sábado, 25 de febrero de 2017

El Racing del himno de Riego

Firmes y alineados ante las autoridades, Solá, Pico, Mendaro, Ceballos, Baragaño, Larrinoa, Santi, Ibarra, Óscar, Larrínaga y Cisco intentan cantar en el campo del Velódromo de Vincennes con la misma entereza que sus rivales del Wolverhampton Wanderers de Birmingham. Un cronista español afirmaría de los ingleses que “escucharon el Dios salve al Rey, rígidos, religiosos, como una tripulación sobre la cubierta de un acorazado”. Más inseguros y disonantes, la mayor parte de ellos improvisando sonidos que disimulaban el desconocimiento de la letra, los racinguistas, apoyados por un disco que trajeron a requerimiento telegráfico de los organizadores, lograron entonar aquel nuevo himno: “Soldados, la patria/ nos llama a la lid,/ juremos por ella/ vencer o morir…”.

Subcampeones

Hacía poco más de un mes que estos mismos jugadores se habían proclamado subcampeones de Liga. Lástima de aquel triple empate que les colocó detrás del Athletic Club de Mr. Pentland. Entonces el equipo se pronunciaba con cierto aire solemne y señorial: Real Racing Club, pero el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, y las cosas cambiaron.

El Torneo Internacional de París

Había más de diez mil personas en el velódromo que sabían que el equipo favorito del Torneo Internacional de Fútbol de la Exposición Colonial de París era precisamente el conjunto inglés. También participaban, además del Racing santanderino, el First de Viena F. C. (Austria), el Royal Antwerp F. C. (Bélgica), el Urania Ginebra Sport F. C. (Suiza), el S. K. Slavia de Praga (Checoslovaquia), el Club Français (Francia) y el Racing Club de París, equipo organizador junto con los diarios ‘Excelsior’ y ‘Le Petit Parisien’. Pero los ingleses eran los ingleses. Los jugadores cántabros no se dejaron impresionar por la reputación y profesionalidad de sus adversarios, aunque éstos parecían desenvolverse en el aguacero del campo mucho mejor. En uno de sus avances, el delantero centro del Wolver, Hartill, fue objeto de un claro penalti que lanzó Lawton, pero el portero racinguista, Cristóbal Solá, despejó el disparo enviando el balón a córner. El público, que parecía frío y distante, comenzó a aplaudir y a entusiasmarse, dando muestras de claras simpatías por los españoles. En la banda derecha, Santi comenzó a internarse con cierta facilidad, aunque Óscar, el delantero centro, era el hombre más peligroso del Racing y el que más murmullos levantaba cuando tocaba la pelota. El gol se presentía, y llegó tras una bella ofensiva conducida por Óscar que culminó Larrínaga rematando raso y cerca del poste. Antes de que se llegara al descanso, Óscar hizo gala de la potencia de su chut anotando otro tanto. En la segunda parte, los ingleses fueron más ofensivos y acortaron distancias gracias a un gol de Bottril. Pero los racinguistas consiguieron equilibrar los empujes de sus rivales y a falta de cinco minutos para el final, una mano del defensa Lawton provocó otro penalti que Baragaño aprovechó para establecer el tres a uno.

Excelentes críticas

El periodista del diario Excelsior de París, André Glarner, escribió una crónica donde decía que los santanderinos habían hecho “el mejor fútbol que nunca se había visto en París”, y el presidente del club inglés, durante el lunch que posteriormente organizaría ‘Le Petit Parisien’, con la presencia del máximo dirigente de la Federación Internacional, Jules Rimet, afirmaría que “ha ganado el mejor pero, con franqueza, ni remotamente suponíamos la clase de que el Racing de Santander ha dado muestras”.

El Racing de la joven República española había causado excelentes impresiones entre los críticos internacionales el mismo día en que por primera vez se mostraba en el extranjero su bandera tricolor. Fue un equipo de Santander el que se encargaría de izarla victoriosa aquella tarde parisina del domingo, 8 de junio de 1931, aunque sus jugadores sólo supieron cantar el himno de Riego jugando, sobre la hierba mojada, “serenos, alegres, valientes, osados…”, logrando con su fútbol que se les contemplara como “los hijos del Cid”.

jueves, 16 de febrero de 2017

El nombre de un estadio

Dicen que nadie muere si se pronuncia su nombre, como si se evocara el alma con el exacto orden de las letras y surgiera, como la vida misma, la esencia más profunda del lenguaje. El nombre de Vicente Calderón, para muchos simplemente el nombre mil veces repetido de un estadio de fútbol, ha comenzado a diluirse con la puesta en marcha del nuevo estadio del Atlético de Madrid, pero como decía Saramago en su ‘Ensayo sobre la ceguera’, “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”. 

El hombre

Sí, es cierto. Vicente Calderón Pérez-Cavada es algo más que el nombre de un estadio. Nació en Torrelavega (Cantabria) el 27 de mayo de 1913. Sus padres, Raimundo y Benita, tuvieron seis hijos, de los que Vicente fue el menor. Estudió en Santander, en el colegio Salesianos, donde guardaría un entrañable recuerdo, aunque el padre don Rómulo a veces solía castigarle con la pena que más le dolía, quedarse sin jugar al fútbol. Jugaba de delantero centro en el colegio y su equipo favorito era el Racing. Una de las anécdotas que contaría a su amigo y periodista, Juan Hernández Petit, fue cuando acudió a los Campos de Sport, con la elegancia de los domingos de la época, para ver un partido del Racing contra el Athletic Club de Bilbao, y un inesperado chaparrón le encogió el traje recién estrenado, siendo centro de las burlas de varios amigos. 

A los 15 años dejó el colegio y tuvo que ponerse a trabajar para ayudar económicamente a su familia. Fue botones y repartidor de una droguería y de una sastrería en Santander, y con parte del dinero que ganaba, pagaba a un profesor que le daba clases por la noche. Intentó abrirse camino acudiendo a Madrid, a casa de su tía Josefa, aunque pronto regresaría a Santander. Poco después, cuando tenía veinte años, morirían sus padres. Durante la guerra civil se casó con María de los Ángeles Suárez, con la que se instalaría en Madrid y con la que tendría cuatro hijos: Vicente, María de los Ángeles, Paloma y Yolanda

Su primer negocio

Su primer negocio fue una pequeña fábrica de velas y cola de pegar, y como escaseaban los elementos grasos, tuvo que importar velas desde Canarias. Sus contactos en el archipiélago le derivaron a África. Más tarde sus negocios prosperarían y se diversificarían, llegando a presidir varios consejos de administración de construcciones inmobiliarias, industrias químicas, barcos de pesca, industrias del frío y exportación de zumos de frutas. 

En Madrid comenzó a vivir cerca del estadio del Metropolitano y continuó manteniendo su afición al fútbol, llegando a ser socio de varios clubes, entre ellos del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Fue la cercanía del Metropolitano y la presencia de varios jugadores cántabros en el club rojiblanco, como Germán, Aparicio o Manín, lo que inclinaría su apego hacia este equipo, aunque decidió aceptar el compromiso como dirigente tras la muerte de su esposa, ocurrida en 1963, en parte para olvidar el dolor de su ausencia. 

El Atlético de Madrid y su nuevo campo

Entonces el Atlético de Madrid tenía como objetivo la construcción de un nuevo campo junto al Manzanares cuyas obras comenzaron en 1959, pero el proyecto estuvo a punto de hundirse en 1961, cuando el ayuntamiento ordenó paralizar las obras. En 1964, Vicente Calderón accedería a la presidencia del Atlético de Madrid apoyado por Manuel Olalde y un grupo de directivos. Su incorporación fue decisiva para desbloquear las múltiples trabas que impedían la construcción del estadio que se inauguró el 2 de octubre de 1966. En 1971, la Asamblea General del club, como reconocimiento a la labor de su presidente, decidió bautizarlo como ‘Vicente Calderón’, y tras completar una remodelación, se reinauguró en 1972 con un partido de la selección española contra la de Uruguay. Dimitió de su cargo el 16 de junio de 1980, entrando el club en una fase complicada, con la polémica presidencia del doctor Alfonso Cabeza y tres presidentes provisionales, hasta que regresó en 1982, manteniéndose en la presidencia del club hasta su muerte, el 24 de marzo de 1987. 

El presidente más importante

Calderón ha sido el presidente más importante del Atlético de Madrid. En sus 21 años al frente del mismo consiguió cuatro Ligas, cuatro Copas y una Copa Intercontinental tras ser subcampeón de Europa. Además, aumentó en más de 50.000 el número de socios, impulsó las secciones deportivas de la entidad y proporcionó prestigio y categoría al equipo en todo el mundo. 

El esqueleto sin gente que ya es el ‘Vicente Calderón’ desaparecerá pronto para convertirse en otro edificio. Algunos aficionados insisten en que el expresidente dé nombre a la estación de metro de Pirámide, cerca del estadio, de la misma manera que la de Lima se cambió por la de Bernabéu. Ojalá que así sea, porque nadie muere si se pronuncia su nombre, como si se evocara el alma con el exacto orden de las letras y surgiera, como la vida misma, la esencia más profunda de este cántabro que dio nombre a un estadio.

martes, 7 de febrero de 2017

"Tener un balón, Dios mío"

Gerardo Diego
Sólo es un objeto esférico que encierra una porción de aire, pero también es un invento mágico que alguien hizo volar para esparcir su incesante llamada de búsqueda y dominio. No importará demasiado discutir sobre quién pateó una pelota por primera vez, o en dónde, o si la pelota en cuestión era de cuero relleno de estopa, de paja y cáscaras de granos, de vejiga de buey, de relleno de crines o de caucho. Lo importante es que, con un perímetro de unos setenta centímetros, es capaz de cautivar a millones de seres en todos los continentes.

Hay una hermosa frase del poeta galés Dylan Thomas, que me ayuda a introducirme en un fútbol de hace más de cien años: “La pelota que arrojé, cuando jugaba en el parque, aún no ha tocado el suelo”.

Tampoco ha terminado el partido en el que Gerardo Diego lanzó su balón de fútbol sobre los Arenales de Maliaño, un espacio surgido en Santander durante los primeros años del siglo XX, cuando las dragas de la bahía escupían arena cubriendo marisma. Aún no se había creado el Racing, pero algunos de los muchachos que más tarde se reunirían en la Plazuela de Pombo para fundar el club, ya jugaban en este lugar donde, como si fueran conquistadores de un nuevo mundo, marcaron sus huellas y porterías (con montones de ropa o palos hincados en el terreno), los primeros futbolistas de la ciudad. Entre aquellos futbolistas es muy probable que estuviera Gerardo Diego, que retuvo en su memoria aquel lugar de su niñez donde los equipos se batían con tanto entusiasmo juvenil. De aquellas vivencias alrededor de un balón de fútbol surgiría el poema incluido en su obra ‘Mi Santander, mi cuna, mi palabra’ cuyo título es “El balón de fútbol”. 


Los Arenales

En 1906, Gerardo Diego ingresó en el Instituto General y Técnico de Santander, actual Instituto de Santa Clara, donde estudiará los seis años de bachillerato. En ese tiempo, las dragas de la Junta de Obras del Puerto ya habían comenzado a crear los Arenales de Maliaño, situados en las inmediaciones de la actual calle Marqués de la Hermida, cerca del antiguo edificio de Tabacalera que hoy es Archivo Histórico y Biblioteca Central de Cantabria, y que irían extendiéndose hasta el Parque de la Marga, antaño asentamiento de una fábrica de maderas. Era un suelo perfecto para jugar al fútbol, amplio y más cercano al centro de la ciudad que La Albericia o El Sardinero, con mejores opciones para que la lluvia no almacenara charcos debido a su suelo arenoso, y con el atractivo de que era un lugar público, sin uso y muy accesible, y por lo tanto, más cómodo y barato que atender el trámite de una autorización o alquiler. De esta manera, se convirtieron en los campos preferidos de los equipos infantiles y modestos.

Aquellos equipos

Algo más de una docena de equipos, en los que se agrupaban estudiantes, vecinos de barrio, dependientes de comercio o aprendices de talleres que se retaban los domingos a jugar, frecuentaban los Arenales de Maliaño en 1907. Ese mismo año se creó el Santander F.C, de mayor entidad, que puso sus miras en el campo de la península de la Magdalena, aunque también acostumbraba a jugar en Los Arenales. Los partidos de los equipos modestos disponían de diversos niveles de formalidad que se pactaban antes del comienzo, afectando al número de jugadores (no siempre eran de once contra once) o a las dimensiones y líneas reglamentarias que, surcando la tierra arenosa, se marcaban con palos o estacas. Los mismos jugadores mandaban retos y crónicas a los periódicos locales, y gracias a su publicación podemos constatar el dinamismo futbolístico que estos campos imprimieron a la ciudad durante décadas.

Con este ceremonial jugaban en Los Arenales equipos como la Recreativa, la Tierruca, la Sportiva España, la Comercial, la Camelia, la Escolar, la Montaña, el Piquío o el Plazuela, mencionados los dos últimos en la poesía de Gerardo Diego. Uno de estos equipos, el Plazuela, que reunía a los mozalbetes que vivían en torno a la Plaza de Pombo, nos conduce al comienzo de la historia del Racing, ya que, como ocurría con la Escolar, jugaban chavales que, amantes de las palabras inglesas que revoloteaban el ‘foot-ball’, muy pronto serían fundadores del ‘Santander Racing Club’. 

El canto al balón de la infancia

Gerardo Diego nos dejó constancia de aquel fútbol con su canto al balón, un balón perseguido con rimas de infancia y recuerdo, trotando con octosílabos, salpicado de anglicismos, percibiendo olores y organizando un partido de siete contra siete. Entre sus versos hay patadas, inconvenientes, estrategias y hasta un famoso café de tertulia, el Royalty, acaso introducido por la exigencia de la rima, y que albergaba tres famosas tertulias, entre ellas la deportiva del Catastrófico, futuro embrión de las primeras peñas racinguistas. También hay un montón de añoranza y énfasis en aquellas emociones esperando la llegada del jugador que portaba la pelota. Eran instantes donde “tener un balón” significaba poder gozar y repartir el gozo multiplicándolo en el juego:

“Tener un balón, Dios mío.

Qué planeta de fortuna.

Vamos a los Arenales:

cinco hectáreas de desierto,

cuadro y recuadro del puerto…”

Sólo es un objeto esférico que encierra una porción de aire, pero también es un invento mágico que alguien hizo volar para esparcir su incesante llamada de búsqueda y dominio. Muchos de nosotros continuamos persiguiendo aquel balón que Gerardo Diego soltó sobre los Arenales de Maliaño.
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