jueves, 20 de julio de 2017

Los saltos del primer oro olímpico


Le llamaban ‘El Pájaro’, por su ligereza y delgadez. Y realmente parecía volar cuando montaba a lomos de su yegua ‘Revestida’. Juntos formaban una simbiosis armónica que a primera vista evocaba la imagen del centauro. Salto tras salto, desde la tribuna principal del estadio, la reina Guillermina de Holanda pudo comprobarlo aquel día, el 12 de agosto de 1928, durante la jornada de clausura de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam. El jinete español se fundió en el espíritu de su montura y se elevó sobre el resto de sus competidores. Tras superar los dieciséis obstáculos del recorrido, y sin dejar de cabalgar, se inclinó sobre el cuello del animal para felicitarle al oído entre ráfagas de alegres resoplidos.

Un sexto sentido

Julio García Fernández de los Ríos (Reinosa, 1894-Madrid, 1969) siempre tuvo un sexto sentido para conectar con los caballos. Era hijo de un coronel de ingenieros, así que la carrera militar fue un destino casi inevitable, aunque su afición le orientaría hacia la Academia de Caballería. Allí pudo desarrollar su vocación y con el grado de teniente ganó la Copa del Rey en 1917, su primera victoria importante que le abriría un escenario de éxitos. Tras la guerra de África, se incorporó como capitán a la Escuela de Equitación, por donde pasaban los mejores jinetes del país, siendo uno de sus profesores y participando en concursos nacionales e internacionales. Tenía una especial preferencia por las yeguas y ‘Revestida’ era su favorita. Con ella obtuvo importantes triunfos, como el Gran Premio de Lisboa o la Copa del Ejército Polaco que consiguió en Niza. Era un animal noble y potente que Julio decidió incorporar al enorme reto que suponía la participación española en los Juegos Olímpicos.

Cuarenta y seis jinetes de dieciséis países

En las pruebas hípicas de Ámsterdam participaron cuarenta y seis jinetes en representación de dieciséis países. El equipo español estaba compuesto por tres capitanes: José Álvarez de Bohorques (marqués de Trujillos), José Navarro Morenés (conde de Casa Loja) y el cántabro Julio García Fernández de los Ríos. Los favoritos eran los suecos, que habían ganado en los Juegos de Estocolmo (1912), Amberes (1920) y París (1924), y efectivamente, antes de que los españoles salieran a la pista, los suecos mandaban en la clasificación con diez puntos de penalización. Nadie había pensado en las posibilidades de medalla de los españoles, hasta que Álvarez de Bohorques, con el caballo ‘Zalamero’, terminó el recorrido con una sola falta, un derribo de pies en una doble barra que le restó dos puntos. Navarro Morenés, con ‘Zapatazo’, salió en segundo lugar y completó un recorrido limpio, de tal manera que el jinete cántabro, con su potente yegua, se quedó sosteniendo todo el peso de la responsabilidad. Pero Julio, competidor nato, hábil, seguro de sí mismo y de las posibilidades de su entendimiento con ‘Revestida’, sólo cometió una falta con dos puntos de penalización, sumando cuatro y por lo tanto situando a su equipo en primera posición. Con la medalla asegurada, hubo que esperar al recorrido de los tres jinetes de Polonia para conocer qué metal correspondería a la representación española. A falta de la actuación del tercer jinete, los polacos sólo tenían dos puntos de penalización, pero en el último salto, un fallo les hizo sumar seis puntos más y el equipo español logró el oro, el primero de su historia olímpica. Los miembros de la expedición española no pudieron resistir el impulso y saltaron a la pista para abrazarse con los ganadores.

General y presidente de la Federación Hípica Española

La proclamación de la República y la guerra interrumpieron la vida deportiva de García Fernández de los Ríos, pero sólo durante algunos años, ya que regresó a la Escuela de Equitación en 1939 y recuperó su participación en concursos hasta su retirada en 1947. En 1958, tras ser ascendido a general de división, fue designado presidente de la Federación Hípica Española.

Le llamaban ‘El Pájaro’, por su ligereza y delgadez. Y realmente parecía volar cuando montaba a lomos de sus caballos, con los que practicó doma, polo, enganche, salto y carreras, siempre formando una simbiosis armónica que a primera vista evocaba la imagen del centauro. El deporte español había entrado en la puerta dorada del Olimpismo gracias a aquel jinete de Reinosa que se había fundido en el espíritu de su montura, elevándose sobre el resto de sus competidores y mostrando una especial gratitud y reconocimiento a su yegua, ‘Revestida’. Por eso, tras superar los dieciséis obstáculos del recorrido, y sin dejar de cabalgar, se inclinó sobre el cuello del animal para felicitarle al oído entre ráfagas de alegres resoplidos, compartiendo con ella la primera medalla de oro del deporte español y la primera medalla de oro de un deportista cántabro.

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