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jueves, 6 de enero de 2022

El 'retroceso' endemoniado de Laureano Ruiz


Laureano, gimnástico, marcado con el círculo en 1962

La dinámica del fútbol es tan básica como el secreto de la existencia. Todo es cuestión de crear y destruir. El delantero esboza ideas y ejecuta acciones generando espejismos que ocultan sus verdaderos propósitos. Es el creador. El defensa acosa las voluntades de sus rivales y las reduce a fracasadas intentonas. Es el destructor. Uno es un artista, el otro, una especie de bárbaro. Dicen que los futbolistas con talento tienen un don, y los destructores simplemente carecen de él. ¿Pero qué pasa cuando un creador utiliza su arte para destruir? ¿Es un ángel que se convierte en demonio?

Un ángel con el balón

Laureano Ruiz Quevedo (Escobedo de Villafufre, Cantabria, 1936), fue un ángel con el balón. Con excelentes condiciones técnicas, como futbolista tuvo una gran visión que facilitaba el orden táctico de sus compañeros. Jugó en el Unión Club (1951-52), Rayo Cantabria (1954-57 y 1957-58), Racing (1956-57 y 1958-59), Jaén (1959-60), Laredo (1960-61) y Gimnástica de Torrelavega (1961-65), pero fue como entrenador cuando más sobresalieron sus cualidades, algo hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que, siendo jugador juvenil, ya dirigía a un equipo de barrio donde se encontraba Vicente Miera. Años después, como jugador del Rayo, fue el seleccionador juvenil y aficionado de Cantabria, y siendo jugador gimnástico, protagonizó una de las anécdotas más curiosas, porque entrenaba a dos clubes, el Rayo y El Sardinero, dándose la circunstancia de que ambos llegaron a la final del Torneo de Barrios de 1962 donde por decoro se ausentaría de ambos banquillos. Su carrera simultánea de jugador y entrenador continuó con la excepcionalidad de jugar en la Gimnástica y dirigir a los infantiles del Racing que conquistarían en 1965 el primer campeonato de España del club santanderino.

La revolución del rondo

Laureano fue un genio en la difícil tarea de inculcar a los jóvenes conceptos futbolísticos que no sólo marcarían el destino de extraordinarios futbolistas, sino que revolucionarían el fútbol español. Está considerado como el creador del estilo vistoso y eficaz que tanto ha caracterizado al Barcelona. Dicen por Cataluña que el fútbol de toques y pases constantes para mantener el balón encandiló a Johan Cruyff cuando éste era jugador del Barcelona y Laureano dirigía a los juveniles del conjunto catalán con los que conquistó el campeonato de España en seis ocasiones. Laureano empleaba un eficaz ejercicio con sus chavales para practicar aquel fútbol basado en el arte del desmarque y que se extendería rápidamente por toda España. Era el rondo, una práctica donde los futbolistas tienen que combinar entre ellos los pases mientras les acosan uno o dos jugadores que obligan a soltar con rapidez la pelota. Con Laureano se gestaría ese fútbol dinámico de toques y de posesión de balón que haría famoso al equipo catalán con la personificación de Johan Cruyff y luego con Guardiola, circunstancia que el mismo club azulgrana ha reconocido en diversos actos de homenaje que le han brindado en Barcelona.

Sistema para desquiciar

Pero Laureano, que llegó a dirigir al primer equipo del club catalán en la temporada 1975-76, teniendo entre sus jugadores a Johan Cruyff, también tuvo una época donde aplicó su talento a la destrucción endemoniada, y si inventó el rondo para jugar como los ángeles, también ideó el más odioso sistema para desquiciar la creatividad de los rivales: ‘el retroceso’.

Eran tiempos en los que Lauri jugaba en la Gimnástica de Torrelavega (1961-65), una etapa donde los torrelaveguenses solían jugar la fase de ascenso a Segunda División, algo que hicieron en 1962, 1964 y 1965. Tal y como explicó el mismo Laureano en una reunión de veteranos en 2008, la maniobra de ‘el retroceso’ consistía en que cuando el equipo jugaba fuera de casa y Laureano recibía el balón en campo contrario, sorprendía a todos conduciendo la pelota hacia su propia área y se paraba pisando el balón a esperar a los rivales. Cuando éstos, desconcertados, corrían hacia él, Laureano cedía el balón a su portero que lo recogía con las manos (aún no se había prohibido hacerlo). La jugada se prolongaba cuando el guardameta devolvía el balón a Laureano que repetía la operación. ‘El retroceso’ tenía sus variantes, como cuando la Gimnástica se enfrentó al Numancia en Soria. Después de la décima vez en que se practicó ‘el retroceso’, cuando casi todos los numantinos iban a atacar a Laureano, éste, en vez de ceder el balón al portero, lo adelantó a Fredo Alonso (Marquitos II) que estaba desmarcado, anotando el gol de un valioso empate.

Claro que ‘el retroceso’ también tenía sus inconvenientes, tal y como me lo contó uno de sus protagonistas, el guardameta y cómplice de la jugada, Gerardo Nárdiz, que defendía la portería gimnástica en un partido contra el Sestao en 1963. En la enésima vez que Nárdiz y Laureano se intercambiaron el balón, el público de Las Llanas, desquiciado, comenzó a amenazar al guardameta cántabro y la Guardia Civil tuvo que escoltarle el resto del encuentro que terminó como quería la Gimnástica, con empate a cero.

 Entre el ensueño y el ‘retroceso’, Laureano nos recuerda que crear y destruir forman parte indisoluble del fútbol y de la propia existencia.


martes, 10 de agosto de 2021

El oro olímpico de un alquimista

Amavisca
El mérito del fútbol español estuvo descansando demasiado tiempo en el colchón de la furia de Amberes. “A mí el pelotón,
Sabino, que los arrollo”, decía Belauste yendo al remate. Y la jugada acabó bien en aquellos Juegos Olímpicos de 1920 que elevaron el prestigio deportivo del país al valor de la plata.Pero el disco de la furia se fue rallando poco a poco. En 1964, el gol de Marcelino a los ‘rojos’ de la Unión Soviética recuperó la estima nacional, pero un triunfo global seguía siendo un sueño para los aficionados españoles, hasta que aquel jugador polaco, Marek Kozminski, echó la pelota a córner cuando se iba a cumplir el último minuto de un partido que se asomaba a la prórroga. Era el sábado, 8 de agosto de 1992 y la selección española, dirigida por Vicente Miera, estaba disputando la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona. El Nou Camp había establecido el récord de asistencia aquel día con 95.000 espectadores y ‘Chapi’ Ferrer se disponía a lanzar aquel saque de esquina.

Vicente Miera (Santander, 1939) decidió en los años setenta dedicarse a entrenar y tras hacerlo en varios clubes, fue nombrado ayudante del seleccionador, Miguel Muñoz, asistiéndole en el Campeonato de Europa de 1984 y en el Mundial de 1986. Fue su primer contacto como técnico de la selección y el 24 de mayo de 1991 sucedió a Luis Suárez al frente del equipo nacional. No tuvo suerte el de Nueva Montaña porque la selección no consiguió clasificarse para la Eurocopa del 92 y fue sustituido por Javier Clemente. Como Miera tenía contrato en vigor, Villar le designó seleccionador olímpico.

'La quinta del Cobi

Con las buenas vibraciones de haber perdido sólo un encuentro de preparación, aquel grupo de jóvenes futbolistas, que sería conocido como “la quinta del Cobi”, se concentró en Cervera de Pisuerga antes de viajar a Valencia, donde disputaría la fase de grupos. Miera se llevó a 20 jugadores, entre ellos al cántabro José Emilio Amavisca y a otros dos que años después serían jugadores del Racing: Billabona y Manjarín.

Colombia fue el primer rival de España, y aunque los americanos eran uno de los favoritos, cayeron con goleada a cargo de Guardiola, Quico (2) y Berges. Luego le tocó el turno a Egipto, que también perdió con tantos de Solozábal y Soler, asegurándose el pase a los cuartos de final, y finalmente derrotó a Qatar con dos golazos de Alfonso.

En los cuartos de final, y como campeón de grupo, España se enfrentó a Italia en un partido muy igualado que desequilibró el gol de Quico, y en las semifinales, el rival fue Ghana, que recibió los goles de Guardiola y de Berges.

La gran final

Miera nombraría en la final de Barcelona a los elegidos: Toni; López, Abelardo, Solozábal, Ferrer; Guardiola, Quico, Berges, Lasa; Luis Enrique y Alfonso. Todo iba bien, hasta que en el minuto 45 de la primera parte, López no pudo controlar el balón y Kowalczyk se aprovechó para marcar el 0-1. Era el primer gol que la selección recibía en toda la competición, un gol que además del error se anotaba en el noqueador minuto que te invita a regresar al vestuario con la cara de tonto. Fue un mazazo.

En la segunda parte, Vicente Miera quiso despertar a sus hombres y lo hizo con una sustitución providencial. Llamó a José Emilio Amavisca para entrar por Lasa y dar vida a las bandas. El empate vino como consecuencia de una falta sobre el laredano que culminó un remate de cabeza de Abelardo. Seis minutos más tarde, con Amavisca dando más movilidad al ataque, Quico le robó la cartera al central y puso por delante a España, hasta que una distracción defensiva proporcionó a Polonia las tablas por medio de Staniek.

La prórroga daría más épica a aquella final, pero antes Ferrer tenía que sacar el córner. Su lanzamiento lo intentó rematar Quico, distanciado del primer palo de la portería, pero se cayó y no pudo tocar el balón que se dirigió a la media luna del área donde estaba Luis Enrique. El asturiano sacó un trallazo con la izquierda que rebotó en un defensor polaco. Entre la nube de jugadores que había en el área, el balón le llegó a Quico que acababa de levantarse, recibiéndolo con su izquierda y rematándolo con la derecha a la red para abortar la prórroga.

El mérito del fútbol español despertó aquel día de la hazaña de Amberes. Cuando Amavisca saltó al campo, Miera no le dijo nada de que arrollara a los polacos, como Belauste, pero el que años después sería jugador del Racing hizo alquimia convirtiendo en oro la plata desgastada de una furia a la que ya no haría falta recurrir.

sábado, 20 de febrero de 2021

Los malditos postes cuadrados



Enrique Orizaola, entre los jugadores y con corbata, durante su etapa de entrenador del Barça.

Dicen que son tan neutrales como los árbitros, aunque en sus rebotes se esconda una misteriosa intención. Son madera de árboles muertos, pero se levantan en el campo como monumentos vivos de la obsesión. Los postes de las porterías del estadio de Wankdorf de Berna también tenían vida, sobre todo aquel 31 de mayo de 1961, en plena final de la Copa de Europa. Sus aristas fueron aliadas del guardameta portugués, Costa Pereira, y arruinaron la ilusión de un entrenador cántabro que estuvo a punto de entrar majestuoso en la historia del C. F. Barcelona. Pero el potente disparo de Kubala se estrelló en el palo derecho, recorrió la línea de gol, pegó en el poste izquierdo y, manso como un perrito faldero, fue a parar a las manos de una cruel derrota.

Quién lo iba a decir cuando empezó a dar las primeras patadas al balón. Enrique Orizaola Velázquez (Santander, 1922-2013) se había encontrado por fin con esa oportunidad que esperan todos los entrenadores de fútbol. El 12 de enero de 1961 fue presentado oficialmente como responsable técnico del C. F. Barcelona, sustituyendo al serbio Ljubisa Brocic que había dimitido por los malos resultados. Orizaola, tras ser jugador y entrenador de varios equipos en Cantabria, entre ellos el Racing, continuó mostrando su eficacia en el Real Jaén (1958-59) y el Real Murcia (1959-60). Desde el conjunto murciano, el C. F. Barcelona pudo comprobar la seriedad de su sistema de trabajo cuando ambos equipos se enfrentaron en la Copa del Generalísimo.

Entrenador del Barcelona

El club catalán le contrató como segundo entrenador de Ljubisa Brocic, a quien ayudó a obtener el título nacional que se le exigía en España. Y pocos meses después de la dimisión de Brocic, el santanderino había llegado a la final soñada del barcelonismo. El equipo no estaba haciendo una buena temporada, pero en la Copa de Europa las cosas eran diferentes. Ya con Orizaola en el banquillo, el Barça eliminó por primera vez al rey absoluto de la competición, el Real Madrid, que había ganado las cinco primeras ediciones y seguía amenazando con la supremacía total en la competición. En los cuartos de final, el checoslovaco Spartak Hradec de Kralove no fue rival para los catalanes. Otra cosa serían las semifinales contra el Hamburgo, donde destacaba el célebre Uwe Seeler. Ante la igualdad de ambos equipos, hubo que jugar un tercer partido que se disputaría en Bruselas y que terminaría con la victoria azulgrana, gracias a un valiente cabezazo del brasileño Evaristo.

La primera final de la Copa de Europa

Con aquella emoción, el Barcelona, se había clasificado para su primera final en la Copa de Europa que jugaría contra el Benfica. Era la final de las tres bes (Barcelona, Benfica y Berna), según titulaba Carlos Bribián en su crónica del ‘Kölnische Rundschau’. Sus jugadores saltaron al estadio de Wankdorf con bastante optimismo y motivación, aunque dos de ellos se mostraban recelosos de sus porterías de postes cuadrados. Eran los húngaros Kocsis y Czibor, que siete años antes habían jugado en el mismo lugar la final del Mundial que Alemania ganó a Hungría, y en donde los postes repelieron dos disparos de la selección magiar. Desde los primeros minutos, el equipo español se mostró superior. En el minuto 20, Luis Suárez, que había sido Balón de Oro en su última edición, lanzó un centro medido a Kocsis que cabeceó para establecer el uno a cero. Pero diez minutos después, dos fallos de Ramallets dieron la vuelta al marcador, con uno de los goles “fantasma” que se dio por bueno cuando el balón botó en la misma línea de meta.

La aciaga segunda parte

En la segunda parte, el Barcelona mejoró su juego y presionó la portería rival, pero en un contraataque, los portugueses anotaron el tres a uno. Aún quedaba más de media hora de partido, y el conjunto español reaccionó en un alarde de bravura y juego brillante con constantes oportunidades. En una de ellas, Kocsis remató de cabeza a puerta vacía y el balón se estrelló en el palo. Tres minutos después, Kubala disparó desde la frontal del área y el balón pegó en el palo derecho, luego en el izquierdo y volvió al campo. A 15 minutos del final, llegaría el segundo gol del Barcelona, anotado por Czibor. El Barça siguió con su trepidante ritmo de acoso, con aglomeración de defensores, saturación de saques de esquina y paradas excepcionales del portero luso. En una de las últimas ocasiones, Czibor estrelló otro balón en el palo para la desesperación del húngaro que al final del partido rompió a llorar con Kocsis maldiciendo la derrota y aquellas porterías. Ninguno de ellos creyó nunca que aquellos postes cuadrados eran tan neutrales como los árbitros. Lo sabían. Tenían vida, odiaban a los húngaros.

Adiós a los postes cuadrados

Después del partido, los dirigentes de la UEFA solían organizar una cena con los jugadores de los equipos finalistas, y durante la velada, Enrique Orizaola expuso ante los representantes federativos la conveniencia de que los postes fueran redondos, no sólo porque entonces el Barcelona hubiera ganado la final, sino también por la seguridad de los jugadores que corrían el riesgo de chocarse con las aristas. Mes y medio después, la UEFA hizo caso a Orizaola y prohibió los postes cuadrados que en aquella final arruinaron la ilusión de un entrenador cántabro que estuvo a punto de entrar majestuoso en la historia del C. F. Barcelona.


miércoles, 13 de enero de 2021

El prisionero inglés que impulsó el fútbol

El 6 de abril de 1921, vestido con traje azul, guantes blancos, sombrero hongo y fumando en pipa, llegaría a Santander Frederick Beaconsfield Pentland, más conocido como Mr. Pentland. El hombre que popularizó al ‘míster’ como sinónimo de entrenador de fútbol fue el primer técnico serio y con conocimientos que tuvo el Racing y quizás el primero de esas características que llegó a España.

Se sabe que su labor y sus métodos convirtieron al Racing en un equipo de verdadera entidad, pero es menos conocida la impactante experiencia que antes de llegar a Cantabria desarrolló durante los cuatro años que estuvo prisionero en un campo de concentración alemán con motivo de la I Guerra Mundial.

 El periodista Jon Rivas, en su biografía sobre Pentland titulada ‘El prisionero de Ruhleben’, profundiza en aquella etapa. Tras abandonar el fútbol profesional debido a una lesión, Pentland comenzó a entrenar al Halifax Town F. C., el equipo donde había sido jugador, y enseguida recibió una tentadora oferta para dirigir a la selección alemana de fútbol con vistas a prepararla para los Juegos Olímpicos de Berlín previstos para 1916. Pero un mes después de su llegada en 1914 se produjo el atentado de Sarajevo y Gran Bretaña entró en guerra contra Alemania.

Un hipódromo, campo de concentración

Cientos de británicos que se encontraban en el país comenzaron a ser apresados y conducidos al hipódromo de Ruhleben, a unos diez kilómetros de Berlín, donde se improvisó un campo de concentración que llegó a contar con 4.000 hombres. El hipódromo tenía una superficie de diez hectáreas, once establos donde se alojaron los prisioneros, un edificio administrativo, un restaurante, un ‘Tea-House’, tres gradas y una larga pista de carreras cuya zona central era perfecta para jugar al fútbol, pero que no era accesible a los reclusos.

Fue el empeño de Pentland y de otros compañeros que habían sido futbolistas, los que por fin consiguieron el permiso para jugar en marzo de 1915. Entonces los ingleses crearon la ‘Ruhleben Football Association’ para organizar equipos y campeonatos, asociación que tuvo como presidente al mismo Pentland y cuyo primer balance daría lugar a la creación de dos divisiones con catorce clubes en cada una de ellas y una competición de Copa. El trabajo realizado por Fred Pentland fue digno de elogio. Elevó la moral de sus compatriotas gracias a una excelente organización deportiva que mantuvo la actividad, la forma física de 453 jugadores y el interés de unos hombres que se salvaron de la desesperación a la que suele conducir el ocio del confinamiento.

Otra forma de elevar la moral fue la creación de una revista del campo donde Pentland comenzaría su costumbre de escribir artículos periodísticos, costumbre que continuaría en Santander y en otras localidades, donde ejercería como entrenador, y en donde expondría sus ideas, siempre con un propósito didáctico.

Amberes, Pagaza y el Racing

Tras acabar la guerra, Mr. Pentland regresó a Inglaterra en enero de 1919 y pronto fue reclamado para dirigir a la selección nacional de Francia con vistas a los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920. Allí conoció al racinguista Pagaza que le animó a que fichara por el Racing, abriéndole el camino para venir a España.

Después de entrenar al Racing lo hizo en el Athletic Club (1922-25), el Athletic madrileño (1925-26), el Oviedo (1926-27), el Arenas de Guecho (1927-28) y de nuevo al Athletic madrileño (1928-29 y 1933-35) y el bilbaíno (1929-33), donde consiguió los mayores éxitos: dos Ligas y cinco Copas. También en 1929 fue el seleccionador del equipo español que ganó a Inglaterra en su primera derrota por una selección no británica y dirigió en 1930 a la selección española en un par de partidos por encargo del seleccionador, José María Mateos.

El fin de una etapa

Las tensiones laborales, políticas, actos terroristas y asesinatos que se vivían en los estertores de la II República, le animarían a regresar a su patria en junio de 1936 desde el puerto de Santander, embarcando en el ‘Iberia’ con destino a Southampton en compañía de su esposa Nahneen Yvonne y su hija Ángela

A veces la buena suerte se disfraza de fatalidad. Permanecer cuatro años en una prisión alemana no fue un infortunio. El mismo Pentland reconocería que si no hubiera sido por la lesión que le convirtió en entrenador y que le llevó a Alemania, quizá se hubiera encontrado entre los millones de hombres que murieron en la Gran Guerra. Bendita lesión para Pentland, para el Racing y para el fútbol.


domingo, 3 de enero de 2021

El partido más largo



Formación del Laredo en el partido contra el Guecho. De izquierda a derecha, José Luis, Ignacio, Nando Laya, Susi, Amavisca y Cano Llata. Agachados, Varona, Docal, Javi Laya, Santos y Sito.

Me cuentan que el récord Guinness del partido de fútbol más largo de la historia tuvo lugar en Chile en 2016. Duró 120 horas, con el apretado resultado de 505-504. Pero en Cantabria se disputó un partido cuyo pitido inicial se produjo el 23 de enero de 1977 para escuchar el del final dos meses después, el 23 de marzo. El C. D. Laredo, con su rival, el C. D. Guecho, fueron los protagonistas. Fue una historia de nerviosismo, despropósitos y persecución arbitral hacia los cántabros cuyo recuerdo no se olvida con facilidad.

El campeonato de Liga de Tercera División vivía momentos históricos en la temporada 1976-77. La Asamblea General del fútbol español había decidido crear una nueva categoría, la Segunda B, de tal manera que los cuatro grupos de Tercera que existían iban a tener una profunda transformación. Sólo los clasificados entre el segundo y el décimo puesto optarían por jugar en Segunda B (los primeros ascenderían a Segunda), así que la tensión competitiva en los campos se incrementó.

El cierre de San Lorenzo

El 2 de enero de 1977, el ‘Charles’ recibía en los campos de San Lorenzo al Guernica. Cuando los vascos ganaban 0-1, un espectador saltó al campo para agredir al árbitro, Osoro Garay. Era el minuto 20 y los intentos de agresión se repitieron hasta que el colegiado decidió suspender el partido. El Comité de Competición castigó al Laredo dando por finalizado el encuentro con la victoria de los visitantes y cerrando San Lorenzo para el partido contra el C. D. Guecho del 23 de enero.

El partido contra el C. D. Guecho

El Racing abriría las puertas de los Campos de Sport a los pejinos para ese partido que resultó muy reñido, con una actitud del colegiado, el guipuzcoano Garagorri Lángara, que constantemente parecía guiarse por un espíritu de venganza en desagravio del compañero que arbitró en Laredo. Anuló un gol al laredano Varona y aún así, el conjunto cántabro, dirigido por Abel, fue superior en la segunda parte gracias al tesón de sus jugadores. En el minuto 77, Cano Llata botó un córner, Docal entró al remate y el portero Salaverría, descolocado en su salida, despejó con suavidad para que Nando Laya rematara de cabeza el gol cántabro.

Minutos después, el jugador del Guecho, Ayesta, se ayudó con la mano en el área laredana y en el cruce con un defensor, cayó al suelo. El árbitro señaló penalti. Los aficionados laredanos que se acercaron a El Sardinero elevaron sus niveles de adrenalina que rebosarían cuando el extremo del Guecho, Gonzalo, erró el lanzamiento por encima del larguero y la alegría de los hombres de Abel se convirtió en indignación, ya que el árbitro mandó repetir el penalti al observar que los defensores locales habían entrado en el área antes del lanzamiento. Como consecuencia de las protestas, Garagorri expulsó al capitán Ignacio y luego se produjo una invasión del campo que llegó a agredir al colegiado. El partido se suspendió cuando faltaba un minuto y ocho segundos para su finalización. El Comité de Competición sentenció que debería de lanzarse el penalti y jugarse, esta vez en San Mamés y a puerta cerrada, los sesenta y ocho segundos que faltaban.

Reanudación en San Mamés

Después de un aplazamiento debido al secuestro del general Villaescusa por el Grapo y la matanza de los cinco abogados laboralistas de Atocha que desaconsejaban la organización de eventos, el partido se reanudaría el 23 de marzo. Sólo unas veinte personas pudieron ver cómo de nuevo el jugador del Guecho lanzaría fuera el penalti, y cómo de nuevo, el árbitro, en este caso el vizcaíno Izaguirre, mandaría repetir el lanzamiento por entender que el portero, José Luis, se había movido antes del disparo.

Finalmente, el gol del Guecho subió al marcador, aunque se quedó a un punto de estrenar la Segunda B. El Laredo, por su parte, descendió a la categoría regional. Su presidente, José Luis Alonso, no tuvo reparos en reconocer que aquel partido, el más largo que se recuerda, fue “un atraco a mano armada”.

sábado, 29 de agosto de 2020

El periodista que hizo una alineación de la selección

Carlos Bribián
Es algo que soñamos todos los aficionados al fútbol, hacer la alineación de nuestro equipo, atributo exclusivo del entrenador. Pero hubo un periodista cuya autoridad y conocimiento convencieron a un seleccionador nacional para elegir a los once jugadores que saldrían al campo.

La selección española había logrado ser campeona de la Copa de Europa de Naciones (1964) y se había clasificado, con ciertos apuros, para la fase final del Mundial de Inglaterra. Pero el debut mundialista fue un fracaso. Argentina puso en evidencia al equipo español al que ganó (2-1) y dos días después, aunque en un mal partido, el equipo de Villalonga se impuso a Suiza (2-1). Sin embargo, para clasificarse para los cuartos de final había que ganar necesariamente a la selección alemana, un equipo demasiado potente que además sólo necesitaba un empate para pasar a la segunda fase del torneo.


En el Pen Hall Hotel de Sutton Coalfield, a pocos kilómetros de Birmingham (Inglaterra), el entrenador Benito Díaz cogió de la mano a Carlos Bribián y le llevó al comedor. Sentados alrededor de una mesa le esperaba el seleccionador nacional, José Villalonga, acompañado de otros periodistas, entre ellos los famosos Antonio Valencia y ‘Cronos’. Bribián era corresponsal en Alemania y conocía al dedillo al conjunto germano de Seeler y Overath, de Schnellinger y Held, y en donde llamaba la atención un joven medio de ataque que se apellidaba Beckenbauer. Todos coincidían en que si alguien conocía los secretos de los alemanes era Bribián. Por eso Benito Díaz se dirigió a Villalonga y le dijo sin preámbulos: “Pepe, que te diga Bribián quién a su juicio tendría que jugar”.

Alineación revolucionaria


Villalonga anhelaba consejo e información para contrarrestar el juego de sus rivales y por eso escuchó atentamente a Carlos Bribián, un periodista experimentado y muy respetado que, además de ser corresponsal deportivo de ‘Marca’ y jefe de redacción en la radio pública alemana, había sido futbolista profesional y entrenador. Bribián comenzó a explicar las características y puntos débiles de cada uno de los seleccionados y propuso a Villalonga una alineación revolucionaria, con cinco cambios con respecto a las alineaciones anteriores que dejaba en el banquillo a hombres como Suárez, Del Sol, Ufarte, Peiró y Gento. Y Villalonga aceptó la propuesta del periodista.

Alineación que jugó el partido contra Alemania
Equipo que se enfrentó a la selección alemana



El partido contra los alemanes se jugó en el Villa Park de Birmingham el 20 de julio de 1966. Saltaron al terreno de juego Iríbar, Sanchís, Gallego, Reija, Glaría, Zoco, Amancio, Adelardo, Marcelino, Fusté y Lapetra. La idea era sorprender a los rivales desde el primer minuto, y el objetivo se logró cuando a los 25 de comenzado el encuentro, Lapetra pasó en profundidad a Fusté y éste, tras prepararse el balón con el pecho, empalmó un disparo a media altura que batió al guardameta Tilkowski. España había cambiado su imagen. Tuteaba a los alemanes y estaba haciendo un excelente partido, hasta que llegó el minuto 39 y se produjo el gol más inverosímil. Emmerich, casi desde el córner, lanzó el balón hacia el área y mientras se elevaba se enroscó en un extraño efecto colándose por la escuadra que defendía Iríbar. Aquel gol desmoralizó a los españoles que en la segunda parte se vinieron abajo empujados por el potencial físico de sus rivales, pero ofreciendo una imagen de dignidad a pesar del segundo gol encajado, obra de Uwe Seeler.

El mejor partido de España


La selección nacional perdió 2-1 y quedó eliminada del Mundial tras aquel partido, curiosamente el mejor de los que disputó en la competición.

Hoy, desde su casa en Ontoria (Cabezón de la Sal), Carlos Bribián reposa sus recuerdos y mantiene el orgullo de periodista ejemplar. A gala lleva el hecho de que ninguna de las informaciones que escribió en su larga trayectoria haya sido desmentida, además de haber presentido con su olfato profesional acontecimientos históricos como los atentados en la villa olímpica de Munich o el conflicto bélico de la antigua Yugoslavia. Futbolista, entrenador, periodista y escritor (fue finalista del Premio Planeta en 1959), Carlos Bribián, con sus 94 años, sigue leyendo la prensa con espíritu crítico y bolígrafo en ristre, mientras se recrea contando historias deportivas de antaño gracias a su buena memoria, como la de haber hecho una alineación de la selección española. Un honor que muy pocos pueden lucir.

martes, 4 de agosto de 2020

Luis Gutiérrez Dosal, el cántabro que engrandeció al fútbol mexicano



Cuando murió, la ciudad se paralizó. Nunca se vio un cortejo fúnebre tan frecuentado ni sentido. Presidente del C. D. Toluca, Luis Gutiérrez Dosal había sido un próspero comerciante, agricultor, industrial y banquero que se convirtió en el hombre clave del progreso de sus conciudadanos, porque no sólo creó riqueza, sino que supo repartirla con generosidad. Así que los jugadores de su equipo no se iban a conformar con rezar una oración antes del partido o atarse un brazalete negro en señal de luto. La muerte de don Luis había sido algo más profundo y doloroso para todos. Y allí, durante uno de los entrenamientos en el histórico estadio de la Bombonera, en ese campo que se compró y remodeló gracias a su vocación de mecenas deportivo, los jugadores reunieron su consternación para conjurarse en dos compromisos: no jugar el primer partido de campeonato como muestra de duelo y regalar a su presidente algo que jamás se había conseguido, quedar entre los tres primeros de la clasificación.

La historia de los cántabros con el Club Deportivo Toluca de México merece un punto y aparte. El astillerense Nando García, el jugador internacional racinguista que recayó en México para la gloria del fútbol de aquel país, fue uno de los grandes entrenadores del conjunto toluqueño. Otra de las aparentes casualidades que une a este club con Cantabria es la creación del equipo santanderino que llevó su nombre, sus camisetas y su escudo durante treinta años y, durante una temporada, por varias ciudades españolas luciendo a sus famosos exinternacionales: Marquitos, Pachín, Mateos, Atienza y Pantaleón.

Natural de Casamaría (Herrerías)

Luis Gutiérrez Dosal, un montañés nacido en los años finales del siglo XIX en Casamaría, pequeña localidad del municipio de Herrerías, emigraría a América, estableciéndose en Toluca, la capital del estado de México, en 1920. La situación económica del país, después de la revolución, no era la más adecuada para la prosperidad, pero se fue abriendo camino. Su primer trabajo fue de despachador en la Compañía Nacional Alcoholera. En 1928 emprendió sus primeros negocios con un destacado impulso emprendedor y una gran visión. En 1934, al descubrir que los productores lácteos tenían grandes pérdidas por no saber aprovechar el mercado, puso en marcha la primera pasteurizadora de leche de México. En los años cincuenta, cuando la agricultura comenzó a pasar de manos de terratenientes a campesinos, Gutiérrez Dosal potenció el sector consolidando centros de almacenamiento de maíz y garantizando a los campesinos la compra de las cosechas. De esta manera evitó la pérdida de toneladas de alimento y ayudó a establecer un precio de garantía. Esta medida supuso la creación de un ambiente de seguridad y confianza entre los productores al tener asegurado la compra del grano. Además, solicitó a la Secretaría de Hacienda la concesión para crear un fideicomiso bancario para apoyar a los campesinos y ganaderos de la región.

Presidente del C. D. Toluca

No faltaría su decidido apoyo al equipo de Toluca, que tras alcanzar la Segunda División en 1951, logró ascender a la máxima categoría por primera vez en 1953, un hito deportivo muy celebrado que sin embargo ofrecía un panorama incierto, ya que los modestos dirigentes del club no tenían recursos para mantenerse en la categoría. Fue cuando Gutiérrez Dosal se incorporó al club, siendo elegido presidente. Reestructuró la plantilla, remodeló el pequeño estadio dando origen a la famosa Bombonera, logró el primer título al obtener la Copa de México en 1956 y se mantuvo en el cargo hasta su muerte, el día de San Juan de 1959.

Los jugadores del C. D. Toluca cumplieron con la promesa de no jugar el primer partido de campeonato, pero no pudieron ser terceros, ya que se les dio por perdido aquel encuentro y quedaron a un punto del tercer lugar, detrás del Guadalajara, el América y el Atlas. Pero los herederos del equipo no desilusionarían a Gutiérrez Dosal. Desde que éste puso las bases para la creación de un gran club, siempre se mantuvo en Primera y en 1967 conquistó su primer título de Liga.

Nando García acabó su contrato como entrenador del Toluca con la muerte de Gutiérrez Dosal y en ese mismo año, en 1959, las camisetas del club llegaron a Santander para vestir a un nuevo equipo. También llegarían a Cantabria alguno de sus nueve hijos que tuvo con su segunda mujer, Juana Querejeta, y en la iglesia de tradición gótica de Casamaría, dedicada a la Virgen de Loreto, aún se mantiene en alto, junto a un farol que la alumbra, una placa de mármol que recuerda que el templo fue reconstruido en 1948 por Luis Gutiérrez Dosal, el montañés que engrandeció al fútbol de México y que no sólo creó riqueza, sino que supo repartirla con generosidad.

miércoles, 3 de junio de 2020

La aventura española de Patrick O'Connell

Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell vistió uniforme en la I Guerra Mundial, sufrió la locura de la independencia de Irlanda y sepultó su etapa de jugador de fútbol embarcando hacia el sur. Durante la navegación sentía cómo en las islas se quedaba el glorioso partido de los nueve hombres y medio, el escándalo del amaño contra el Liverpool, la denuncia de sus compañeros del Manchester United… y cuando desde el barco, la línea del horizonte comenzó a perfilar la costa del norte de España, sabía que allí nacería un hombre nuevo. Tenía entonces 34 años.

Llegada a Santander

O’Connell llegó a Santander el 10 de noviembre de 1922, cuando el Racing también se preparaba para afrontar una nueva etapa. El fútbol cántabro había tomado la decisión de independizarse del egocentrismo excluyente del vizcaíno, poniendo en marcha su primer campeonato donde, además del Racing, participaría su equipo filial, el New Racing. Como anteriormente había hecho Mr. Pentland, O’Connell puso sus ojos en los más jóvenes y se entusiasmó con ellos. Comprendía que eran el futuro del club y comenzó a diseñar ese futuro en los entrenamientos. Dirigía al Racing y al New Racing con un tacto exquisito. Trataba de evitar el agotamiento y la exigencia, sabiendo que ninguno de los jugadores era profesional. Aún joven, enseñaba con el ejemplo y deslumbraba con sus carreras, con su técnica, y con su disparo. Incluso la directiva quiso incorporarle al club como jugador, pero en España aún se mantenía la prohibición de que jugaran extranjeros, aunque actuó en varios partidos amistosos. Quería que se jugara al primer toque, que se erradicaran los individualismos en el recorrido de la pelota y que cada uno de los futbolistas se mentalizara en la acción colectiva del equipo. Y su trabajo fue dando resultados. Consiguió que el Racing ganara aquella fase clasificatoria para crear la Primera División, dirigiendo al equipo en el primer campeonato de la Liga española. Fueron los grandes logros deportivos del Racing.

Toros con José María de Cossío

Los siete años que pasó en Santander enriquecieron su vida personal. Se empapó de la idiosincrasia española. Disfrutó de la buena mesa, de los excelentes vinos, de la amistad con los jugadores. Entabló amistad con José María de Cossío, entonces directivo del Racing, de quien se contagió de la afición a los toros, asistiendo a las corridas, e incluso, vestido con chaqueta corta, participando en varias capeas. Pero sobre todas las cosas, su vida se enriqueció recuperando el amor. Se enamoró de una muchacha irlandesa y católica, Ellen, institutriz que la Reina Victoria tenía para atender al príncipe y a los infantes en el Palacio de la Magdalena.

El éxito sevillano

Tras su éxito en el Racing, fichó por el Real Oviedo y en 1932 viajó a Sevilla, otra de las ciudades que siempre llevaría en su corazón, donde escribió con grandes letras el nombre del Betis en la historia del fútbol español, porque en un partido memorable disputado en Santander contra el Racing, los sevillanos conquistarían el campeonato de Liga. Aquel éxito fue el más importante que obtuvo en España y el que le lanzaría para entrenar al F. C. Barcelona. Fue cuando la locura de la guerra del 36 volvió a interrumpir su progresión. Había sobrevivido a otras guerras, ¿por qué no a ésta? Viajó a México y a Nueva York con su nuevo equipo para jugar varios partidos amistosos, y cuando regresaron a España, sólo volvieron Calvet, Mur, Amorós y O’Connell. Y el irlandés aguantó en Barcelona a pesar de los bombardeos que también destrozaron la sede del club. Cuando vino la paz, O’Connell volvió a Sevilla, con su Betis, prolongando los días felices y ascendiendo a este equipo a Primera División. Luego fichó por el Sevilla C. F., consiguiendo el subcampeonato de Liga en la temporada 1942-43.

Los tiempos del infierno comenzaron a arder cuando de nuevo regresó al Betis, porque en la temporada 1946-47, O’Connell sufrió la vergüenza de llevar a los sevillanos a Tercera División. En esa misma temporada también descendería el Racing, y el técnico irlandés compensó de alguna manera su pérdida de prestigio volviendo a entrenar al conjunto montañés. Fue un acierto porque los cántabros subieron a Segunda División.

La llegada de su hijo Daniel

Y regresó a Sevilla, donde fijó su residencia, y allí le visitó un día la personificación del pasado que siempre quiso olvidar. En Irlanda había dejado a su primera mujer, con la que había tenido cuatro hijos: Patrick, Nancy, Ellen y Daniel. Nunca había faltado el envío de dinero para sostener a su secreta familia irlandesa, pero el pequeño de sus hijos, Daniel, averiguó el paradero de su padre y se presentó en la ciudad andaluza. Sólo quería conocerle. La cita fue en el Parque de María Luisa y O’Connell fue frío como el hielo. Miró a su hijo con indiferencia y sus primeras palabras fueron para que le contara noticias del Manchester United. Luego le presentó en sociedad como si fuera su sobrino.

Nacer y morir no son verbos de una única vez. Bien lo saben aquéllos sobre los que soplaron vientos de guerra. Patrick O’Connell sepultó su etapa de entrenador y puso rumbo al norte, a Inglaterra. Vivió sus últimos años en casa de uno de sus hermanos, donde murió el 27 de febrero de 1959, en Saint Pancras, al norte de Londres.

lunes, 9 de septiembre de 2019

Tacoronte, el Marquitos que regresó de Holanda

Taco con la camiseta del Blauw Wit
Son los primeros años de los setenta. Antonio Alonso Imaz, ‘Tacoronte’, ya ha dejado el fútbol como jugador profesional, pero la sangre le mantiene cerca de los campos. Es el entrenador del Racing juvenil, el mejor equipo de Cantabria, y ha viajado con una verdadera selección de chavales de toda la provincia para participar en un torneo amistoso en Miranda del Ebro. Ha viajado con el autobús lleno y dispone de una veintena de jóvenes futbolistas para disputar el partido contra el Celta de Vigo. Ha llovido y el campo está embarrado, así que el fútbol que se practica no es vistoso. Los vigueses se han adaptado mejor al terreno de juego y están dominando el partido con claridad, adelantándose en el marcador y creando constantes oportunidades. En el descanso, el entrenador arenga a sus futbolistas, pero la visión del vestuario es algo esperpéntica, porque el discurso no ha levantado los ánimos, todo lo contrario. Entre las caras y las camisetas embarradas, Taco parece entrever la imagen de la derrota. Incluso él tiene problemas para identificar a sus jugadores con tanta hierba, lodo y decaimiento pegados a sus pieles. Sabe que tiene que hacer algo. Si pudiera, hasta cambiaba a todo el equipo. 

La saga de los Marquitos

Los Marquitos es que son así. Imprevisibles y decididamente resolutivos. El patriarca de la saga, Marcos Alonso Imaz, el gran Marquitos, fue el ariete que abrió el camino a sus hermanos, y todos ellos respondieron con ese temperamento enérgico no exento de calidad. Antonio se quedó con el apodo de ‘Tacoronte’ por capricho de su hermano mayor, aunque con Alfredo de por medio (Marquitos II), futbolísticamente fue identificado como Marquitos III. Con su fortaleza y seguridad en las tareas defensivas, Taco no tuvo problemas para entrar en la órbita del Racing, y tras jugar en los juveniles se incorporó al Rayo Cantabria (1957-59) que entonces dirigía Manuel Fernández Mora. Fue aquel Rayo de la tasa que goleaba a sus rivales con cinco o más goles (la tasa), capaz de concitar más espectadores que el propio Racing, e incluso ganarle en los partidos de entrenamiento. Y allí estaba ‘Taco’, con Laureano, Saro, Miera, Nando Yosu, Zaballa, Larrinoa y Chisco. Luego decidió ir a Madrid, al amparo de su hermano mayor que ya era una de las figuras del mejor equipo de Europa. 

En el filial del Real Madrid

Y ‘Taco’ se incorporó al conjunto filial, el Plus Ultra (1959-60), luego jugó cedido en el Cádiz (1960-61), siempre en Segunda División, y tras regresar al Plus Ultra, que había descendido a Tercera (1961-62), aceptó incorporarse al conjunto murciano del C. D. Abarán, contribuyendo al ascenso a Segunda en 1963 tras ser campeón del grupo décimo de la categoría y luego eliminar en la fase de ascenso al Racing de Ferrol y al Béjar Industrial. 

Con el Plus Ultra en Tercera y con las puertas cerradas para asomarse a un Real Madrid que seguía ganando títulos con futbolistas como Pachín, Zoco, Santamaría, Amancio, Di Stéfano, Puskas o Gento, Taco tomó la determinación de probar suerte en el extranjero, algo que entonces no era habitual, y se marchó a los Países Bajos para jugar en el Excelsior de Rotterdam (1963-64), un equipo de la Segunda División que durante bastantes años fue filial del Feyenoord y que le proporcionaría la oportunidad de debutar en Primera División en la temporada siguiente al fichar por el Blauw Wit de Ámsterdam (1964-66), un equipo incorporado al profesionalismo desde 1954, dirigido por el entrenador inglés Keith Spurgeon

Experiencia única

Los dos años en Holanda constituyeron una experiencia única para ‘Taco’, pero también le abriría la herida de la nostalgia por su tierra, regresando por ello a Cantabria para iniciar su carrera de entrenador. Y allí estaba, en Miranda del Ebro, con un equipo ensuciado de barro y decaimiento al que no reconocía. Le entraban ganas de cambiarlo por completo. Y de pronto se encendió la bombilla. ¿Y por qué no? Once jugadores nuevos se pusieron las camisetas empapadas, se maquillaron con tierra para camuflarse como guerrilleros y saltaron al campo, de forma clandestina, para remontar el resultado y ganar el encuentro. Hubo alguna sospecha con tímida protesta, pero la victoria fue para el Racing. Los Marquitos es que son así, imprevisibles y decididamente resolutivos.

jueves, 17 de enero de 2019

El racinguista de aquella selección vasca


Larrínaga con el equipo vasco, es el segundo agachado por la derecha.
La patria de las almas no tiene fronteras, aunque a veces vistan los colores de un equipo. Aquel jugador del Racing no quiso quedarse sin jugar tras estallar la guerra del 36. Como ocurrió en todo el norte de España, Enrique Larrínaga Esnal participó en varios de los partidos benéficos que se organizaban, en este caso, en Vizcaya. Pero José Antonio Aguirre, primer lendakari, y su ministro consejero, Manuel de la Sota, querían algo más. Con otros hombres vinculados al fútbol, darían forma a la idea del periodista Melchor Alegría de crear una selección de jugadores vascos para disputar partidos por Europa. El objetivo era recaudar fondos para la Asistencia Social del Gobierno vasco y dar a conocer la imagen de Euskadi en el exterior. Larrínaga, jugador internacional del Racing, sería uno de los futbolistas claves que se embarcaría en aquella aventura.

De Sestao a Basauri

Enrique nació en 1910 en Sestao, pero poco después su familia se trasladaría a Basauri. Con el ejemplo y la orientación de dos de sus hermanos mayores, que también fueron futbolistas, el pequeño Enrique adquirió una habilidad y visión del juego excepcionales. En 1924 ya formaba parte del Basconia, donde su hermano Luis era el presidente. Cuatro años después, a pesar de tener ofertas de clubes como el Arenas, el Athletic o el Barcelona, Enrique se decidió por el Racing, debutando con los cántabros el 16 de septiembre de 1928 en los Campos de Sport ante la Gimnástica de Torrelavega. El Racing alineó entonces a Aldama; Santiuste, Fernández; Hernández, Baragaño, R. Gacituaga; Santi, Loredo, Óscar, Larrínaga y Amós

Sin grandes facultades físicas pero con enorme inteligencia para dosificar sus energías, Enrique Larrínaga fue el gran organizador del juego del Racing en su etapa dorada gracias a su frialdad y el temple de sus eficaces centros. Fue clave en la clasificación para que el Racing fuera uno de los diez equipos de la fundación de la Primera División y luego del subcampeonato liguero conseguido en 1931. Su calidad sería reconocida en 1933 al ser llamado a la selección nacional, debutando en Vigo el 2 de abril contra Portugal. Larrínaga marcó el primero de los tres goles que dieron la victoria a los españoles. Anotaría 90 goles en los 185 encuentros oficiales que jugó con el Racing hasta 1936. 

En avión a Biarritz

Ya en plena guerra, cercados por las tropas de Franco, la histórica selección de Euskadi, con Larrínaga en sus filas, tuvo que viajar a bordo de un avión Negus para llegar a Biarritz y de allí en tren hacia la capital francesa, donde debutó contra el Racing Club de París en el Parque de los Príncipes el 26 de abril de 1937. El conjunto vasco, que formó con Blasco, Pablito, Ahedo, Cilaurren, Muguerza, Roberto Echevarría, Luis Regueiro, Iraragorri, Lángara, Larrínaga y Gorostiza, ganó 3-0, con los tres goles anotados por Lángara. Tras jugar en Praga, Marsella, Sete, Silesia, Polonia, Moscú, Leningrado, Kiev, Georgia, Minsk, Noruega, Finlandia y Dinamarca, el combinado vasco fue expulsado de Francia y se embarcó a América para disputar varios partidos en México, Cuba, Argentina y Chile, aunque la FIFA había prohibido a los equipos enfrentarse con ellos.

Asentados en México

La selección se refugió en México para competir en el Campeonato del Distrito Federal con el nombre de Euskadi. Larrínaga también jugó el último partido de aquella selección en Asunción (Paraguay), ante el Atlético Corrales, con el que empataría a cuatro goles el 18 de junio de 1939. A partir de entonces todos los jugadores tomaron rumbos diferentes y Larrínaga firmó con el Real Asturias, con el que ganó la Liga y la Copa de México ese mismo año. También conquistaría con este equipo la Copa de México de 1940 y 1941. Ya avanzado 1941, se incorporó al último club de su carrera deportiva, el Real España, con el que conquistaría la Liga en 1945. 

En 1979, Larrínaga regresó a su país. Fue invitado cuando la selección de Euskadi volvió a reunirse, en esta ocasión en San Mamés, para enfrentarse contra la República de Irlanda. Dos jugadores de la selección de 1937 harían el saque de honor de aquel partido: Iraragorri y Enrique Larrínaga

Siempre vasco y racinguista, aquel interior izquierda técnico e inteligente que hacía mejores a sus compañeros, murió en México, su otra patria, en 1993, aunque la verdadera patria de Enrique Larrínaga, la que amó no por su tamaño, sino porque era suya, fue el balón de fútbol.

miércoles, 2 de enero de 2019

La pionera del balón

No era una niña como las demás. Tenía una esencia vital que la invitaba a correr y a saltar. Por eso sus ojos se fueron detrás de los primeros balones que vio rodar por el barrio coruñés de Orillamar, entre chiquillos que se entretenían con ese nuevo sport y que tanto interés estaba levantando entre los cada vez más curiosos espectadores. Hubo reparos cuando se atrevió a pedir que la dejaran jugar. Pero fueron tan breves como el tiempo en que tardó en recibir la pelota, postrarse a sus pies y someterse a la increíble pericia y personalidad de la que dicen fue la primera futbolista española: Irene González Basanta

La primera

Muchos la señalan como la primera en todo lo futbolístico. La primera y, durante bastante tiempo, la única. Porque con el reto de su aspiración tuvo que batirse desamparada y sola en un fútbol de hombres. Fue la primera mujer futbolista en España, la primera guardameta, la primera capitana, la primera en jugar en un equipo de hombres, la primera en disputar una competición de fútbol masculina y la primera que dio su nombre a un club. 

Nacida en La Coruña el 26 de marzo de 1909, Irene comenzaría a ser popular en la ciudad jugando en el campo de La Estrada, Monelos y Riazor. Lo hacía en sus inicios como delantero centro. En realidad jugaba en todas las posiciones sin desentonar, pero a medida que los equipos lo formaban jugadores de más edad y peso, fue retrasando su demarcación hasta que encontró su puesto ideal, el de guardameta. Era ágil, intrépida, valiente y decidida. Sabía anticiparse y no dudaba en ir al choque en las salidas para enfrentarse a los uno contra uno. Como buena guardameta, también era mandona en el área, incluso un poco mal hablada y supersticiosa, ya que solía colocar algún amuleto junto al poste para alejar los goles de su puerta. Jugó en diferentes equipos infantiles, como el Racing-Athletic coruñés, y el público comenzó a sentir admiración por aquella joven que no se arrugaba ante nada. Participó en campeonatos y luego en encuentros amistosos con equipos de Vilaboa, Laracha, San Pedro de Nós, Carballo, Betanzos, Ferrol y Lugo, donde siempre exigían que jugara ella, la estrella del equipo, Irene. 

Su propio equipo

El éxito de su presencia por los campos gallegos, y cierta desorganización que había en los equipos donde jugaba, le animaría a fundar su propio club que llevaría el nombre de Irene F. C., y del que, naturalmente, era la capitana. Con su equipo realizaría giras aprovechando las diversas fiestas de las localidades de la provincia con partidos cuyas recaudaciones se distribuían entre la plantilla. 

En el otoño de 1927 la enfermedad la apartó de los terrenos de juego. La fama y el cariño que había atesorado se convirtieron en solidaridad. Un aficionado publicó en la prensa una carta titulada “Hay que socorrer a Irene”, y como consecuencia de aquella llamada, en varios campos de La Coruña, Ferrol y Betanzos se hicieron colectas durante los partidos para costear el tratamiento y los medicamentos que Irene precisaba. Pero todo fue inútil.

Fallecida a los 19 años

Murió el 9 de abril de 1928 de una tuberculosis pulmonar. Tenía 19 años. A su entierro asistieron jugadores y aficionados al fútbol que siempre supieron que Irene González Basanta no fue una niña como las demás, porque tenía una esencia vital que la invitaba a correr y a saltar. Lástima que sus ojos se fueron apagando, quizás soñando en perseguir los primeros balones que vio por el barrio coruñés de Orillamar para ser la primera y única mujer en atraparlos de forma ágil, intrépida, valiente y decidida.

lunes, 15 de octubre de 2018

El primer partido de la selección nacional femenina

El balón está en posesión de la mujer, y no piensa soltarlo. El fútbol femenino ha tardado en ser reconocido y sin duda aún está lejos de poder equipararse en todos los órdenes al masculino, pero el avance de los últimos años parece imparable.

Sin contar con las esporádicas alusiones de chicas que se atrevían a dar patadas al balón en las primeras décadas del siglo XX, el fútbol femenino en España intentó despertar de su letargo en los años setenta, cuando la UEFA encargó a sus asociados, con cierta timidez, que se fomentara. A finales de 1970 surgieron en España los primeros clubes y en los primeros meses de 1971 se disputó el primer campeonato de carácter nacional, la Copa Fuengirola-Costa del Sol que ganó el Fuengirola, y más tarde, con más participación y duración, la Copa Pernod que se desarrolló en Cataluña y en donde se impondría el Español de Barcelona. También se constituyó el Consejo Nacional del Fútbol Femenino compuesto por trece clubes que pidieron apoyo a la Federación Española, pero ésta se lavó las manos y dejó la iniciativa a personas que se limitaron a desprestigiar el fútbol femenino con la organización de sendos partidos en Madrid y Sevilla entre famosas: las ‘Finolis’ y las ‘Folklóricas’, que se dedicaron a hacer el payaso. 

En este contexto surgiría la primera selección nacional femenina que disputó su primer partido el 21 de febrero de 1971 en el campo de la Condomina de Murcia, contra Portugal. No fue fácil la celebración de este encuentro que comenzó con retraso debido a que el árbitro, Sánchez Ramos, fue desautorizado por el presidente del Colegio Murciano. Finalmente arbitró en chándal, sin el uniforme reglamentario. También a las jugadoras se les prohibió lucir el escudo nacional en sus camisetas. Finalmente el partido se disputó terminando con el resultado de empate a tres goles. Fue una lástima porque las españolas lograron una ventaja de tres a uno, pero las portuguesas, con más físico y experiencia, consiguieron igualar el marcador. Las titulares del conjunto español fueron Kubalita; Virginia II, García, Herrero; Feijoo, Angelines; Vázquez, Virginia I, Cruz, Conchi y Laura. Marcaron los goles españoles Laura, Conchi y Cruz

Poco después, la selección femenina volvió a jugar, esta vez en Italia, un país donde el fútbol femenino estaba mucho más avanzado. Las derrotas fueron abultadas, pero al menos aquellos partidos sirvieron para que el fútbol profesional de aquel país fichara al talento español más importante, a Conchi, más conocida como Conchi ‘Amancio’, que jugó en el Gamma 3, uno de los punteros equipos italianos. 

La desilusión de aquel despertar futbolístico tuvo otro importante contratiempo cuando se dio la espalda a la propuesta de la Federación Internacional Europea de Fútbol Femenino para que España fuera sede del III Mundial. Se había organizado en Italia el primero de ellos en 1970, con victoria de la selección de Dinamarca que ganó en la final a la italiana por dos a cero. Las danesas repitieron victoria al año siguiente en México, país organizador del segundo Mundial. En la final se impusieron a la selección mexicana por tres a cero. La negativa de la Federación Española y el silencio posterior a las cartas enviadas, diluyeron el proyecto, apagando el entusiasmo deportivo de quienes habían impulsado el fútbol femenino. Pero las mujeres del siglo XXI tienen el balón y no piensan soltarlo. Ellas y su fútbol son imparables ahora.

jueves, 16 de agosto de 2018

El penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca

Cuando José Antonio Saro entró en la portería conduciendo tranquilamente el balón, al árbitro se le cayó el pito de tanto asombro. ¿Qué había sido aquello? Por un momento pensó que era un golpe de estado al reglamento futbolístico, un insulto a los estudios de Pedro Escartín y de Ramón Melcón que hubieran calificado aquella jugada de sacrilegio. El portero había quedado espantado en el suelo, humillado de tanto engaño. Nunca había visto nada parecido en un campo de fútbol. ¿Quién había sido el osado al que se le había ocurrido tirar un penalti de esa manera? 

A Samuel Lamarca Bartolomé (Ametlla de Mar, Tarragona, 1921-2002) le encantaban los retos y era un apasionado de la innovación. Fue un entrenador adelantado a su tiempo. Dio numerosas conferencias de carácter deportivo, y en los años cuarenta ya era un defensor de la psicología aplicada al deporte. Comenzó a tener contacto con el fútbol siendo un niño, en el colegio del Ateneo de Gavá (Barcelona), y poco tiempo después se incorporó a un equipo de barrio, el Español de Vila de Cans, localidad situada a unos quince kilómetros de Barcelona que recorría a pie para asistir a los entrenamientos. En 1936, su familia pasó las vacaciones en Santander y allí le sorprendió la guerra civil, circunstancia que aprovechó para establecerse en la capital cántabra, desempeñando las tareas de ayudante de corredor de comercio. Fue en esta etapa cuando comenzó a entrenar, siendo uno de los mejores alumnos de la Escuela de Preparadores. Primero entrenó al Atlético Montañés, luego al Castañón de Madrid, durante el destino de su servicio militar, y a su regreso a Cantabria dirigió al Kostka, un equipo de chavales de 16 y 17 años con quien ganó dos Campeonatos del Torneo de Barrios (1947 y 1948).

El Kostka

Era un equipazo aquel Kostka. Además, jugaba diferente a todos. Porque hasta entonces los equipos practicaban la tradicional disposición de un portero, dos defensas, tres medios y cinco delanteros. Pero el carácter estudioso e innovador de Lamarca le llevó a aplicar la WM, también conocida como “el sistema”, colocando cuatro jugadores en el centro del campo. Fue la primera vez que se vio en Cantabria (y dicen que en España) aquel invento de Herbert Chapman. 

Más problemático resultó el empeño de que sus jugadores escandalizaran al personal del antiguo régimen futbolístico con el penalti en dos tiempos. Hoy en día podíamos decir que Lamarca era un ‘friki’ del estudio del reglamento. Se lo sabía mejor que los propios colegiados. Ése fue el primer impedimento que tuvo para poner en práctica sus ideas. Desde 1941, en que Pedro Escartín comenzó a publicar su ‘Reglamento de fútbol comentado’, Samuel Lamarca le había dado vueltas a la regla XIV que sobre el penalti decía, entre otras cosas, que “El jugador que ejecuta el castigo deberá lanzar el balón hacia adelante y no podrá volverlo a jugar hasta después que haya sido tocado o jugado por otro jugador”. Eso significaba que un penalti se podía lanzar con un centro adelantado para que otro jugador rematara, o condujera el balón hacia la portería contraria. Pero nunca se había hecho. ¿Por qué no practicarlo con aquellos chavales del Kostka?

El escándalo  

Zalo, el cerebro del equipo, era el encargado de lanzar los penaltis. La primera vez que lo hizo en dos tiempos se produjo un escándalo. El centro adelantado se fue para la izquierda, de donde salió como una bala el extremo más rápido y habilidoso del torneo: Manuel Fernández Mora. La jugada impidió reaccionar al portero que se quedó parado, como si no se creyera lo que estaba viendo. Moruca sólo tuvo que empujar el balón para anotar el gol. Pero el árbitro lo anuló. Lamarca se hartó de protestar invocando las mismas reglas del juego, pero no pudo con la ignorancia del árbitro. Claro que no conocían bien a Samuel Lamarca. Escribió a las más altas instancias arbitrales y a los periodistas más célebres de la época, entre ellos a José María Mateos, que había sido seleccionador nacional. Y consiguió que el Colegio de Árbitros de Cantabria tuviera que pedir disculpas, reconsiderando los goles que por aquella causa había anulado. Porque el penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca era legal. 

De nuevo con el Rayo Cantabria

Después de su paso por el Kostka, Lamarca entrenó al Rayo Cantabria y a la S. D. Nueva Montaña Altos Hornos, antes de poner rumbo a Venezuela, donde dirigió en los años cincuenta al Nuevos del Este y al Español de Caracas, siendo distinguido como mejor entrenador de la Liga Profesional. Tras su etapa en Venezuela regresó a Cantabria para dedicarse a la gerencia de varias empresas, ocupando el cargo de gerente del Racing entre 1978 y 1984. 

El penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca no se olvidaría fácilmente. Uno de sus pupilos, Manuel Fernández Mora, se lo enseñó a sus jugadores cuando entrenaba al Rayo Cantabria. Y aquella tarde, después de que el árbitro pitara la pena máxima, José Antonio Saro corrió hacia el banquillo: 

-Míster, que lo tire Larrinoa que yo lo remato. 

- ¡Ni se te ocurra, de eso nada! –protestaba Moruca

-Que sí, míster, que sin problemas, no se preocupe que lo metemos -insistía Saro regresando al área con determinación. 

-¡Haced lo que queráis! –refunfuñaba Fernández Mora, resignado mientras daba la vuelta como si no quisiera saber nada del asunto. 

Cuando José Antonio Saro entró en la portería conduciendo tranquilamente el balón, al árbitro se le cayó el pito de tanto asombro. El portero había quedado espantado en el suelo, humillado de tanto engaño. Nunca había visto nada parecido en un campo de fútbol. Mientras los jugadores del Rayo Cantabria regresaban a su campo celebrando el gol con cierta discreción, el público vizcaíno levantaba un murmullo de preguntas que nadie sabía responder. Cuando su equipo, batido con creces por aquel irrepetible Rayo, se disponía a sacar de centro, se rindió a las preguntas respondiendo con una ovación que puso carne de gallina a las pieles de los jugadores cántabros y a la del mismo Fernández Mora, hinchado de orgullo por sus muchachos. Fue un reconocimiento al penalti en dos tiempos de Samuel Lamarca.

martes, 3 de julio de 2018

Marcos Alonso, en el nombre del padre y del hijo

Los dones del código genético parecen mágicos. Durante miles de años fueron el sustento del poder, y aún hoy se mantienen o constituyen símbolos de majestad que se aderezan con voluntades de mayorías. Los mismos dioses han bendecido esa transmisión que los padres otorgan a sus hijos. Es el vínculo sagrado que une el pasado con el futuro y lo hace indivisible y perpetuo.
En esa singular relación de padres e hijos, pocos casos en el mundo, y único en España, se encuentra el de la familia Alonso de Santander, personificada en la cúspide de la calidad futbolística de tres Marcos Alonso que fueron bautizados con la internacionalidad absoluta. Y en el medio, gozando de la pasiva satisfacción de haber tenido un padre con cinco Copas de Europa y también disfrutando del sano y activo orgullo de haber tenido un hijo que se ha ganado el título de defensa más completo de la ‘Premier League’, se encuentra Marcos Alonso Peña (Santander, 1959), jugador del Racing, del Atlético de Madrid y del Barcelona que fue internacional en las diversas categorías de la selección española, disputando 22 partidos en el combinado absoluto. 

Hijo del gran Marquitos

Ser hijo del gran Marquitos y estar rodeado de tíos paternos vinculados con el fútbol es algo que marcaría el camino de Marcos. Nació en Santander por insistencia de su padre, que aunque vivía en Madrid quiso que su esposa diera a luz en esta ciudad. Sus primeras patadas las dio en el colegio madrileño de San Agustín, justo al lado del estadio del Bernabéu, incorporándose a los infantiles del Real Madrid y a los juveniles del Castilla, filial madridista. Pero Marquitos prefirió llevar a su hijo a Santander al ver que en el club blanco su progreso tenía peligro de estancarse. Y acertó plenamente, porque en el Racing, tras formar parte de un gran equipo juvenil en compañía de jugadores como Quique Setién, Juan Carlos García o Agapito Moncaleán, llegaría a debutar en Primera División de la mano de Nando Yosu cuando aún no había cumplido 18 años.

Debut en Wembley

Extremo rápido, de pase preciso, ingenioso y elegante en su juego, durante su etapa racinguista comenzaría a ser internacional en diversas categorías, formando un trío atacante con Giménez y Quique que se hizo famoso por la veteranía del primero (Giménez) y la extrema juventud de los dos santanderinos. En 1979 fichó por el Atlético de Madrid, debutando en la selección española absoluta el 25 de marzo de 1981, en Wembley, cuando se ganó a Inglaterra por dos a uno con un equipo formado por Arconada; Camacho, Tendillo, Maceda, Gordillo; Joaquín, Víctor, Zamora; Juanito, Satrústegui y Marcos. En la temporada 1982-83 se incorporó al F. C. Barcelona, siendo compañero de futbolistas como Schuster, Quini o Diego Armando Maradona. Con el conjunto catalán ganó la Copa del Rey en 1983, tras ganar por dos a uno al Real Madrid, anotando el gol de la victoria con un inverosímil y espectacular remate de cabeza en el último minuto. También fue campeón de Liga (1984-85), de la Supercopa de España (1983) y de la Copa de la Liga (1983 y 1986). En 1987 regresó al Atlético de Madrid, pero las lesiones le impidieron recuperar su mejor fútbol. Pasaría posteriormente al C. D. Logroñés, en Primera División, donde coincidiría con Quique Setién, y luego de nuevo al Racing (1990-91), colaborando al ascenso a Segunda División del conjunto cántabro y poniendo fin a su carrera como futbolista.

Entrenador

Marcos no se despegaría del fútbol, iniciando su carrera como entrenador. Tras ser segundo de Jorge D’Alessandro en el Atlético de Madrid, dirigió al Rayo Vallecano, Racing, Sevilla, Atlético de Madrid, Real Zaragoza, Valladolid, Málaga y Granada 74. 

Gracias a ese vínculo sagrado del código genético que nos hace indivisible y perpetuo, abuelo y padre continúan jugando al fútbol en las carreras de Marcos Alonso Mendoza, aunque por el momento, sólo uno de ellos puede seguir disfrutando del orgullo y el placer contemplativo que proporciona el pasado y el futuro en el nombre del padre y del hijo de Marcos Alonso Peña. Y que siga con más generaciones. Amén.

lunes, 11 de junio de 2018

Pioneras del fútbol femenino

Se colaron en los vestuarios de los futbolistas como piratas en un abordaje. Se pusieron las camisetas que llevaban sus ídolos, los jugadores del Pontejos, y salieron al campo con un balón dispuestas a reivindicarse. Era el verano de 1932, un tiempo de nuevos aires políticos en el que las mujeres se preparaban para conquistar su derecho a votar. Pero antes, aquellas jóvenes vecinas de la localidadn cántabra de Pontejos prefirieron demostrar que también tenían derecho a jugar al fútbol.

Partido de fútbol inédito

El Sanatorio Marítimo, levantado en la isla de Pedrosa en 1914 para atender a pacientes con enfermedades respiratorias y tuberculosis óseas, tuvo que ver mucho con aquel partido de fútbol inédito, aunque las verdaderas protagonistas fueron las entusiastas seguidoras del C. D. Pontejos, de la categoría C del Campeonato Regional y cuyo ardor por los colores del equipo incluso llegó a provocar que las fuerzas de orden público intervinieran en algunos campos, como en San Salvador. El alborozo y apasionamiento de aquellas jóvenes vecinas de Pontejos también les empujaría a emprender una aventura mucho más atrevida e inaudita: jugar un partido. Las rivales, otras jóvenes tan osadas como ellas, eran trabajadoras que servían en el sanatorio de Pedrosa y procedían de varios puntos de España. 


Con carácter reivindicativo

Fue un desafío que tuvo lugar en el campo donde jugaba el C. D. Pontejos, y por los testimonios de Ascensión Díez Añorga, una de aquellas jugadoras que fue entrevistada en 1963 por Mann Sierra, deducimos que se disputó con cierto secretismo, cuando los jugadores y responsables del club (“los hombres”) estaban trabajando. Algo que puede demostrar el carácter reivindicativo de aquel encuentro fue el hecho de que las jóvenes se encargaron de llevar una máquina fotográfica para testimoniar su hazaña, y que más tarde remitirían la foto al semanario deportivo ‘As’ que la publicaría el 9 de agosto de 1932, en la página 23, dentro de la galería de imágenes que titulaba ”Centenares de equipos juegan cada domingo”. La primera de las seis fotografías que se insertan en la página, situada en la privilegiada ubicación superior izquierda, era la de las chicas de Pontejos que aparecía con este pie: “Equipo femenino del Club Deportivo Pontejos (Santander), soberbio conjunto de muchachas futbolistas”. 

Hasta que llegaron los hombres

Hay que decir que no se sabe el resultado del partido, aunque el testimonio de Ascensión señala que “no se llegó a terminar, pues nada más llegar los hombres, se dio por suspendido el encuentro”. El equipo se disolvió pronto porque no había chicas a las que enfrentarse, pero al menos se dejó constancia del hecho. Ellas, las futbolistas que aparecen en la foto, se llamaban Soledad Bedia, Antonia Bedia, Isabel Simal, Concha Sauquillo (de Elechas), Ascensión Díez, Regina Cavada, Celedonia Ladislao, Antonia Ruiz, Nieves Gómez, Mercedes Ladislao y Lina. 

En el bar restaurante La Tijeruca, en Pontejos, aún luce la fotografía del diario AS con la que ilustramos este artículo, fotografía de las pioneras del fútbol femenino de Cantabria y sin duda, de las primeras de España.

sábado, 10 de marzo de 2018

Las saetas de Cuca

Cuca
No era marzo, que era abril. Así que los cánticos petitorios de los marceros ya se habían diluido entre los partidos que el Racing había disputado con cánticos de victorias. En marzo, el Racing había ganado al Barcelona en su campo de Les Corts (2-3), había derrotado al Madrid en los Campos de Sport (4-3) y acababa de salir victorioso del siempre emocionante encuentro contra el Athletic Club, en Santander (2-1). ¿Qué más se podía pedir a los jugadores del Racing? Es verdad que desde 1936 (fecha en cuestión) han pasado muchos años y el ánimo de los futbolistas de entonces estaba radiante, adherido a la excelente crítica que los periodistas hacían de su juego. Así que no me resisto a la tentación de contar la historia de las saetas de Cuca (Ricardo García) y los poetas racinguistas que mi amigo Fernando Vierna me ha rescatado de la hemeroteca. 

Reunión de poetas y futbolistas

Todo ocurrió en el bar Suizo, en Santander, propiedad de Manolo Ibarra, uno de los emblemáticos jugadores del club. Allí se reunía la flor y nata del racinguismo, pero también lo más selecto del periodismo deportivo y de los hombres de letras, algo que sin duda tenía mucho que ver con que José María de Cossío fuera presidente del Racing. Aquel día, según el cronista Sollerius (Luis Soler) que jocosamente nos cuenta la velada, los jugadores del Racing estaban entusiasmados invitando a chatos a varios poetas que acompañaban a Cossío, entre los que se mencionan (agárrense) a Gerardo Diego, Jesús Cancio y Pío Muriedas. La cuestión es que, como el próximo partido del Racing era en Sevilla, contra el Betis, la conversación se disfrazó de semana santa y de saetas, y de repente surgió el nombre de Cuca, el veloz extremo racinguista que, aunque natural de Sama de Langreo, era el más “flamenco” de todos. Fue cuando sonó la voz de José María de Cossío: “Pues si hay ‘cantaor’ y aquí hay varios poetas, -dijo- se hacen unas saetas y a cantarlas en Sevilla”.

Jesús Cancio y la primera saeta

Sigo el relato textual de Sollerius que señala que “Jesús Cancio, que era el que estaba más sereno, se fue a un rincón, tiró de estilográfica, y a poco, le entregaba unas cuartillas a Cuca. Éste pidió dos chatos, los tomó y, después de driblar a Paco González (entrenador), que estaba a su lado, cantó: En el patio de Caifás/ se oyen oles y falsetas./ Seguramente que es Chas,/ que se arranca por saetas./ Escucha un poco y verás”. La mención a Chas, el delantero centro del equipo, la interpretación de Cuca y la letra de Cancio, levantaron en el bar una sonora ovación que calentó el ambiente. Se animó Milucho, “quien desabrochándose el cuello, y después de escupir de costado, cantó con voz emocionada: Mucho más que por la pena/ de ver a su hijo en la cruz,/ llorará La Macarena/ al ver la media docena/ de goles del Racing Club”. 

El intento de Chas

Incluso se dice que el propio Chas, en un arrebato de osadía, intentó levantarse para cantar también, “pero se vio acosado por los defensas Ilardia y Ceballos y desistió de hacerlo”. Así que fue de nuevo Cuca el que se lanzó para deleitar la atención de los presentes: “Dicen que Poncio Pilatos/ le dijo al señor Cossío:/ Yo esperaba cuatro gatos,/ y te traes once jabatos/ de padre y muy señor mío”. Y para finalizar el veterano Pepe Beraza gritó “¡La última!”, y Cuca, recurriendo de nuevo al buen improvisar de Jesús Cancio, volvió a romper el aire con su voz: “¡Ay Nazareno bendito,/ Jesús el del Gran Poder:/ por su dolor infinito,/ que el Racing de Santander/ dé el ‘pal’ pelo al ‘Oselito’”. 

Las previsiones

Sollerius acabó su graciosa crónica del bar Suizo sentenciando: “Si después de tantas saetas el Racing no gana en Sevilla, ¡ojalá le gane el Hércules!”. Y como suele suceder, no acertó ni una. El Racing perdió en Sevilla por tres a uno y luego, en la siguiente jornada, ganó al Hércules por cuatro a dos. Fue el último partido liguero de los cántabros en los Campos de Sport antes de la guerra civil. Más motivos para seguir cantando saetas.
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