lunes, 18 de septiembre de 2017

Coque y el romance ciego de un futbolista

Alguien pintó el amor ciego y con alas. Ciego, para no ver la realidad y guiarse a tientas por el contacto de dos fantasías; con alas, para huir tan lejos como la imaginación lo permite, porque huir es la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.

Gerardo Coque Benavente (Valladolid, 1928-2006) continuaba huyendo cuando llegó a Santander. Nadie como él había sufrido con las quemaduras de aquella relación volcánica donde los que están fuera, ven antes el humo que las llamas los que, ensimismados, arden y se consumen por dentro. Pero con su mirada en proceso de recuperación, disimulando el aleteo malherido de su rumbo y algo chamuscado, Coque saltó al campo de Las Llanas para demostrar que aún seguía siendo un gran futbolista. Aquel día, 25 de octubre de 1959, le acompañaron en Sestao, en su bautismo racinguista, Larraz, Duró, Santamaría, Trueba, ‘Crispi’, Pardo, Raluy, Montejano, Sampedro y Nando ‘Yosu’.

El éxito precoz

Acaso no fue fácil digerir el éxito y la celebridad desde una humilde panadería de Valladolid, sin la coraza que proporciona la experiencia de la edad. Porque Coque sólo tenía 17 años cuando debutó en el primer equipo del Real Valladolid, con el que consiguió cosas que nunca se habían visto en la capital castellana, como ascender a Segunda División en 1947 gracias a una promoción derrotando al Racing, y al año siguiente, subir por primera vez en la historia a la máxima categoría con dos goles suyos ante el R. C. Deportivo de La Coruña. En 1950, su equipo logró llegar a la final de la Copa del Generalísimo y él mismo marcaría el gol del empate que obligaría a jugar la prórroga contra el Athletic Club, que finalmente se impondría por cuatro a uno. Su fútbol fue creciendo y el 1 de junio de 1952 se convirtió en el primer jugador vallisoletano en ser internacional absoluto con España, cuando se ganó por seis a cero a Irlanda, con el gesto heroico de anotar el primer gol y jugar hasta el final con un brazo roto, sujeto con un fuerte vendaje. 

Madrid, Lola Flores y la farámbula

En 1953 llegó su gran recompensa. Fue traspasado al Club Atlético de Madrid y el mundo se mostró a sus pies. Tenía 25 años y en una tarde de farándula, el actor Paco Rabal le presentó a Lola Flores, la famosa cantante que acababa de tener un romance con el futbolista del C. F. Barcelona, Gustavo Biosca. Dicen que la folclórica se encaprichó de Coque para darle celos a Biosca. Lo cierto es que Coque se rindió ante la enorme sensualidad de ‘La Faraona’, retrasó su boda con su novia de Valladolid y se dejó llevar por las noches de cabarets de moda y las juergas de tabaco, finitos, cantares y zapateados. Y Coque fue disipando su valioso talento futbolístico.

La huida de cante y baile a Sudamérica

La relación con Lola Flores decayó cuando la artista se fue de gira y regresó con un novio panameño. Fue entonces cuando Coque decidió casarse. Pero cuando Lola despachó al panameño, no resistió la tentación de caer de nuevo ante sus encantos. Otra vez las juergas nocturnas invadieron la vida del futbolista, mientras que su esposa, indignada, volvió a Valladolid. Y Coque empezó a faltar a los entrenamientos sin que nadie supiera de su paradero, hasta que se descubrió que se había marchado con Lola Flores a Sudamérica para acompañarle en su espectáculo de cante y baile. El Atlético le denunció ante la Federación por incumplimiento de contrato, pero Lola Flores envió al club la cantidad de 50.000 pesetas como pago de una parte de la ficha, “porque el único sitio donde Coque tiene que meter goles es aquí”, comentaba altiva y desafiante, señalándose entre sus ingles.

Rehacer su vida

Tras dos años de una tortuosa relación de celos y broncas, el romance entre Coque y Lola Flores terminó cuando la cantante se enamoró del guitarrista Antonio González, ‘El Pescadilla’, con el que se casaría. La mujer de Coque le perdonó y el jugador intentó rehacer su vida regresando a los campos. En 1957 fichó por el Granada C. F., pero no contaron mucho con él. Luego fue a su club de toda la vida, el Real Valladolid, donde colaboró en un nuevo ascenso a Primera, aunque no rindió como se esperaba, y después llegó a Santander. En el Racing volvió a brillar, junto a una delantera formada por Zaballa, Sampedro, Galacho, Coque y ‘Yosu’, con la que los montañeses subieron a Primera División en 1960. Coque marcó aquella temporada nueve goles para contribuir al último éxito de su carrera deportiva. Y así terminó su huida, porque huir fue la única victoria posible ante el torrente de deseos incontrolables que atan la voluntad, arruinan la razón y provocan el último suspiro de la sabiduría.

sábado, 9 de septiembre de 2017

La pierna heroica de un ciclista

El pelotón ciclista de las páginas de ‘Arriva Italia’ me ha atropellado. Aún estoy ensimismado con las historias de Fausto Coppi, Gino Bartali o Fiorenzo Magni, todo por culpa de Marcos Pereda y ese libro de deportistas martirizados por tantos kilómetros y kilómetros de carreteras. Pero en esas rutas de una nueva nación ansiosa de gloria y soñadora de ciclismo, hay un corredor que por anacrónico y mutilado no aparece en el libro. Se trata de Enrico Toti, un romano que se convertiría en héroe sin metáforas y que bien podría haber inspirado la frase de Erasmo de Rotterdam: “La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes”.

La amputación

Enrico Toti nació en Roma en 1882. Su humilde familia estaba vinculada al trabajo ferroviario y el joven Enrico, después de embarcar en varios buques de la armada italiana, se enrolaría como fogonero de los ferrocarriles estatales. Dotado de excelentes cualidades físicas, en ese tiempo se aficionaría al ciclismo, e incluso en 1903 ganaría alguna prueba. Pero su carrera deportiva y personal sufrió la desgracia que condicionaría su vida. El 27 de marzo de 1908, en la estación de Colleferro, se vio atrapado en el acoplamiento de dos locomotoras que estaba revisando y las ruedas dentadas aplastaron su pierna izquierda que sería amputada a la altura de la cadera. Tenía entonces 25 años.

Pero Enrico Toti supo superar con fuerza e imaginación su discapacidad. Además de dedicarse a diseñar pequeños inventos, su espíritu deportivo le empujaría a participar en pruebas de natación cruzando el Tíber. También lo haría en algunas pruebas ciclistas, aunque éstas tenían más propósito de exhibición que competitivo. El interés de ver en acción la soltura de un ciclista con una sola pierna le animaría en 1911 a realizar la gran aventura de recorrer Europa en bicicleta desde Roma, pasando por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega (donde llegó al círculo polar ártico), Rusia, Polonia, Austria y nuevamente su querida Italia. Tras un mes de descanso, embarcaría luego hacia Alejandría para recorrer con su bici Egipto, Nubia, Sudán… hasta que las autoridades británicas le obligaron a parar su viaje enviándole a El Cairo, desde donde regresaría a Roma.


Patriota y fanático

Patriota hasta el fanatismo, y con un gran odio hacia los austriacos de los Habsburgo, con los que Italia mantenía constantes disputas de límites fronterizos, al estallar la Gran Guerra, Enrico Toti se entusiasmó con el deseo de participar activamente en el conflicto. Por eso se desplazó con su bicicleta al frente, en la zona alpina, intentando entrar en combate. Pero es rechazado una y otra vez. La insistencia de Toti es tan grande que incluso molesta a los soldados, ya que pone en evidencia la escasa motivación bélica que tiene la mayoría, así que le increpan, le insultan y le apedrean. Pero Toti no se rendirá. Es un experto en sortear adversidades y como si fuera un polizón, se cuela en las trincheras de la primera línea de fuego hasta que le descubren y le obligan a regresar a Roma.

Escribe cartas a las autoridades rogando que le dejen incorporarse al frente, porque se siente “ferviente ciudadano italiano hasta la última gota de mi sangre”, y finalmente consigue alistarse como voluntario en el Regimiento de Bersaglieri, la sección de soldados ciclistas del ejército italiano. El 6 de agosto de 1916, cuando los bersaglieri intentan tomar una cota cerca de Montefalcone, al norte de Trieste, llegará el gran triunfo de Enrico Toti. Fue el primero en lanzarse hacia las trincheras enemigas con su bicicleta impulsada por una sola pierna. Una ráfaga de ametralladora le dejaría moribundo en el suelo. Antes de morir aún tuvo fuerzas para arrojar su muleta al enemigo, besar la pluma de su casco de bersaglieri y pronunciar su famosa frase: “Nun moro io”.

Símbolo nacional

Y efectivamente, Enrico Toti no murió. Su gesto heroico se convirtió en todo un símbolo nacional. Es cierto, como señala Marcos Pereda, que fue figura fundamental del imaginario fascista que iba a nacer tras el final de la Gran Guerra, pero también inspiraría a los poetas del futurismo y al espíritu invencible que nunca se rinde. Su memoria sigue viva por toda Italia, alimentada por los monumentos levantados en su honor. También las calles, centros educativos y deportivos, e incluso submarinos de la armada de su país llevan el nombre de este romano deportista que se convirtió en héroe sin metáforas y que bien podría haber inspirado la frase de Erasmo de Rotterdam: “La locura es el origen de las hazañas de todos los héroes”.
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