para buscar algún atisbo de esa singular relación, hay que comenzar hablando de una faceta de Pereda que, debido al éxito y a la fama de su actividad literaria, es poco conocida, como fue la de hombre de negocios, porque sería por medio de una de sus empresas por la que se vincularía años después de su muerte con el equipo santanderino.

El empresario

Con la ayuda de la doctora de la UC, Raquel Gutiérrez Sebastián, una de las más importantes especialistas en el estudio de José María de Pereda, hemos sabido que el autor de ‘Peñas Arriba’ y ‘Sotileza’ también fue un diligente emprendedor de los negocios de su familia. Uno de los muchos hermanos de Pereda, el indiano Juan Agapito, sería el hombre clave para reflotar a la familia, gracias al capital aportado como consecuencia de la fortuna que hizo trabajando en los ferrocarriles de La Habana. De esta manera, Agapito se convirtió en el impulsor económico de los Pereda. Cuando José María regresó a Cantabria desde Madrid, sin haber concluido sus estudios militares en el arma de Artillería, y comenzó a escribir y a hacer trabajos en la prensa política, Juan Agapito le encarrilaría en la actividad comercial que sabría compaginar con la literatura.

 

'La Rosario'

Una de las empresas más importantes de la familia de Pereda fue ‘La Rosario’, de la que José María fue miembro del consejo de administración. Esta empresa, fundada en 1864, tenía sus almacenes en el paseo de Canalejas de Santander y comenzó elaborando las antiguas velas de sebo y de estearina, popularmente conocidas como velas de esperma. También fabricaba barras de jabón de lavar y de cocina. La aparición de la electricidad bajó las ventas de las velas y eso obligó a orientar y ampliar la producción de jabones hacia la higiene personal, extendiendo sus productos al agua de colonia, elixires, dentífricos, polvos de arroz y extractos. En sus viajes a París o a Barcelona, Pereda siempre se preocupó de ver cómo se trabajaba allí en el sector de la perfumería, interesándose por la estrategia de marketing y publicidad y también por las últimas novedades del momento, como las cremas japonesas que eran muy demandadas por las mujeres burguesas de la época.

 

La caricatura como envoltorio

Ya tras la muerte del novelista y la aparición del Racing en la escena deportiva, las firmas comerciales se dieron cuenta de la popularidad del fútbol. ‘La Rosario’ tenía entonces varios productos comercializados, como el agua de colonia rusa, agua de Kananga para el tocador, pomada de Kananga para las pecas, polvos de arroz extrafinos, vaselina perfumada, un ungüento bronceador llamado ‘Caobo’ y sus famosos jabones, entre ellos los denominados ‘Brisas del Sardinero’ y ‘Aromas de la tierruca’. Para promocionar este último entre los deportistas, los empresarios y descendientes de Pereda decidieron envolver sus jabones con un papel especial donde se incluía la caricatura del once racinguista de 1916 firmada por Leopoldo Huidobro y que es la primera caricatura conocida del equipo. El Racing, que había surgido tres años antes, ya se había convertido en el club más importante de Cantabria. Era el único federado que había en Cantabria, tenía como terreno propio y exclusivo los Campos de Sport, aunque en régimen de alquiler, y había absorbido a los jugadores del Real Santander convirtiéndose en un potente equipo. La promoción de ese jabón le proporcionaría la primera relación en el terreno comercial. Así que en el aroma perfumado de aquel jabón quedaron impregnados los futbolistas Álvarez, De la Torre, Goyena, Zubieta, Sierra, Lavín, Mateo, Zubizarreta, Salinas, Pepe Agüero, Oria y, sobre todo, una vinculación que, aunque indirecta y lejana, relacionó al Racing con el gran José María de Pereda.

martes, 4 de agosto de 2020

Luis Gutiérrez Dosal, el cántabro que engrandeció al fútbol mexicano



Cuando murió, la ciudad se paralizó. Nunca se vio un cortejo fúnebre tan frecuentado ni sentido. Presidente del C. D. Toluca, Luis Gutiérrez Dosal había sido un próspero comerciante, agricultor, industrial y banquero que se convirtió en el hombre clave del progreso de sus conciudadanos, porque no sólo creó riqueza, sino que supo repartirla con generosidad. Así que los jugadores de su equipo no se iban a conformar con rezar una oración antes del partido o atarse un brazalete negro en señal de luto. La muerte de don Luis había sido algo más profundo y doloroso para todos. Y allí, durante uno de los entrenamientos en el histórico estadio de la Bombonera, en ese campo que se compró y remodeló gracias a su vocación de mecenas deportivo, los jugadores reunieron su consternación para conjurarse en dos compromisos: no jugar el primer partido de campeonato como muestra de duelo y regalar a su presidente algo que jamás se había conseguido, quedar entre los tres primeros de la clasificación.

La historia de los cántabros con el Club Deportivo Toluca de México merece un punto y aparte. El astillerense Nando García, el jugador internacional racinguista que recayó en México para la gloria del fútbol de aquel país, fue uno de los grandes entrenadores del conjunto toluqueño. Otra de las aparentes casualidades que une a este club con Cantabria es la creación del equipo santanderino que llevó su nombre, sus camisetas y su escudo durante treinta años y, durante una temporada, por varias ciudades españolas luciendo a sus famosos exinternacionales: Marquitos, Pachín, Mateos, Atienza y Pantaleón.

Natural de Casamaría (Herrerías)

Luis Gutiérrez Dosal, un montañés nacido en los años finales del siglo XIX en Casamaría, pequeña localidad del municipio de Herrerías, emigraría a América, estableciéndose en Toluca, la capital del estado de México, en 1920. La situación económica del país, después de la revolución, no era la más adecuada para la prosperidad, pero se fue abriendo camino. Su primer trabajo fue de despachador en la Compañía Nacional Alcoholera. En 1928 emprendió sus primeros negocios con un destacado impulso emprendedor y una gran visión. En 1934, al descubrir que los productores lácteos tenían grandes pérdidas por no saber aprovechar el mercado, puso en marcha la primera pasteurizadora de leche de México. En los años cincuenta, cuando la agricultura comenzó a pasar de manos de terratenientes a campesinos, Gutiérrez Dosal potenció el sector consolidando centros de almacenamiento de maíz y garantizando a los campesinos la compra de las cosechas. De esta manera evitó la pérdida de toneladas de alimento y ayudó a establecer un precio de garantía. Esta medida supuso la creación de un ambiente de seguridad y confianza entre los productores al tener asegurado la compra del grano. Además, solicitó a la Secretaría de Hacienda la concesión para crear un fideicomiso bancario para apoyar a los campesinos y ganaderos de la región.

Presidente del C. D. Toluca

No faltaría su decidido apoyo al equipo de Toluca, que tras alcanzar la Segunda División en 1951, logró ascender a la máxima categoría por primera vez en 1953, un hito deportivo muy celebrado que sin embargo ofrecía un panorama incierto, ya que los modestos dirigentes del club no tenían recursos para mantenerse en la categoría. Fue cuando Gutiérrez Dosal se incorporó al club, siendo elegido presidente. Reestructuró la plantilla, remodeló el pequeño estadio dando origen a la famosa Bombonera, logró el primer título al obtener la Copa de México en 1956 y se mantuvo en el cargo hasta su muerte, el día de San Juan de 1959.

Los jugadores del C. D. Toluca cumplieron con la promesa de no jugar el primer partido de campeonato, pero no pudieron ser terceros, ya que se les dio por perdido aquel encuentro y quedaron a un punto del tercer lugar, detrás del Guadalajara, el América y el Atlas. Pero los herederos del equipo no desilusionarían a Gutiérrez Dosal. Desde que éste puso las bases para la creación de un gran club, siempre se mantuvo en Primera y en 1967 conquistó su primer título de Liga.

Nando García acabó su contrato como entrenador del Toluca con la muerte de Gutiérrez Dosal y en ese mismo año, en 1959, las camisetas del club llegaron a Santander para vestir a un nuevo equipo. También llegarían a Cantabria alguno de sus nueve hijos que tuvo con su segunda mujer, Juana Querejeta, y en la iglesia de tradición gótica de Casamaría, dedicada a la Virgen de Loreto, aún se mantiene en alto, junto a un farol que la alumbra, una placa de mármol que recuerda que el templo fue reconstruido en 1948 por Luis Gutiérrez Dosal, el montañés que engrandeció al fútbol de México y que no sólo creó riqueza, sino que supo repartirla con generosidad.

miércoles, 8 de julio de 2020

El primer triunfo de Vicente Trueba, ensombrecido por la muerte en carrera de su rival

Vicente Trueba escalando un puerto de montaña


Dicen que comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos y que la vida, como un testigo en una carrera de relevos, es la prenda que los que terminan el trayecto entregan a quienes lo inician. Así se continúa construyendo el sueño conjunto de la inmortalidad, recorriendo distancias, cuesta arriba y cuesta abajo, hacia la meta de la esperanza.

El Gran Premio Gorordo

También la vida y la muerte se dieron cita, cuesta arriba y cuesta abajo, en aquella carrera ciclista de 1925 que se celebró el 16 de agosto, festividad de San Roque, subiendo y bajando el puerto de la Braguía (Cantabria). Era la II Copa Directivos que ponía en liza el Gran Premio Gorordo. El recorrido Santander-Ontaneda-Vega de Pas-Sarón-Santander atravesaba como punto más determinante el puerto de La Braguía, separador de los valles del Pas y del Pisueña. Hacía un calor sofocante y entre los corredores, escoltados por sus respectivos hermanos, eran favoritos José Sierra, ya consagrado con varias victorias, y Vicente Trueba, joven y principiante que había demostrado unas cualidades excepcionales sobre la bicicleta.

La lucha y la caída

La cabeza del pelotón y la iniciativa de la lucha la llevaban Pepe Sierra y Vicente Trueba. Remontó Pepe el alto del Cerro del Establo y se lanzó por la Braguía en busca de Vicentuco, que le había desbordado subiendo la cúspide. Trueba, menudo y dotado de un poder extraordinario para trepar por las montañas, fue pegado a la rueda de Pepe que cedió en el último tramo, escapándose Vicente. Y Pepe quiso alcanzarle y en el mismo alto, materialmente agotado, sin un momento de reposo, se tiró cuesta abajo y pasados unos metros cayó al suelo.

Nunca se supo lo que le pudo ocurrir. Hubo quienes dijeron que un vehículo le estorbó produciéndole la caída. Otros le echaron la culpa al tubular que al salirse le hizo perder el control y, finalmente, la versión más extendida fue que el calor y el esfuerzo para responder al ritmo de Vicente Trueba fueron la causa de su desfallecimiento. Le llevaron a Selaya con urgencia, pero todo fue inútil. Los médicos diagnosticaron que murió por “congestión cerebral” a las ocho de la tarde, arropado por la compañía de sus padres.

Vicente Trueba no supo de la caída de su perseguidor hasta que entró en la meta, cuando se proclamó ganador de su primera carrera, una victoria que con la sombra de aquella desgracia, deslució el hecho de que el de Sierrapando había derrotado a todos los corredores profesionales, cuando él aún no lo era.

El dinero del campeón para el sepelio

Aquel domingo, festividad de San Roque, el puerto de la Braguía fue testigo de la trágica carga de dualidad que conserva la existencia, porque la victoria de Trueba supuso el nacimiento de una brillante trayectoria deportiva que se encendió sobre la seca madera del infortunio. Al llegar a la meta de Santander, en la Alameda de Oviedo, el sonido de la gloria envolvió al ganador, mientras que el canto fúnebre de un responso lo hacía en torno a la figura de Sierra en el cementerio de Selaya. En las memorias de Vicente Trueba que me ha hecho llegar mi amigo Armando González, el propio corredor nos confiesa el noble detalle de que con parte del dinero de aquella su primera victoria, ayudaría a sufragar los gastos del entierro de su rival.

Dicen que comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos y que la vida, como un testigo en una carrera de relevos, es la prenda que los que terminan el trayecto entregan a quienes lo inician. José Sierra y Vicente Trueba se intercambiaron su esfuerzo y su espíritu deportivo para seguir construyendo el sueño conjunto de la inmortalidad, recorriendo distancias, cuesta arriba y cuesta abajo, hacia la meta de la esperanza, pasando por la Braguía.

miércoles, 3 de junio de 2020

La aventura española de Patrick O'Connell

Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell vistió uniforme en la I Guerra Mundial, sufrió la locura de la independencia de Irlanda y sepultó su etapa de jugador de fútbol embarcando hacia el sur. Durante la navegación sentía cómo en las islas se quedaba el glorioso partido de los nueve hombres y medio, el escándalo del amaño contra el Liverpool, la denuncia de sus compañeros del Manchester United… y cuando desde el barco, la línea del horizonte comenzó a perfilar la costa del norte de España, sabía que allí nacería un hombre nuevo. Tenía entonces 34 años.

Llegada a Santander

O’Connell llegó a Santander el 10 de noviembre de 1922, cuando el Racing también se preparaba para afrontar una nueva etapa. El fútbol cántabro había tomado la decisión de independizarse del egocentrismo excluyente del vizcaíno, poniendo en marcha su primer campeonato donde, además del Racing, participaría su equipo filial, el New Racing. Como anteriormente había hecho Mr. Pentland, O’Connell puso sus ojos en los más jóvenes y se entusiasmó con ellos. Comprendía que eran el futuro del club y comenzó a diseñar ese futuro en los entrenamientos. Dirigía al Racing y al New Racing con un tacto exquisito. Trataba de evitar el agotamiento y la exigencia, sabiendo que ninguno de los jugadores era profesional. Aún joven, enseñaba con el ejemplo y deslumbraba con sus carreras, con su técnica, y con su disparo. Incluso la directiva quiso incorporarle al club como jugador, pero en España aún se mantenía la prohibición de que jugaran extranjeros, aunque actuó en varios partidos amistosos. Quería que se jugara al primer toque, que se erradicaran los individualismos en el recorrido de la pelota y que cada uno de los futbolistas se mentalizara en la acción colectiva del equipo. Y su trabajo fue dando resultados. Consiguió que el Racing ganara aquella fase clasificatoria para crear la Primera División, dirigiendo al equipo en el primer campeonato de la Liga española. Fueron los grandes logros deportivos del Racing.

Toros con José María de Cossío

Los siete años que pasó en Santander enriquecieron su vida personal. Se empapó de la idiosincrasia española. Disfrutó de la buena mesa, de los excelentes vinos, de la amistad con los jugadores. Entabló amistad con José María de Cossío, entonces directivo del Racing, de quien se contagió de la afición a los toros, asistiendo a las corridas, e incluso, vestido con chaqueta corta, participando en varias capeas. Pero sobre todas las cosas, su vida se enriqueció recuperando el amor. Se enamoró de una muchacha irlandesa y católica, Ellen, institutriz que la Reina Victoria tenía para atender al príncipe y a los infantes en el Palacio de la Magdalena.

El éxito sevillano

Tras su éxito en el Racing, fichó por el Real Oviedo y en 1932 viajó a Sevilla, otra de las ciudades que siempre llevaría en su corazón, donde escribió con grandes letras el nombre del Betis en la historia del fútbol español, porque en un partido memorable disputado en Santander contra el Racing, los sevillanos conquistarían el campeonato de Liga. Aquel éxito fue el más importante que obtuvo en España y el que le lanzaría para entrenar al F. C. Barcelona. Fue cuando la locura de la guerra del 36 volvió a interrumpir su progresión. Había sobrevivido a otras guerras, ¿por qué no a ésta? Viajó a México y a Nueva York con su nuevo equipo para jugar varios partidos amistosos, y cuando regresaron a España, sólo volvieron Calvet, Mur, Amorós y O’Connell. Y el irlandés aguantó en Barcelona a pesar de los bombardeos que también destrozaron la sede del club. Cuando vino la paz, O’Connell volvió a Sevilla, con su Betis, prolongando los días felices y ascendiendo a este equipo a Primera División. Luego fichó por el Sevilla C. F., consiguiendo el subcampeonato de Liga en la temporada 1942-43.

Los tiempos del infierno comenzaron a arder cuando de nuevo regresó al Betis, porque en la temporada 1946-47, O’Connell sufrió la vergüenza de llevar a los sevillanos a Tercera División. En esa misma temporada también descendería el Racing, y el técnico irlandés compensó de alguna manera su pérdida de prestigio volviendo a entrenar al conjunto montañés. Fue un acierto porque los cántabros subieron a Segunda División.

La llegada de su hijo Daniel

Y regresó a Sevilla, donde fijó su residencia, y allí le visitó un día la personificación del pasado que siempre quiso olvidar. En Irlanda había dejado a su primera mujer, con la que había tenido cuatro hijos: Patrick, Nancy, Ellen y Daniel. Nunca había faltado el envío de dinero para sostener a su secreta familia irlandesa, pero el pequeño de sus hijos, Daniel, averiguó el paradero de su padre y se presentó en la ciudad andaluza. Sólo quería conocerle. La cita fue en el Parque de María Luisa y O’Connell fue frío como el hielo. Miró a su hijo con indiferencia y sus primeras palabras fueron para que le contara noticias del Manchester United. Luego le presentó en sociedad como si fuera su sobrino.

Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell sepultó su etapa de entrenador y puso rumbo al norte, a Inglaterra. Vivió sus últimos años en casa de uno de sus hermanos, donde murió el 27 de febrero de 1959, en Saint Pancras, al norte de Londres.

jueves, 14 de mayo de 2020

Patrick O'Connell, entre el cielo y el infierno


No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay hombres cuyos actos son buenos y malos. Ángel y demonio, la llegada de Patrick O’Connell a Santander supuso una gran oportunidad para interrumpir y cambiar la vida de su infierno. España le abriría el camino de un cielo que comenzó a conquistar al lado de un modesto equipo que él introduciría en la historia del fútbol español: el Real Racing Club. Al otro lado del mar, allá en el norte, quedaba aquel infierno de odios al que sólo regresaría para morir.

Entre las mil historias de los protagonistas del Racing, la de Patrick O’Connell es, sin duda, la más apasionante y salpicada de misterios. Iba a decir que merecería una película, pero ya se hizo en su Irlanda natal para documentar su azarosa y polémica vida. Nació el 8 de marzo de 1888 en Drumcondra, un barrio de Dublín, en un ambiente demasiado humilde. Es cierto que fue uno de los diez hijos del matrimonio católico formado por el molinero Patrick y Elizabeth, pero también es cierto que fue hijo del hambre, de la miseria y del entorno de odio al imperialismo británico que defendía una Irlanda libre.

Sus inicios como jugador

Comenzó a jugar a fútbol en el Dublin Frankfort y el Strandville Rovers, pero luego se incorporó al Celtic de Belfast, donde firmó su primer contrato profesional. Este equipo, fundado por católicos, constituía todo un refugio de nacionalistas irlandeses. Entre sus compañeros se encontraba Oscar Traynor, futuro revolucionario que años después llegaría a ser uno de los fundadores del partido independentista, el ‘Fianna Fáil’ y ministro de la República de Irlanda. Pero ‘Paddy’ O’Connell hará su guerra particular contra los ingleses a su manera. Nunca quiso saber de política ni de armas. Él haría su guerra con el fútbol y decidió invadir los campos ingleses.

‘Paddy’ se fue a jugar a Inglaterra, demostrando su eficacia y su calidad en el Sheffield Wednesday, y más tarde en el Hull City F. C. Acaso aquella decisión comenzaría a labrarle cierta fama de desertor, aunque él siempre se defendía ante sus amigos y familiares diciendo algo así como “odio a los ingleses, pero no a su dinero”.

Jugaba en Inglaterra, pero su indomable carácter irlandés se dejaba la piel representando a su país, con el que consiguió ser internacional en cinco ocasiones. Aunque algunos le acusaban de traidor, en el campo nadie dudaba de su lealtad a Irlanda, sobre todo a partir de su bravura y determinación en el épico encuentro contra Escocia que se conocería como “el partido de los nueve hombres y medio”. Por aquella proeza, en los pubs de Broadway Street, los seguidores irlandeses, con la jarra de cerveza en la mano, entonaron durante muchos años canciones exaltando su gloria.

El partido de los nueve hombres y medio

El partido de los nueve hombres y medio se disputó el 14 de marzo de 1914, durante la ‘British Home Championship’, un torneo internacional que enfrentaba a Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda. Los irlandeses habían estallado de gozo ganando a Inglaterra y a Gales, y con un empate se proclamarían por primera vez campeones del torneo. Pero las cosas se pusieron muy mal para los hombres de verde. Billy Scott, el capitán irlandés, sufrió una dura entrada rompiéndose la tibia de una de sus piernas en los primeros minutos. Luego, los escoceses metieron un gol y minutos más tarde, O’Connell, que había recogido el brazalete de capitán de su compañero herido, cayó en mala postura y se rompió el brazo. Dejar a su equipo con dos jugadores menos cuando no se admitían los cambios, era mucho dolor, más dolor incluso que el de la fractura que estaba invadiendo todo su cuerpo. Pero O’Connell, con su brazo sujeto por un cabestrillo, volvió al terreno de juego para combatir hasta el último minuto. Fueron nueve hombres y medio los que quedaron en la hierba del Windsor Park de Belfast, pero nueve hombres y medio que estaban armados de una inquebrantable fe en sus posibilidades. Y fue el medio hombre, desmarcado y apartado en uno de los extremos, el que controló el balón, esperó la embestida de uno de sus rivales, y antes de se acercara, envió un pase perfecto a uno de sus compañeros para que marcara el gol del empate. Aquel centro de ‘Paddy O’Connell’ no sólo sirvió para inspirar canciones. También fue el trampolín para fichar por uno de los grandes, el Manchester United F. C.

El Manchester United

El comportamiento de O’Connell en Manchester parecía ejemplar. Muy pronto se convirtió en nada menos que el capitán del equipo, el primero no inglés en la historia de este gran club de fútbol, pero O’Connell guardaba celosamente el resquemor hacia sus compañeros imperialistas. En Irlanda era un amigo de los ingleses; en Inglaterra, un sucio irlandés. Además, la Liga estaba a punto de suspenderse por culpa de la Gran Guerra del 14. Se preveían malos tiempos y su frase favorita: “Odio a los ingleses, pero no a su dinero”, daba vueltas a su cabeza mientras alguien le proponía una tentadora oferta: amañar un partido entre el Manchester United F. C. y el Liverpool F. C. Nadie pensaría que el Liverpool F. C. podía perder el encuentro, por eso el resultado de dos a cero a favor del Manchester se pagaría ocho a uno en la oficina de apuestas. Y ése fue el resultado pactado. Cuando el Manchester ganaba dos a cero y el partido estaba a punto de acabar, una mano dentro del área obligó al árbitro a pitar un penalti a favor de los diablos rojos. O’Connell, el capitán, fue el encargado de lanzar la falta que ejecutó descaradamente fuera. Los jugadores cobraron una suculenta cantidad de libras, pero se abrió una investigación. Unos dicen que O’Connell denunció a sus compañeros porque le asaltaba el remordimiento, otros que disfrutó arruinando sus carreras deportivas, porque más de la mitad fueron inhabilitados. Él se libró de castigos. Pasó algún tiempo jugando en equipos de carácter amateur en Inglaterra, visitando Irlanda de forma esporádica. Pero Irlanda y su vida ya se habían convertido en un infierno.

La masacre

En plena Guerra Irlandesa de Independencia, el 21 de noviembre de 1920, en el simbólico estadio dublinense del Croke Park, un grupo de soldados, policías y paramilitares ingleses irrumpieron en pleno partido de fútbol gaélico y dispararon indiscriminadamente contra los espectadores. Era la forma de contestar al asesinato de varios oficiales que ese mismo día había cometido el IRA (‘Irish Republican Army’). Murieron catorce personas, entre ellas tres niños de 10, 11 y 14 años, resultando heridas otras 65.

No hay hombres buenos ni hombres malos. En realidad, simplemente hay hombres cuyos actos son buenos y malos. Patrick O’Connell no huyó de su tierra por los hombres, huyó por su locura. Santander le recibió con los brazos abiertos, permaneciendo durante más de siete años en la ciudad que le transformarían en un hombre nuevo. Y desde Santander, con su Racing, abriría el camino de una de las mejores trayectorias de un entrenador de fútbol.

viernes, 31 de enero de 2020

El triunfo mortal de Mirín Martínez

Mirín Martínez (derecha) se proclama campeón ante Echevarría
El destino de los dioses tiene caprichos inexplicables. Cuando alguien le propuso hacerse una foto cargando con cinco púgiles del gimnasio, a Casimiro Martínez Iñarra (Cos, 1944) se le otorgó el apodo del dios de la fuerza. ‘El Hércules de Cos’ le llamaron. Y con ese poderío se marcó el camino de su carrera deportiva. 

Es sábado, 12 de marzo de 1973. Cerca de su pueblo natal, donde aún se le venera como gran ídolo deportivo, Mirín Martínez está a punto de culminar su trayectoria como profesional. Formado y pulido en el gimnasio torrelaveguense de Pepe Ungidos y luego en Madrid con los entrenamientos del famoso Kid Tunero, Mirín se ha convertido en uno de los boxeadores más prometedores de los pesos pesados españoles. Ganó como aficionado el Campeonato de España en 1969 y 1970 y tras derrotar el 28 de octubre de 1972 al veterano Mariano Echevarría, en un combate celebrado en la bolera cubierta del Santiago Galas, en Ontoria, se convirtió en campeón de España profesional. Pero la reválida de un campeón se obtiene defendiendo el título, y ese día ha llegado con un rival temible, el navarro Lucio Urtasun. 

Su padre, el gran admirador

Todos están preocupados por el rival. En toda su carrera deportiva, Mirín jamás había perdido por K.O., hasta que en Bilbao, hacía unos meses, Urtasun le tumbó en la lona. El púgil de Urdiaín, con una pegada demoledora, inquietaba a Mirín y sobre todo a su padre, Casimiro Martínez Vélez, un ganadero de Cos y caminero de la Diputación Provincial que era el primer admirador de su hijo. Cuando sus labores se lo permitían, acudía a las veladas donde peleaba su hijo, hasta que al descubrirle una dolencia cardíaca, le aconsejaron que no presenciara más combates. Pero aquel sábado don Casimiro no va a perderse el combate de la defensa del título de su hijo que también se celebra en Ontoria. 

El combate

Como ocurrió el año anterior, el recinto deportivo estaba repleto. La llegada de los púgiles al ring estuvo ambientada por ruidosas exclamaciones. El campeón, Mirín, con una altura de 1,86 metros y 90 kilos de peso, se va a enfrentar a un aspirante de 102 kilos y una estatura bastante inferior. El combate se había pactado a doce asaltos y desde el comienzo, el púgil montañés plantea la pelea desde la precaución de vigilar el peligroso brazo derecho de su rival. La estrategia es moverse constantemente y bombardearle con la izquierda para rematar con la derecha. De esta manera, Mirín va sumando puntos en cada asalto. Su movilidad impide a Urtasun hacer valer su contundente pegada, y a medida que pasan los asaltos, el navarro se desespera buscando el golpe de fortuna, mientras que en el cuerpo a cuerpo, aprovecha para golpear antirreglamentariamente la nuca del cántabro. Al final, los jueces no dudan en dar la victoria a Mirín. Ganó once de los doce asaltos a los puntos. Cuando el árbitro catalán, Vicente Monrabal, levanta el brazo de ‘El Hércules de Cos’, su padre no puede evitar subir al ring para abrazar y felicitar a su hijo, junto con otros familiares y admiradores del campeón.

Las manos al pecho y la mueca de dolor

Pero de pronto, sumamente emocionado, don Casimiro se lleva las manos al pecho con una mueca de dolor y cae fulminado. Los brazos de Mirín amortiguan la caída. Enseguida se requiere la asistencia médica. Alguien se da cuenta de que no respira. José Luis Torcida, otro de los grandes boxeadores cántabros, intenta reanimarle con la respiración boca a boca y el masaje cardíaco. Pero don Casimiro no responde. Mientras los médicos intentan salvarle, el público se niega a salir del pabellón deportivo. Son minutos de enorme confusión, hasta que alguien comunica a Mirín que su padre ha fallecido. Aún con el torso desnudo y sudoroso, el gran triunfador de la noche se derrumba y no puede contener las lágrimas. Su rival, Urtasun, es uno de los primeros en acudir a consolarle con un abrazo. 

El refugio de las traineras y la tentación de Urtain

Desde aquel día, Mirín no quiso saber nada del boxeo. Se refugió en las traineras, formando parte de la tripulación de la ‘San José’ de Astillero, hasta que dos años después el famoso José Manuel Ibar ‘Urtain’ se cruzó en su camino como aspirante al campeonato que aún conservaba. La tentación de volver fue demasiado grande. El combate se subastó en 1975 por 1,6 millones de pesetas, la cifra más alta jamás pagada por un título nacional. Fue una lucha de titanes. Mirín logró tumbar a Urtain, pero con un entrenamiento orientado al remo, el cántabro fue ahogándose con el ritmo de los asaltos, hasta que el dios de la fuerza, el que soporta la carga de cinco hombres, no puede con el peso de la memoria de su padre muerto. Acaso por eso desfallece, abandona y convierte a Urtain en el nuevo campeón. Son los caprichos del destino de los dioses.

lunes, 14 de octubre de 2019

El sueño deshecho de una atleta


Entró desfallecida en la pista del estadio olímpico de Helsinki después de hacer una carrera brillante. No logró la primera posición, pero su entrenador, Gabriel González, saltó de alegría cuando miró la aguja del cronómetro. De nuevo Belén Azpeitia había batido el récord de España de los 1.500 metros lisos. Era la sexta vez consecutiva que lo conseguía en poco más de un año. Su progresión era imparable, pero aquel 26 de julio de 1972 su marca había sido especial. Había obtenido un tiempo de 4:18.60, por debajo de los 4:20 que la Federación Internacional de Atletismo exigía como mínima para participar en los Juegos de Munich. Belén se había ganado a pulso el mérito de ser la primera atleta española que podría participar en unos Juegos Olímpicos. Por eso se fundió en un abrazo entusiasta con su entrenador. 

Belén Azpeitia Mendieroz (San Sebastián, 1952 - 2005) se había aficionado al atletismo gracias a una de sus hermanas, Maite, que también era atleta. Estudiante de Arte y Decoración, era muy aficionada al dibujo y a la pintura, aunque en sus ratos libres ayudaba a sus padres en un comercio de ropa en Amara. Su primera prueba importante la corrió en Barreda en 1968. En aquel campeonato de España de Cross, aquella chiquilla de 17 años deslumbró con las zancadas de sus largas piernas devorando distancias como bocados hambrientos. Quedó en segunda posición, detrás de la atleta que entonces nadie podía batir, su compañera de equipo, Coro Fuentes. Pero fue al año siguiente cuando se consagró. En el campeonato nacional de cross disputado en el viejo campo de golf de Gobelas (Vizcaya), Coro Fuentes parecía que iba a ganar de nuevo tras su potente salida, dejando atrás a todas las participantes a las que sacó una gran ventaja. Pero en los metros finales, la coruñesa Elia Amieiro y Belén Azpeitia se fueron acercando. Las tres entraron juntas para cubrir los últimos 80 metros. Fue cuando las piernas de Belén se impulsaron con un corazón que bombeaba coraje, mientras sus pies prisioneros en zapatillas de clavos, se convirtieron en alas libres para desatar la cinta de la victoria. Los espectadores contemplaron la apretada llegada levantados de sus asientos y emocionados. Fue la primera vez que ganó a la entonces invencible Coro Fuentes, y no sería la última. 

Campeona de España de Cross en cuatro ocasiones, entre 1969 y 1972, Belén arrebató en 1971 el récord de España de 800 y de 1.500 metros lisos a Coro Fuentes, de tal manera que en 1972 la pugna entre ambas atletas fue vibrante. Fue campeona de España de 800 metros al aire libre y de 1.500 metros en pista cubierta en 1971 y 1972, e internacional en 16 ocasiones. Era la reina del atletismo femenino, y su nuevo récord de España, con la mínima para acudir a Munich, era la llave para convertir un sueño en realidad. 

Pero ocurrió algo difícil de explicar. La Federación Española de Atletismo impuso el criterio de que para acudir a Munich sería necesario estar entre las 15 primeras del ranking mundial. Aunque el lema que se publicitaba en aquel tiempo era el de “Lo importante no es ganar, sino participar”, los dirigentes deportivos evidenciaron la hipocresía de un régimen político agonizante y la enorme desconsideración al esfuerzo de una atleta de extraordinaria progresión. Cuando el presidente de la Federación Española de Atletismo, Fernando Cavero, informó al entrenador de Belén de que no participaría en los Juegos de Munich a pesar de haber obtenido la mínima, la sorpresa fue mayúscula. Desde el 1 de julio de 1971, Belén Azpeitia había batido el récord de 1.500 metros lisos en las competiciones internacionales que había disputado, haciendo 4:24.20 en Milán; 4:24.00, en Helsinki; 4:23.80, en Esmirna; 4:22.80, en Bruselas; 4:20.70, en Oslo y, finalmente, los 4:18.60 que suponía marca mínima. Su entrenador explicó a Cavero la gran equivocación de excluir a Belén, porque estaba seguro de que hubiera podido entrar en la final olímpica. Pero la intransigencia se revolvió contra una atleta con carácter que no tenía pelos en la lengua. 

Dicen que Belén Azpeitia se retiró del atletismo en la primavera de 1976, cuando se lesionó entrenando para conseguir aquel sueño deshecho de ser olímpica, en este caso en Montreal. Pero la verdad es que fue aquella marginación federativa la que acabó con sus vigorosos finales y con sus pies más aprisionados que nunca en zapatillas de clavos, sin alas libres para desatar la cinta de la victoria. Belén murió el 27 de agosto de 2005, víctima de un cáncer, a la edad de 52 años, con el pensamiento de que no fue la primera atleta que participó en unos Juegos Olímpicos por el capricho de algún federativo y acaso porque era demasiado vasca y demasiado mujer. Pero nadie le quitará el honor de ser la primera que se lo mereció.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tacoronte, el Marquitos que regresó de Holanda

Taco con la camiseta del Blauw Wit
Son los primeros años de los setenta. Antonio Alonso Imaz, ‘Tacoronte’, ya ha dejado el fútbol como jugador profesional, pero la sangre le mantiene cerca de los campos. Es el entrenador del Racing juvenil, el mejor equipo de Cantabria, y ha viajado con una verdadera selección de chavales de toda la provincia para participar en un torneo amistoso en Miranda del Ebro. Ha viajado con el autobús lleno y dispone de una veintena de jóvenes futbolistas para disputar el partido contra el Celta de Vigo. Ha llovido y el campo está embarrado, así que el fútbol que se practica no es vistoso. Los vigueses se han adaptado mejor al terreno de juego y están dominando el partido con claridad, adelantándose en el marcador y creando constantes oportunidades. En el descanso, el entrenador arenga a sus futbolistas, pero la visión del vestuario es algo esperpéntica, porque el discurso no ha levantado los ánimos, todo lo contrario. Entre las caras y las camisetas embarradas, Taco parece entrever la imagen de la derrota. Incluso él tiene problemas para identificar a sus jugadores con tanta hierba, lodo y decaimiento pegados a sus pieles. Sabe que tiene que hacer algo. Si pudiera, hasta cambiaba a todo el equipo. 

La saga de los Marquitos

Los Marquitos es que son así. Imprevisibles y decididamente resolutivos. El patriarca de la saga, Marcos Alonso Imaz, el gran Marquitos, fue el ariete que abrió el camino a sus hermanos, y todos ellos respondieron con ese temperamento enérgico no exento de calidad. Antonio se quedó con el apodo de ‘Tacoronte’ por capricho de su hermano mayor, aunque con Alfredo de por medio (Marquitos II), futbolísticamente fue identificado como Marquitos III. Con su fortaleza y seguridad en las tareas defensivas, Taco no tuvo problemas para entrar en la órbita del Racing, y tras jugar en los juveniles se incorporó al Rayo Cantabria (1957-59) que entonces dirigía Manuel Fernández Mora. Fue aquel Rayo de la tasa que goleaba a sus rivales con cinco o más goles (la tasa), capaz de concitar más espectadores que el propio Racing, e incluso ganarle en los partidos de entrenamiento. Y allí estaba ‘Taco’, con Laureano, Saro, Miera, Nando Yosu, Zaballa, Larrinoa y Chisco. Luego decidió ir a Madrid, al amparo de su hermano mayor que ya era una de las figuras del mejor equipo de Europa. 

En el filial del Real Madrid

Y ‘Taco’ se incorporó al conjunto filial, el Plus Ultra (1959-60), luego jugó cedido en el Cádiz (1960-61), siempre en Segunda División, y tras regresar al Plus Ultra, que había descendido a Tercera (1961-62), aceptó incorporarse al conjunto murciano del C. D. Abarán, contribuyendo al ascenso a Segunda en 1963 tras ser campeón del grupo décimo de la categoría y luego eliminar en la fase de ascenso al Racing de Ferrol y al Béjar Industrial. 

Con el Plus Ultra en Tercera y con las puertas cerradas para asomarse a un Real Madrid que seguía ganando títulos con futbolistas como Pachín, Zoco, Santamaría, Amancio, Di Stéfano, Puskas o Gento, Taco tomó la determinación de probar suerte en el extranjero, algo que entonces no era habitual, y se marchó a los Países Bajos para jugar en el Excelsior de Rotterdam (1963-64), un equipo de la Segunda División que durante bastantes años fue filial del Feyenoord y que le proporcionaría la oportunidad de debutar en Primera División en la temporada siguiente al fichar por el Blauw Wit de Ámsterdam (1964-66), un equipo incorporado al profesionalismo desde 1954, dirigido por el entrenador inglés Keith Spurgeon

Experiencia única

Los dos años en Holanda constituyeron una experiencia única para ‘Taco’, pero también le abriría la herida de la nostalgia por su tierra, regresando por ello a Cantabria para iniciar su carrera de entrenador. Y allí estaba, en Miranda del Ebro, con un equipo ensuciado de barro y decaimiento al que no reconocía. Le entraban ganas de cambiarlo por completo. Y de pronto se encendió la bombilla. ¿Y por qué no? Once jugadores nuevos se pusieron las camisetas empapadas, se maquillaron con tierra para camuflarse como guerrilleros y saltaron al campo, de forma clandestina, para remontar el resultado y ganar el encuentro. Hubo alguna sospecha con tímida protesta, pero la victoria fue para el Racing. Los Marquitos es que son así, imprevisibles y decididamente resolutivos.

domingo, 21 de julio de 2019

Las dentelladas de 'Torito' Zuviría

No era capricho ni casualidad el apodo que le puso su compañero Toye cuando ambos jugaban en el Club Atlético Unión de Santa Fe. Porque bajaba la cabeza para empujar la jugada, corría frenético tras el balón como bestia tras el capote encarnado y si alguien se cruzaba en su camino con un ligero contacto, el apodo se convertía en superlativo para levantar por el aire a cualquier rival que se hubiera atrevido a ponerse por delante. Así eran las embestidas de Rafael Dalmacio ‘Torito’ Zuviría, uno de los fichajes argentinos del Racing tras derogarse la prohibición de contratar extranjeros en el fútbol español en 1973. No parecía demasiado técnico, pero el caso es que sus internadas por la banda izquierda eran letales para los rivales. A trancas y barrancas, con más rebotes que toques distinguidos de conducción y con constantes resoplidos de tesón, Zuviría llegaba y centraba para que en la mayor parte de las ocasiones la cabeza de Aitor Aguirre rematara aquel fruto del esfuerzo que tanto valoraría la afición racinguista. 

Desde el río Paraná

Zuviría nació el 10 de enero de 1951 en Santa Fe, ciudad bordeada por el río Paraná. De una familia humilde con ocho hijos, el joven Rafael comenzó a jugar en un equipo de barrio llamado San Cristóbal, donde se desenvolvía como delantero centro hasta que se incorporó a las secciones inferiores del Unión de Santa Fe, donde permaneció jugando de extremo izquierdo hasta 1970, debutando en Primera División. Luego se incorporó al Sportivo Belgrano (1970-71) y Argentino Juniors (1972-73), equipo desde el que pasaría a España para fichar por el Racing. Zuviría debutaría con el conjunto cántabro, a las órdenes de Maguregui, el 2 de septiembre de 1973 durante el partido contra el Zaragoza que se disputó en los Campos de Sport.

Sus dientes

Quizás debido a su bravura, el extremo argentino había llegado a España sin buena parte de sus dientes, así que llevaba dentadura postiza que uno de sus compañeros en el Racing, Manuel Chinchón, recuerda “de caballo” por el tamaño que tenía, y que tiempo después cambiaría por otra más moderna. Su integración con los compañeros sería plena, y aunque algunas veces en los desplazamientos y concentraciones se vivían momentos de cierto aislamiento, Zuviría supo muy bien imponerse con una gracia especial no exenta de contundente convicción. Algunos de sus compañeros me contaron una anécdota que repetiría en algunas ocasiones. En las comidas, la avidez con la que los futbolistas devoraban las ensaladas y otros alimentos servidos en fuentes, provocaba que alguno de ellos se quedara sin probar bocado. En esas circunstancias, y para evitar el ayuno impuesto por el barullo, el argentino se quitaba su dentadura postiza y la colocaba en el recipiente para advertir que aquello ya tenía estómago propietario. 

Del Racing, al Barcelona

Zuviría estuvo jugando en Primera tres de las cuatro temporadas en las que vistió la camiseta del Racing, jugando 132 encuentros y anotando 33 goles. Consiguió el ascenso en 1975 y experimentó un notable progreso deportivo, hasta el punto de convertirse en el máximo goleador del equipo en su última temporada, la de 1976-77, superando al ariete Aitor Aguirre. Aquello le abriría las puertas para fichar por el Barcelona (1977-82), donde obtendría su madurez futbolística jugando de lateral derecho. En su primera temporada en Barcelona conquistó la Copa del Rey (1978) y más tarde la Recopa de Europa (1979). Zuviría sería decisivo con un gol en el partido de vuelta ante el Anderlecht que supuso la prórroga y más tarde el pase de los catalanes en la tanda de penaltis. También logró la Recopa de Europa y la Copa del Rey en 1982. Terminada su etapa con los azulgranas pasaría al Mallorca (1982-84), con los que ascendería a Primera en 1983, regresando a su país de origen para jugar en el Defensores de Belgrano (1985-87) y el modesto La Emilia de San Jorge (1987-88). 

Zuviría dejó un muy grato recuerdo en la afición racinguista y también entre sus compañeros que nunca más le dejaron sin probar las ensaladas. Nadie como él supo marcar territorio y conquistar espacios a dentelladas, en el campo de juego y fuera de él.
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