Mostrando entradas con la etiqueta Otros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Otros. Mostrar todas las entradas

martes, 23 de agosto de 2016

Los golpes de un campeón del mundo

Uco Lastra  
No está derrumbado. Ha recibido golpes capaces de derribar a una mula, pero todavía continúa esquivando errores propios y malicias ajenas. Quizás no tenga tantos amigos como cuando conquistó aquel éxito internacional que convirtió a Cueto en la capital del mundo, pero los pocos que le quedan, son los mejores. No está derrumbado. Aún tiene fuerzas para aguantar los asaltos que le quedan, mantiene vivo el esbozo de su poderosa pegada y, sobre todo, conserva reluciente ese cinturón de piel y oro con las palabras mágicas que, sólo con pronunciarlas, pueden resucitar al espíritu más abatido: ‘World Boxing Association. Champion’.

Los inicios de Cueto

Cuando el entonces presidente de la Federación Española de Boxeo y médico de Franco, Vicente Gil, entró en aquel gimnasio húmedo y oscuro del Box Cueto, llegó a exclamar: “¡Sólo por entrenarse en estas inhumanas condiciones, estos chicos merecen una medalla!”. Qué razón tendría. El gimnasio (por decir algo) era un cobertizo abandonado de vacas y chones que, por mediación de Tano (Victoriano Diego Carrera), se había acondicionado con duchas a base de calderos de agua que se llenaban desde un pozo de manantial. Pero para Cecilio Lastra (Cueto, 1951), aquel gimnasio era un paraíso terrenal. Tenía en la sangre un cosquilleo impetuoso que a menudo desahogaba en peleas callejeras, engarrándose con chavales más pesados y mayores que él, siempre mirando de frente, sin retroceder, aunque sufriera alguna caída que otra. Así que aquel gimnasio era la mejor escuela para aprender lo que más le interesaba: mantenerse de pie.

Y siguiendo los pasos de sus hermanos mayores, José y Toño, comenzó a ejercitarse en los secretos del boxeo. Pesaba poco más de 46 kilos cuando le pidió permiso a su padre para entrenar. Éste, con ironía y cierta incredulidad, le preguntaría “¿Dónde vas chichas? Cómo le hubiera gustado responderle con un sencillo: “Voy a prepararme para ser campeón del mundo”. Pero su padre murió poco tiempo después y jamás pudo ver en el ring a la maravilla que se gestó en aquel cobertizo con duchas de calderos de agua.

El combate

Cuando suena la campana todo se transforma. Cuando sonó por primera vez a las 22:41 horas del sábado, 17 de diciembre de 1977, las quince mil personas que se agolparon en el Mercado de Ganados de Torrelavega, comenzaron a corear un nombre con energía: “¡Uco!, ¡Uco!, ¡Uco!..” y el púgil montañés se lanzó embalado hacia su oponente, el panameño Rafael Ortega. El ataque era arrollador. Lastra tenía uno de los ‘punchs’ más impactantes del boxeo nacional. Su zurda era demoledora y constante, y su rival tardó pocos segundos en comprobarlo. Por eso se abrazaba al cántabro, manejando peligrosamente la cabeza en los constantes ‘clinchs’ en los que basaba su defensa. Pero en el tercer asalto, Uco acertó a colocar un ‘crochet’ de izquierda en la mandíbula del panameño. Éste retrocedió a trompicones hacia las cuerdas, apoyó su espalda en ellas y sus brazos desmayados buscaron apoyo para no caerse de bruces. El árbitro, el venezonalo Jesús de Celis, inició el conteo de protección: uno, dos, tres… Cuando llegó a siete, el campeón americano se manifestó dispuesto a continuar, y Uco descargó sobre él una granizada de impactos en su cara, mientras el público volvió a corear su nombre con furor: “¡Uco!, ¡Uco!, ¡Uco!..”. Pero cuando suena la campana todo se transforma. En esta ocasión, impidió la victoria del cántabro por fuera de combate.

Los asaltos continuaron. Ortega era demasiado sabio y un estratega gestionando lo que en boxeo se llama “segundo respiro”. Comenzó a sacar un trallazo de derecha que era más espectacular que eficaz, mientras que Uco se desfondaba por la energía que suponía llevar la iniciativa del ataque. En los asaltos finales, el cántabro se dejó llevar por el entusiasmo de la multitud, respiró el oxígeno reconstituyente de su clamor y logró imponerse con claridad sobre el pugilista huidizo, proclamándose campeón del mundo de los pesos plumas.

Uco Lastra sufrió hace unos meses la amputación de una pierna, pero no está derrumbado. Ha recibido golpes capaces de derribar a una mula, pero todavía continúa esquivando errores propios y malicias ajenas. Quizás no tenga tantos amigos como cuando conquistó aquel éxito internacional, pero los pocos que le quedan, son los mejores. Ahí están Esteban Eguía y Miguel Feijoo, por ejemplo. Uco Lastra aún tiene fuerzas para aguantar los asaltos que le quedan, mantiene vivo el esbozo de su poderosa pegada y, sobre todo, conserva reluciente ese cinturón de piel y oro con las palabras mágicas que, sólo con pronunciarlas, pueden resucitar al espíritu más abatido: ‘World Boxing Association. Champion’.

jueves, 28 de julio de 2016

El alud del Monte Perdido

Rodolfo (Fofo) Amorrortu
El deporte está lleno de metáforas y representaciones simbólicas. Sus hazañas son gestas épicas y los protagonistas se veneran como héroes salvadores de la nación. Es la licencia de la fantasía, espoleada por el aspecto lúdico del lenguaje que parece jugar con las palabras como si fueran balones que se despejan, se centran o se rematan. Hasta que un alud de letras desordenadas, se desploman amontonadas y compactas para empujarnos al precipicio del monte perdido, donde nos espera la fría realidad. Es el lugar donde no hay sitio para la literatura ni para la crónica, porque sólo es terreno para los verdaderos héroes, los que actúan sin público y despejados del peso de la vanidad.

Aquel alud fue real, no fue una metáfora. Sus cuatro letras portaron toneladas de hielo y nieve que se desparramaron en el verano de 1953 por la cara norte del Monte Perdido, en el Pirineo de Huesca. Y el héroe no fue Ronaldo, ni Messi, marcando un gol en una final de hierba horizontal. El verdadero héroe se llamaba Rodolfo Amorrortu García, era de Santander y tuvo que desenvolverse en un campo de hostilidad helada y vertical.

Dos capitanes y dos tenientes de la Escuela Militar de Montaña fueron sorprendidos en plena escalada por el estruendo de la gran masa, dejando colgados a dos de ellos en mitad de la pared de hielo, mientras que los otros dos cayeron envueltos en los bloques del alud con diversas fracturas. Rodolfo era un simple cabo primero que hacía el servicio militar, pero también un experimentado escalador y deportista de montaña. Cuando recibió el aviso de socorro reaccionó con decisiones firmes e inmediatas.

El relato del diario personal del héroe

He vuelto a emocionarme con la lectura de su diario personal que me facilitó su hija Mar. Después de haber rescatado a los dos oficiales heridos, y con la incertidumbre de saber si aún vivían los que permanecían colgados en la pared de la montaña, ascendió con furia y ansia, trepó con rapidez mordiendo con los crampones, clavando el piolet y arañando con las manos desnudas donde podía, hasta la posición de los otros dos oficiales, mientras caían bloques rebotando por todas partes, chocando y partiéndose en mil pedazos, creando un ambiente aterrador.

Su relato estremece cuando nos cuenta cómo vio a la primera víctima, el capitán Santa Cruz: “Estaba encajado en la pared de hielo cara hacia dentro, mostrando su espalda y un brazo hacia detrás señalando al abismo. Todo él rodeado de sangre…/… Comuniqué el macabro hallazgo y monté un rapel para descender hasta el accidentado. Cuando llegué a su lado vi que estaba totalmente destrozado. Debió caer mezclado con el alud y una repisa lo detuvo provocando que todos los bloques chocaran contra él, aplastándolo y medio enterrándolo. A golpes de piolet le fui sacando, haciendo hueco a su alrededor. A la vez me iba dando cuenta de que no tenía un hueso entero. Al tomarle en brazos me pareció como si fuese un muñeco de gelatina bañado en sangre. Su estatura se había reducido a la mitad. Como pude pasé una cuerda alrededor de su cuerpo y lo fui dejando bajar hasta donde estaba el teniente Vicente. Enseguida descendí y luego llegó el comandante capellán. Bajo el fuerte sol, junto a las rocas rojizas, ignorando el rugido del glaciar, le dio los últimos auxilios espirituales. Ése fue un momento emocionante que se me quedó grabado para siempre y aún hoy me llena los ojos de lágrimas...”

Cruz al Mérito Militar

Sin apenas descanso, Rodolfo emprendió rumbo hacia el otro capitán, en compañía de otra cordada más, sufriendo la cercana caída de otro alud que afortunadamente no les arrastró. Formaron un pasamano y recogiendo cuerda, asegurando cara al vacío, vieron aparecer, balanceándose y chocando contra la pared, el cadáver del otro oficial, el capitán Grávalos. El descenso fue peligrosísimo, con el rumor amenazante del glaciar a punto de devorarlos. En el camino de regreso, por el valle de Pineta, Rodolfo tuvo que auxiliar y transportar a un sargento que fue arrollado por una gran piedra que le destrozó la pierna. Fue una jornada sin celebraciones ni victorias, con un derroche físico descomunal que tuvo como consolación la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco y un enorme respeto de sus mandos y de sus compañeros.

El deporte está lleno de metáforas y representaciones simbólicas. Es la licencia de la fantasía, espoleada por el aspecto lúdico del lenguaje que parece jugar con las palabras como si fueran balones que se despejan, se centran o se rematan. Hasta que un alud de letras desordenadas, se desploman amontonadas y compactas para empujarnos al precipicio del monte perdido, donde nos espera la fría realidad. Es el lugar donde no hay sitio para la literatura ni para la crónica, porque sólo es terreno para los verdaderos héroes, los que actúan sin público y despejados del peso de la vanidad, como Rodolfo Amorrortu, ‘Fofo’. Sólo su muerte, en 2013, abriría las páginas de aquella jornada heroica que muy pocos conocían y que empequeñece cualquier éxito deportivo.

sábado, 23 de julio de 2016

La elegancia que bailó sobre ruedas

Cionín Villagrá
Dicen que el baile es una forma de alcanzar la belleza, de dominar cada músculo y lanzarlo a la felicidad. Entonces el cuerpo persigue el compás de la música e intenta atraparlo con la gracia del arte y de la armonía. Cuando lo consigue, se escriben versos en el aire y llegamos a comprender el mensaje poético del movimiento.

Quieta y altiva, deslizada sobre las ruedas de sus patines, o dinámica y revoloteando en una interminable espiral de piruetas, el patinaje se ha de rendir para siempre al rodar de la magia y del misterio de la mejor: Ascensión Villagrá Fernández (Santander, 1955).

Después de tantos años, Cionín sigue siendo la mejor. Nació para bailar sobre las ruedas y para proporcionar al patinaje artístico español su etapa más dorada. No ha habido patinadora más excelsa. Nadie como ella supo compaginar la potencia de sus piernas con la elegancia de su baile. Sus acrobacias eran impensables y pioneras. Dominaba como nadie el ‘axel’, el salto más difícil y espectacular, donde el patinador se prepara deslizándose de espaldas, realizando un cambio de dirección y del pie de apoyo para impulsarse con el libre y dar una vuelta y media en el aire. Ella fue la primera que logró realizar un doble ‘axel’ gracias a su técnica y fortaleza. También deslumbró a los jueces con la pirueta del ángel hacia atrás que culminaba sentándose sobre una sola pierna, mientras su sonrisa de niña escondía el enorme esfuerzo físico que derrochaba en cada actuación.

Desde el promontorio de San Martín

Todo empezó en la abandonada pista del promontorio de San Martín, en las instalaciones donde se practicaba tiro olímpico. Los jóvenes patinadores se ejercitaban sobre un suelo donde incluso crecía la hierba, bajo la mirada atenta de Nelly de la Fuente, la entrenadora que encauzó a Cionín y a una generación de patinadores y patinadoras irrepetible: Mari Mili Penagos, Inmaculada Domínguez, Mercedes Viota, Diego Ramírez, José García Capelo, Isabel Ortiz, Esmeralda Díaz Aroca, Julio Soler…

La búsqueda de unas instalaciones adecuadas fue una especie de éxodo para aquellos deportistas. Hasta que tras pasar por la pista de los Escolapios, llegaron al Complejo Municipal de Deportes de La Albericia. El entonces director, Manuel Díaz, acogió con los brazos abiertos a Nelly de la Fuente y a sus patinadores, incluso les ofreció que se integraran en una escuela municipal que tuvo el honor de ser la primera que hubo en España, estableciendo la base de lo que se conocería como la escuela montañesa, capaz de hacer sombra a la potente escuela catalana.

En 1962, cuando Cionín no había cumplido aún los siete años, viajó a Mallorca para participar en su primer campeonato nacional. Ocupó el último lugar. Para evitar la tristeza de tal derrota, su madre le regalaría una copa que ella misma compró a modo de consolación. Pero aquella experiencia no había desmoralizado a nadie. Fue simplemente el motor de un inicio de éxitos único en el deporte español. Dos años después, Cionín Villagrá volvió a participar en un Campeonato de España, concretamente en Piera (Barcelona), ganando el título de campeona. Su madre jamás tuvo que comprar otra copa de consolación. Su casa se hizo pequeña para acoger tantos y tantos trofeos que su hija conseguía en las competiciones a las que asistía. Sólo por mencionar los campeonatos de España, Cionín consiguió todos los títulos en los que participó, es decir, desde 1964 hasta 1975, año en que se retiró.

El Mundial

Cuando tenía doce años, ya había ascendido a la máxima categoría del patinaje y acudió representando a España al Mundial celebrado en Vigo (1968). Quedó en el discreto decimosexto puesto, siendo la primera española clasificada y la más joven de todas las concursantes. En 1970, acudió a los Mundiales de Nebraska (Estados Unidos) y terminó en la quinta posición. Un año más tarde logró su primer éxito internacional, la medalla de oro en los Campeonatos de Europa celebrados en Bruselas. En 1972, en Bremen (Alemania), volvió a superarse en los Mundiales y terminó en la cuarta posición, obteniendo la plata en ejercicios obligatorios. Sus últimos años como patinadora fueron los más brillantes, proclamándose en 1974 subcampeona del Mundo en La Coruña (el éxito más elevado del patinaje artístico español) y repitiendo la proeza un año después en Brisbane (Australia).

Tras este campeonato, cesaría la música. En Australia, tan cerca de las antípodas, un juez le confesaría que el motivo de no haber conseguido el título de campeona fue que era española. También sufriría la marginación federativa por el hecho de no ser catalana. Tenía 20 años y pendientes los mejores momentos de su carrera deportiva. Pero decidió retirarse decepcionada, agradeciendo a sus padres el dinero que dedicaron a aquella vocación de danzar sobre ruedas. Dicen que en su casa de Miami, conserva aún su mejor trofeo, aquella copa que su madre le regaló cuando quedó en último lugar.

Quieta y altiva, deslizada sobre las ruedas de sus patines, o dinámica y revoloteando en una interminable espiral de piruetas, el patinaje se ha de rendir para siempre al rodar de la magia y del misterio de la mejor: Cionín Villagrá.

lunes, 18 de julio de 2016

El baloncesto de Mario Camus

Mario Camus (izquierda) y Maxi García
Fue el momento clave. En el pabellón polideportivo cesaron los chirridos de las zapatillas sobre el suelo, los botes del balón, sus golpeos sobre el tablero y sus rápidas caricias rozando la red de los aros. El entrenador les había llamado y todos le rodearon en silencio.

Con su acento platense conquistó la atención y sus palabras entraron como una limpia canasta de tres puntos: “Hay que saltar y correr para notar que se aprende cada día, que tiene sentido la preparación. Y cuando notéis todo ello, tendréis la sensación de que estáis viviendo. Importa estar vivo. Pensadlo. Repetidlo cuando ya no podáis más. Hay que seguir. Seguir, aunque no se vaya a ninguna parte”.

El espíritu del baloncesto ya había penetrado años antes en el interior de Mario Camus (Santander, 1935). Quizás por eso se animó a dirigir y a estrenar en 1985 la película ‘La vieja música’, protagonizada por Federico Luppi, Charo López, Antonio Resines, Francisco Rabal y los jugadores del Breogán de Lugo. El entrenador (Federico Luppi), en realidad buscaba recuperar un viejo amor y por eso lanzó a sus pupilos aquel mensaje de perseverancia, mientras que Mario Camus, con aquella película, acaso intentó recuperar parte de su juventud, cuando se convirtió en uno de los mejores jugadores de baloncesto que tuvo el Santander de los inicios de este deporte, coincidiendo con el apogeo de las desaparecidas instalaciones del Frente de Juventudes de la calle Vargas, que por cierto tuvieron el honor de estrenar las primeras canastas de hormigón en España. Eran cuatro plantas que, además del polideportivo cubierto, albergaría la primera piscina bajo techo de la ciudad. Estaban escoltadas por una pista donde se practicaba el baloncesto y por otra donde se jugaba a los bolos. Aquellas instalaciones de la Alameda de Oviedo, que también se llamaban así, fueron cuna de una renovada generación de deportistas y clave para perfeccionar las habilidades baloncestísticas de Camus.

Lectura, cine y deporte

El director de películas como ‘La colmena’ o ‘Los santos inocentes’, tuvo en su juventud tres grandes aficiones: la lectura, el cine y el deporte. Comenzó a jugar al baloncesto en 1950 en el Imperio F. J. y luego, aprovechando sus estudios en el colegio La Salle, en el juvenil de este centro que se fusionaría con el Frente de Juventudes de Santander. Fue en este equipo donde destacaría participando en diversos campeonatos de España, aunque en algunos no pudo acudir a la fase final requerido por el equipo de natación, disciplina donde Mario también sabía desenvolverse como pez en el agua.

En 1953 fue subcampeón de España de Baloncesto del Frente de Juventudes después de derrotar a La Coruña (51-46), Valencia (44-36) y caer en la final con el potente equipo de Madrid (73-51). En aquel equipo, además de Camus, jugaban Evaristo, Urtiaga, Moreno, Maxi García, Rafa Garayo, Higuera y Aja. En 1954, con el también cántabro Maxi García, se proclamó campeón de Europa en los Juegos Escolares de FISEC (Federación Internacional de Deportes de Escuelas Católicas).

Camus continuaría jugando a baloncesto cuando se trasladó a Madrid a estudiar Derecho. Formó parte del equipo del Colegio Mayor José Antonio, con el que sería campeón de España, y fue seleccionado para el equipo nacional del SEU (Sindicato Español Universitario), jugando varios partidos de carácter internacional, como el disputado contra Brasil al que España derrotó por 49-44, con compañeros como Trujillano, Alfonso, Imedio, Sanz, Escrig, Muñoz y Bonet.

El baloncesto de su juventud comenzaría a alejarse de la vida de Mario Camus cuando ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, la escuela oficial de cine de entonces. Fue un momento clave para su carrera profesional, porque cesarían los chirridos de las zapatillas sobre el suelo, los botes del balón, sus golpeos sobre el tablero y sus rápidas caricias rozando la red de los aros. En su lugar aparecieron las claquetas, el rebobinado de rollos, los magnetoscopios y el tumulto de grúas y jirafas en la filmación.

Y como en el baloncesto, también en el cine Camus comprendió el valor del equipo. Detrás de sus exitosas series de televisión y más de 30 películas, reconocería el mérito de todas las personas que participan en la elaboración de cada obra. Ése fue su principal argumento en el discurso de la gala de los Premios Goya de 2011, cuando recibió la estatuilla de honor y apareció en la pantalla una de sus frases: “Un oficio al que quieras y respetes te puede ayudar a vivir”. Como el consejo de un entrenador de baloncesto que entra como una limpia canasta de tres puntos: “Hay que saltar y correr para notar que se aprende cada día, que tiene sentido la preparación. Y cuando notéis todo ello, tendréis la sensación de que estáis viviendo. Importa estar vivo. Pensadlo. Repetidlo cuando ya no podáis más. Hay que seguir, seguir, aunque no se vaya a ninguna parte”.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...