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domingo, 20 de noviembre de 2016

El último gol de Quique Setién

Después de tantos años, se me revuelve el estómago de racinguista igual que la primera vez que escribí sobre aquel gol.

Era el inicio de la temporada 1995-96, la primera en la que las victorias valían tres puntos. El Racing no había comenzado con buen pie, porque en el primer encuentro recibió cuatro goles del Athletic Club en San Mamés, y en el segundo, otros cuatro del Atlético de Madrid en El Sardinero. Así que en el tercero, en Gijón, los jugadores racinguistas, capitaneados por Quique, concentraron un decidido propósito de enmienda. Habían pasado escasos minutos cuando, un balón robado por Luis Fernández, se cruzó en el camino de Quique cerca de la media luna del área asturiana. Con la derecha, el santanderino empalmó un potente disparo raso que se coló rozando el poste derecho de Ablanedo. Fue un golazo. Era el primero que el Racing marcó aquella temporada, pero nadie pensó nunca que sería el último del carismático futbolista, aunque nunca pudo subir al marcador.

Redes de dudas

Después de que el balón entrara limpiamente en la portería, el colegiado, José Enrique Rubio Valdivieso, tras observar que ningún banderín se había alzado para denunciar algo que no había podido percibir, inició la carrera señalando el centro del campo. Había visto con sus propios ojos cómo el balón entró en la portería, así que su decisión no ofrecía dudas. Pero el guardameta había escuchado el impacto de aquel chut al estrellarse contra una valla publicitaria (“qué extraño”, pensaría), y después de levantarse de su fracasada estirada, fue a recuperar lentamente el balón que no estaba dentro, estaba fuera, evadido de unas redes que no se habían comprobado correctamente y que estaban mal ajustadas. Entonces, el portero asturiano tuvo la brillante idea de blocar el disparo de Quique reclamando la atención del linier, un colegiado gerundense llamado Caliano Lentijo que se creyó el cuento de hadas de Juan Carlos Ablanedo. Aquello creó un momento de confusión. Rubio Valdivieso comenzó a dudar. Quique descubrió que algo raro ocurría y persiguió al colegiado preguntando qué había pasado.

Desmentirse a sí mismo

No conozco en el fútbol que un árbitro se desmintiera a sí mismo, ni que renegara de sus propios sentidos, principal recurso para administrar la justicia deportiva. Rubio Valdivieso había visto el gol y lo había legalizado con su soplido. Pero cuando comprobó, alertado por las indicaciones de Ablanedo y de su linier, que el balón estaba fuera de la portería, se dejó llevar por las especulaciones fantásticas que reclamaban los sportinguistas. Cuando lo anuló, este árbitro, nacido en la localidad vallisoletana de Urones de Castroponce, entró en la historia maldita del fútbol, porque existen millares de errores arbitrales por cosas que no se ven, pero ninguno por cosas que ya vistas, dejan de creerse.

La indignación de espaldas

En aquella temporada, los árbitros esquilmaron al equipo cántabro en las primeras jornadas. En Santander, la indignación por la actuación de los árbitros invitó a los aficionados a salir a la calle para protestar. Recuerdo que en el siguiente partido, en la tarde del sábado, 23 de septiembre de 1995, el Racing jugaba contra el Sevilla C. F. en Santander. Los escandalosos errores del árbitro que no se creyó lo que había visto, fueron un resorte para los racinguistas que se sentían cargados de reproches contra los jueces de la competición. En el campo, cuando el colegiado Díaz Vega salió al terreno de juego, nadie le abucheó. Los espectadores se levantaron de sus asientos y mostraron sus espaldas a los representantes arbitrales. Los pocos aficionados que no lo hicieron, contemplaron una visión insólita en un campo de fútbol. El público, siempre de frente, renegaba ahora de su privilegio de espectador mostrando el desprecio de miles y miles de espaldas. El gesto de protesta fue silencioso hasta que se escuchó el pitido del inicio del partido. 

Después de tantos años, se me revuelve el estómago de racinguista igual que la primera vez que escribí sobre él. Fue el último gol de Quique Setién, un gol que continúa vagando por El Molinón, como alma en pena, esperando que alguien lo saque de centro.

miércoles, 12 de octubre de 2016

El Racing y la magia de la televisión

Equipo de la primera retransmisión televisiva
Redujo el campo de fútbol a una pequeña pantalla, pero en vez de achicarlo, lo engrandeció hasta límites insospechados, colándose en nuestros hogares y multiplicando con la repetición de las imágenes los escasos momentos de belleza de un partido.

La televisión llegó a España como la novedad más comentada de la Feria Internacional de Barcelona de 1948, y ese mismo año, los representantes en España de la Radio Corporation of America intentaron realizar una retransmisión de una corrida de toros en la Plaza de Vista Alegre de Madrid. Pero la experiencia fue un desastre. Las deficiencias del voltaje lo hicieron imposible y los telespectadores de los 17 receptores que se exhibieron en el Círculo de Bellas Artes de la capital, exigieron la devolución de las 15 pesetas que costaba la entrada para ver las maravillas del invento.

Pero seis años después, también en Madrid, se consiguió la proeza de tomar planos de la Gran Vía y verlos a la perfección a pocos kilómetros, en el lugar que pronto sería sede de TVE, en el Paseo de la Habana. Aquellas pruebas, que constituían el embrión de la televisión pública en España, tenían que ser confirmadas con la retransmisión de un acontecimiento al aire libre, y se eligió un partido de fútbol.

Real Madrid-Racing

El 24 de octubre de 1954, en Chamartín, meses antes de que cambiara su nombre por el del hegemónico Santiago Bernabéu, las cámaras de televisión retrasmitieron el partido de Liga entre el Real Madrid y el Racing, con los comentarios de Juan Martín Navas que acompañaron las primeras imágenes televisivas de fútbol en España. Por el Racing saltaron al terreno de juego Ortega; Gómez, Barrenechea, Bermúdez; Santín, Vázquez; Magritas, Moro, León, Sobrado y Arsuaga. Entre los jugadores del Real Madrid lo hicieron varios exracinguistas: Marquitos, Joseíto, Miguel Muñoz y Gento. El equipo cántabro, plantado en el terreno del último campeón de Liga, aspiraba a conservar el valioso empate a cero. Y lo estaba consiguiendo. El dominio blanco era insistente, pero no se creaban oportunidades. Barrenechea, el central racinguista, se sentía todopoderoso en las cercanías de su área, no en vano el seleccionador nacional le venía observando en los últimos partidos. Moro respiraba en la nuca de Alfredo Di Stéfano convirtiéndole en un futbolista vulgar, aunque en las gradas preferían deducir que Di Stéfano jugaba enfermo. Faltaban veinte minutos para terminar el partido cuando Lesmes colgó un balón en la puerta del Racing y Ortega despejó de puños. Sin dejar caer el balón, Gento interrumpió el despeje empalmando un potente disparo que se coló por el ángulo contrario mientras el defensa Barrenechea intentaba detenerlo con la mano. Fue un golazo de Gento con el pie derecho que hizo exclamar por primera vez a un comentarista de televisión el grito de ¡gol!, el primero que recogía aquella nueva tecnología. El equipo montañés se vino abajo y Muñoz y Rial sumaron el definitivo tres a cero con el que finalizaría el partido.


Pionero en Segunda División

El Racing no sólo fue uno de los dos protagonistas de la primera retransmisión en directo de un encuentro de fútbol en España. También lo fue de un partido de Segunda División, cuando el 20 de mayo de 1973, ante la presencia de las cámaras de TVE, los Campos de Sport fueron escenario del partido contra el Real Murcia que supuso la culminación de aquel inolvidable equipo de los bigotes que ya había logrado matemáticamente el ascenso a Primera, y que entonces formaría con Santamaría; De la Fuente, Chinchón, Portu; Sistiaga, Santi; Martín (Docal), Barba, Aitor Aguirre, Pedro Amado y Sebas. El partido finalizaría con empate a cero.

Redujo el campo de fútbol a una pequeña pantalla, pero en vez de achicarlo, lo engrandeció hasta límites insospechados, colándose en nuestros hogares y multiplicando con la repetición de las imágenes los escasos momentos de belleza de un partido. Y en sus comienzos, el Racing participó de la magia de aquel invento que supuso un antes y un después del bienestar de la sociedad moderna y un antes y un después del desarrollo del deporte rey.

viernes, 7 de octubre de 2016

Pancho Cossío, el racinguista de la plaza de Pombo

Pancho Cossío
Su busto lleva más de veinte años vigilando la plaza, acaso resignado por el agobio de las palomas, pero atento al devenir de los transeúntes que en sus ajetreos parecen llevar consigo el paso del tiempo. Desde su posición de bronce, casi puede ver la placa que se colocó en su portal de la calle Gómez Oreña para indicar que en aquella casa nació el famoso pintor Pancho Cossío. Pero no son los artistas quienes le llevan flores cada 23 de febrero.

Francisco Gutiérrez Cossío, más conocido como Pancho Cossío, fue un deportista consumado, con el mérito de estar limitado por un accidente que sufrió de niño en Renedo de Cabuérniga, donde trascurrieron sus primeros años de vida. Ocurrió cuando su madre, distraída con la presencia del chiquillo, le fracturó el pie izquierdo con una mecedora. Los médicos no pudieron evitar la secuela de una cojera que le impediría correr, y por lo tanto jugar al fútbol, así que en referencia a la práctica deportiva, fueron la natación y la vela sus actividades favoritas.

Amante del fútbol y fundador del Racing

Sin embargo, el fútbol fue una referencia importante de su juventud y de su relación de amistad. Cuando los amigos que vivían en el entorno de la Plaza de Pombo decidieron formar un equipo con el nombre de Racing, también contaron con él. Además, Pancho guardaba una excelente relación con Ángel Sánchez Losada, el primer presidente del club, debido a que habían coincidido en la academia de pintura donde ambos estudiaban, de tal manera que Pancho formó parte de la primera directiva del equipo como tesorero.

Cossío muy pronto se dedicaría a la pintura, su verdadera vocación, y después de haber contribuido a la creación del Racing, marcharía a Madrid en 1914, donde asistiría a las clases de pintura impartidas por Cecilio Pla hasta 1918. Celebró su primera exposición en el Ateneo de Santander en 1921, y luego se marchó a París, donde conoció a varios artistas del momento que marcarían su trayectoria, y en donde coincidiría con otros pintores cántabros, como María Blanchard, César Abín y Santiago Ontañón. En Francia también se aficionaría al cine, tomaría contacto con Luis Buñuel y participaría como actor en algunas películas. Al regresar a España en los años treinta, Pancho se dejó llevar por la locura política del momento y colaboró en la fundación de las J.O.N.S. (Juventudes Obreras Nacional Sindicalistas). También formó parte del grupo de la revista ‘Proel’, donde colaboraban sus amigos, participando en su nominación y con artículos y dibujos en las cubiertas de algunos números, como en la portada de otoño de 1946. La revista, que supuso una luz en el sombrío panorama literario de la época, incluso le dedicó un homenaje en los números 5 y 6 de agosto y septiembre de 1944.

Reconocimiento internacional

En los años sesenta, su pintura comenzó a ser reconocida internacionalmente y se prodigó en exposiciones, destacando la de la Feria Internacional de Nueva York. Nunca se olvidó de su Racing, y en las entrevistas que le realizaban, no dejaba de mencionar a su equipo. Algunas de sus declaraciones constituyen uno de los escasos testimonios sobre cómo el Racing consiguió el título de “Real”, cuando un día se acercaron al Palacio de la Magdalena y se entrevistaron con Alfonso XIII solicitándole la autorización: “Y el rey, muy impuesto de su trascendental acto, nos otorgó, sin más dilaciones, el título de Real”, comentó en 1961 en el diario ‘Pueblo’.

Falleció en su casa de Alicante el 16 de enero de 1970 y fue enterrado en Ciriego, en el Panteón de Hombres Ilustres de Santander. En 1994, el ayuntamiento democrático de Santander le dedicó el busto de la plaza de Pombo con motivo del centenario de su nacimiento, fechado el 20 de octubre de 1894, aunque mi amigo José Manuel Holgado, hurgando en el registro civil y en su acta de defunción, ha descubierto que nació el mismo día y el mismo mes, pero de 1889, que es la que suponemos correcta, achacando el error a la humana y coqueta costumbre de quitarse años, que como señalan algunos biógrafos, tenía el genial pintor.

Su busto lleva más de veinte años vigilando la plaza, atento al devenir de los transeúntes que en sus ajetreos parecen llevar consigo el paso del tiempo. Pero no son los artistas quienes le llevan flores cada 23 de febrero. Son y somos los racinguistas, dispuestos a mantener la tradición de honrar a uno de los fundadores del club en un lugar emblemático que no queremos que desaparezca, por la salud y el bien de nuestra memoria histórica.

martes, 20 de septiembre de 2016

El primer magnífico

Pagaza
Son siete. Como las siete maravillas del mundo, o los siete magníficos. Y como aquellos pistoleros salvadores de un pueblo oprimido, deberían evocarse con la música que Elmer Bernstein escribió para la famosa película. Siete hombres extraordinarios, siete jugadores fantásticos que sobresalieron entre los ya privilegiados futbolistas que tuvieron el honor de vestir la camiseta del Racing. Los siete son los únicos que jugaron en la selección nacional española absoluta de fútbol con la feliz circunstancia de que lo hicieron siendo futbolistas del Racing, no del Real Madrid, ni del F. C. Barcelona, ni del Atlético de Madrid… Eran futbolistas del Racing. Sus nombres (que suene esa música, por favor) son: Francisco Pagaza, Óscar Rodríguez, Enrique Larrínaga, Fernando García, Rafael Alsúa, Pedro Munitis y Salva Ballesta.

Entre esos siete magníficos, el primero de ellos, Francisco Pagazaurtundúa González (Santurce, 1894-1958) introduce al Racing en uno de los acontecimientos históricos más importantes del fútbol español: la creación de su selección nacional.

Los Juegos Olímpicos

Acabada la I Guerra Mundial, los Juegos Olímpicos de 1920, en Amberes (Bélgica), celebraron la reanudación de la paz entre las naciones. España hizo un gran esfuerzo para presentar deportistas al acontecimiento, de tal manera que logró incluir al mayor número de participantes hasta entonces, un total de 59, entre ellos los 22 del equipo de fútbol que se había creado para la ocasión. El 28 de agosto de 1920, en el estadio La Butte de Bruselas, bajo una fina lluvia, saltaron al terreno de juego los primeros futbolistas que representaron a España en una competición: Zamora; Otero, Arrate; Samitier, Belauste, Eguizábal; Pagaza, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo.

La selección española inició con este partido su camino para conseguir la medalla de plata, ya que ganó por uno a cero a la selección de Dinamarca. El racinguista Pagaza tuvo su protagonismo en el gol de la victoria. La crónica de Manolo de Castro (‘Handicap’) en ‘Madrid-Sport’, relata que “Pagaza recoge un pase de Belauste, corre la línea como un gamo, se interna, ‘shoota’ fuertemente, el portero devuelve con dificultad, y el mismo Pagaza recoge de nuevo el pelotón en la línea de ‘goal’, para centrar suave hacia atrás, y Patricio, que venía arreando a gran tren, ‘shoota’, sesgado y raso, con la derecha, por la izquierda de Hansen, a la esquina de la red”. Así se marcó el primer gol de la selección española de fútbol. Pagaza jugó cinco de los seis partidos que la selección disputó en los Juegos Olímpicos, y a su regreso a Santander, el Racing le ofreció un homenaje de reconocimiento por el éxito deportivo.

Ambiente familiar acomodado

Quizás el ambiente familiar de Pagaza no era el propicio para que se convirtiera en jugador de fútbol. A diferencia de otros muchos futbolistas, su familia gozaba de cierto poder adquisitivo y acomodo social. Era el mayor de los tres hijos del arquitecto bilbaíno Emiliano Pagazaurtundúa, y de Amalia González, que era profesora de piano en el Conservatorio de Música de Madrid. En este ambiente, Pagaza fue uno de esos afortunados que, después de acabar los estudios básicos en la localidad vizcaína de Orduña, tuvo ocasión de estudiar en Inglaterra, donde jugó al fútbol en varios equipos juveniles.

Con el tesoro de su experiencia inglesa, en 1912 comenzó a jugar en el Arenas Club de Guecho, uno de los grandes del Campeonato del Norte. En el Arenas estuvo hasta 1920, aunque en la temporada 1916-17 jugaría en el Athletic Club de Madrid. Tenía amigos en Santander y solía venir a la ciudad a jugar partidos amistosos. Fue uno de los hombres del Arenas que en 1919 arrebató el título de campeón del Norte a los racinguistas. Con el club vizcaíno, ese mismo año se proclamaría campeón de la Copa del Rey. Al año siguiente, se incorporó al Racing, manteniéndose hasta 1926, con el paréntesis de jugar con la Real Sociedad Gimnástica de Torrelavega la temporada 1923-24. Marcó 7 goles en los 34 encuentros que jugó con el Racing. Después de su etapa en Santander se marchó a Madrid a defender los colores del Racing Club de Madrid, donde se retiraría como jugador en 1927.

Pagaza, entrenador

No se despegaría del fútbol, porque continuó ejerciendo como entrenador. Después de haber dirigido a equipos como el santanderino Eclipse F. C., Real Sporting de Gijón y Racing Club de Sama, Pagaza se incorporó a la disciplina del Racing Club de Santander en la temporada 1929-30, cuando el equipo montañés ya había estrenado la Primera División. Luego entrenó al C. A Osasuna para regresar al Racing en la temporada 1932-33, y después de haber dirigido al R. C. D. Mallorca, de nuevo se vino a Santander para gestionar la crisis de juego del Racing (entonces Real Santander) en la temporada 1941-43, con el triste resultado de descender por primera vez a Tercera División. Luego entrenaría al Hércules C. F. y al C. D. Numancia, este último equipo en Segunda División, cuando en la temporada 1949-50 coincidió con el gran Racing que recuperaría la división de honor. El equipo soriano de Pagaza sería el que acabó con la racha de trece victorias consecutivas de aquel legendario equipo liderado por el ímpetu y genialidad de Rafael Alsúa. Los racinguistas perdieron aquel día por el resultado de dos a uno.

Tras regresar de presenciar un encuentro de fútbol en Bilbao, falleció en Madrid el 18 de noviembre de 1958. El Racing celebró una misa en su memoria, mientras que en su localidad natal, Santurce, le rindieron homenaje poniendo su nombre a una calle.

Son siete. Como las siete maravillas del mundo, o los siete magníficos. Siete hombres extraordinarios, siete jugadores fantásticos que sobresalieron entre los ya privilegiados futbolistas que tuvieron el honor de vestir la camiseta del Racing. Los siete son los únicos que jugaron en la selección nacional española absoluta de fútbol con la feliz circunstancia de que lo hicieron siendo futbolistas del Racing. El primero de ellos fue Pagaza, que introdujo al club cántabro en uno de los acontecimientos históricos más importantes del fútbol español: la creación de su selección nacional y su éxito en Amberes. Pagaza vivió en la Gran Vía madrileña, justo en frente del hotel Amberes, cuyas luces veía desde su ventana, acaso para insinuarle que el nombre de esta ciudad belga y olímpica le acompañaría siempre.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El gran salto de Santillana

Santillana
Fue un salto a destiempo, demasiado anticipado, de esos que al principio deleitan elevándose por encima de los defensores, pero luego, en el instante preciso de la llegada del balón, nos humillan descendiendo, mientras todos suben y exhiben el estúpido fracaso de la falta de coordinación. Además, con la altura que había alcanzado aquel nuevo delantero centro del Racing, el ridículo iba a ser mayúsculo.

Pero me equivoqué. Y de qué manera. Aquel delantero no descendió. Como si el cielo le hubiera proporcionado ese punto de apoyo con el que Arquímides aseguró poder mover el mundo, su cuerpo sobresalió entre una nube de jugadores, su cadera realizó un violento giro, cuya inercia convirtió en látigo su cuello, y su frente, yunque de carne y hueso con los ojos abiertos, chocó contra la pelota emitiendo un sonido de trueno que confirmó que aquella exhalación no fue un engaño visual de nuestra fantasía. Después de tantos años, es el gol más impresionante que he visto y que he oído en mi vida.

Monaguillo y marcero


Hacerse futbolista entre amigos que cantan marzas para comprar botas y camisetas, tenía que ser síntoma de buenos augurios. Así comenzó a hacerse jugador de fútbol Carlos Alonso González, un chaval de Santillana del Mar, alumno del ‘Regina Coeli’ y monaguillo en las misas del padre Antonio Niceas. Tras jugar en el torneo de la Amistad, se incorporaría al juvenil Satélite, filial del Barreda Balompié. Su entrenador, Valentín Cuétara, fue quien le bautizó con el seudónimo de Santillana, llevando el nombre de la hermosa villa románica más lejos que el célebre marqués autor de las ‘Serranillas’.

Tenía unas facultades físicas excepcionales, aunque su técnica dejaba mucho que desear. Muy pronto comenzó a jugar con el equipo regional, aportando sus goles al ascenso del Barreda Balompié a Tercera División en 1970. Aquel año sería internacional juvenil y se proclamaría campeón de Aficionados tras ganar en la final a la Cultural de Guarnizo. El joven Santillana se estaba preparando para dar su impulso más potente.

El entrenador racinguista, Manuel Fernández Mora, fue quien le echó el ojo. Tuvo que lidiar con otras ofertas, porque a Santillana también le quería la R. S. Gimnástica de Torrelavega, el R. C. Deportivo de La Coruña y el C. F. Barcelona. Pero eligió el Racing, aunque en aquel tiempo, el equipo peleaba por el ascenso a Segunda División. Aún no había terminado la temporada 1969-70, cuando el conjunto cántabro fue a jugar la primera edición del Trofeo de La Galleta. Los santanderinos ya se habían comprometido a participar pensando que para finales de junio la temporada terminaría, pero ésta tuvo que prolongarse debido a los emocionantes partidos de promoción de ascenso contra el C. D. Ilicitano, así que para solucionar el compromiso, el club decidió acudir a Aguilar de Campoo llevando parte de los jugadores no convocados, varios jóvenes del Rayo Cantabria y algunos juveniles, entre ellos el recién llegado de Santillana del Mar. El 28 de junio, el Racing, dirigido por José Antonio Saro, ganó al Real Valladolid por uno a cero, gol marcado de un formidable remate de cabeza de Santillana. Meses después, debutó oficialmente como racinguista en los Campos de Sport, el 13 de septiembre de 1970, contra la U. P. Langreo. Jugaron aquel día Corral; Chinchón, Argoitia (Santi), José María; García, ‘Zoco’; Aguilar, Cabello, Linares (Santillana), González e Isidro.

Excelente rematador

Se confirmaría como excelente rematador en la cuarta jornada, cuando el Racing recibió al Pontevedra C. F. y a los diez minutos, un avance por la derecha de García brindó al joven ariete la posibilidad de exhibir su potente salto vertical, elevándose varios centímetros sobre sus marcadores y rematando de cabeza el uno a cero. Santillana fue afinando su puntería y sus recursos. Sería el autor de los tres goles de la victoria ante el Onteniente C. F. y sería vital para que el Racing eludiera la promoción al marcar el único gol contra el C. D. C. Moscardó que llevó la firma de su remate de cabeza, a pase de Aguilar, cuando faltaban once minutos para el final. Era el gol número 17 del delantero con el que sería Pichichi de Segunda División, aunque compartiéndolo con el jugador del Córdoba C. F., Manuel Cuesta. Meses después, tras jugar 36 partidos con el Racing, se incorporó al Real Madrid con Aguilar y Corral en una operación que salvó al club de la difícil situación económica que atravesaba.

En poco más de un año, con el impulso tomado desde los Campos de Solvay, aquel juvenil logró dar el salto desde categoría regional a Primera División, alcanzando el éxito del Campeonato de Liga en su primera temporada con los madridistas. Sigue siendo el internacional cántabro con más partidos disputados, cincuenta y seis. Como si el cielo le hubiera proporcionado ese punto de apoyo con el que Arquímides aseguró poder mover el mundo, Santillana sobresalió entre todos los futbolistas por sus impresionantes saltos, impulsos y remates de cabeza. Que nadie lo dude. Ni Zarra, ni Churchill podrán compararse nunca con él. Fue la mejor cabeza de todos los tiempos.

domingo, 24 de julio de 2016

El gol de la novia

El delantero racinguista, Óscar
Fue un gol increíble. Su recuerdo nos ha llegado a nuestros días escondido en las hojas amarillas de los periódicos, pero empapado del amor que inspiró aquel soberbio disparo. Porque aquel gol de la novia, el más romántico de la centenaria historia del Real Racing Club, acabó en boda.

No hablamos de cualquier jugador. Su nombre, pronunciado en el aire, debería de producir genuflexiones de respeto y admiración entre tantos que han saturado el aire con falsos ídolos. Hablamos del internacional Óscar Rodríguez, el gran Óscar, el jugador que más goles ha marcado en la historia del Racing. Delantero centro rápido, potente y pegador con las dos piernas, Óscar logró lo que ningún otro jugador del Racing ha conseguido: marcar la friolera de 236 goles en los 211 partidos oficiales que disputó. Entre aquellos goles, todavía celebro el que cautivó el amor de una mujer.

Se jugaba la edición de la Copa del Rey de 1925, en la que participaron los campeones de los respectivos torneos regionales que se dividieron en cuatro grupos de tres equipos cada uno. El ganador de cada grupo se clasificaría para las semifinales. Al Racing le tocaron dos huesos duros de roer, el Arenas Club de Guecho y la Real Sociedad de San Sebastián.

El partido en Santander contra el Arenas Club, fue el último y decisivo, porque la igualdad de los tres conjuntos norteños aún permitía la clasificación a cualquiera de ellos. Así que con una victoria, el Racing se clasificaba para la semifinal. Se jugó el 4 de abril de 1925. Los Campos de Sport recibieron la mayor entrada conocida, destacando el jolgorio de los jóvenes entusiastas de la Gradona de los Malditos, situada detrás de una de las porterías, tomada por una nueva peña racinguista, el Tirabeque. 

En la segunda parte

El viento era fuerte y en la primera parte sopló a favor de los vizcaínos. Se llegó al descanso con empate a cero. El Racing tuvo que jugar la segunda mitad con diez hombres por la lesión de Montoya y el Arenas abrió el marcador por medio de un penalti. Pero la respuesta del Racing no se hizo esperar. La pelota salió fuera y Óscar fue a recogerla cerca de donde estaba su novia, Manuela Arauna. Con el balón en las manos quiso saludarla, y al mirarla a los ojos, se atrevió a proclamar su cariño con una dedicatoria lanzada a modo de brindis torero que escuchó parte del público y varios periodistas, entre ellos el cronista de El Diario Montañés, el médico Domingo Solís Cagigal (D’Abionzo): “¡Este gol que voy a meter ahora va por ti, Manolita!”. Y ocurrió lo excepcional. Óscar recibió la pelota y avanzó hacia la meta de Jaúregui. Sorteó a uno, dos y hasta tres areneros que le salieron al paso con furia, y antes de llegar al área, lanzó un chut de enorme potencia y colocación que hizo saltar a los espectadores y estremecer a la joven. Fue el gol de la novia.

Brindis poético

El gol no sirvió para ganar a los rivales, pero abrió a Óscar las puertas de la mujer a quien amaba. Meses después, anunció su boda con Manolita. En la despedida de soltero, el escritor José Barrio y Bravo le ofreció un brindis poético que evocaba aquel gol tan profético y espectacular: “... Desbordóse, alocado, el entusiasmo/ como torrente por el graderío/ la gente, puesta en pie, te ovacionaba; “-Qué bárbaro!” –chillaban los “malditos”… /¡Oh, la grandeza de aquel goal magnífico/ llamado “el de la novia” por Domingo/ Solís, el contagiado especialista/ del furioso microbio deportivo!..”

Óscar Rodríguez López falleció en 1976. En el panteón familiar de su mujer, en Ciriego, aún puede escribirse este epitafio: “Aquí yace, eternamente enamorado, el más grande goleador del Real Racing Club”.

sábado, 23 de julio de 2016

Los cordones de luto

Agachados, Aitor Aguirre y Sergio
Los jugadores ya están preparados y el ruido de los tacos ametralla el suelo de los vestuarios. Los Campos de Sport esperan a los dos equipos. El entrenador, José María Maguregui, está a punto de arengar a sus muchachos para que salgan aguerridos al terreno de juego. Dos de ellos, Aitor y Sergio, se han intercambiado miradas cómplices y en una esquina, como escolares que fuman un pitillo en la clandestinidad, se atan mutuamente sendos cordones de bota en la manga. Son los últimos en salir al campo. Cuando pisan la hierba de El Sardinero nadie se ha dado cuenta del símbolo de luto que han improvisado. 

Es domingo, 28 de septiembre de 1975. El régimen de Franco agoniza, pero un proceso militar ha dictado las últimas condenas a muerte. Se trata de tres terroristas del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) y dos de ETA (Euskadi ta Askatasuna). La opinión pública internacional ha presionado para evitar las ejecuciones. La noche anterior al partido, en la habitación del Hotel Rhin, Aitor y Sergio escuchaban las noticias emitidas por Radio España Independiente (‘La Pirenaica’). Esa misma noche, en la oscuridad de la habitación que ambos compartían, el mensaje del transistor informó de los fusilamientos en un campo de tiro de Hoyo del Manzanares. Los dos jugadores se han sentido más compañeros que nunca y hablan y hablan hasta que el sueño les une en un compromiso. Y el sueño les suelta el balón en un campo, y juegan al fútbol mientras sus pies se liberan de la presión de las botas, y sus cordones se escapan para convertirse en látigos que silban al aire.

En el partido

En el primer tiempo, el Racing ha dominado a su rival y ha tenido varias ocasiones de gol, pero sólo ha convertido una, cuando Sergio centró hacia el área, Zuviría peinó el balón hacia atrás y Aitor Aguirre remató de cabeza. Cuando los jugadores regresaban a los vestuarios, los cordones negros seguían atados en las mangas blancas de las camisetas de Aitor y Sergio. Creen que nadie ha dado importancia al hecho, pero se equivocan. Varios policías vestidos de paisano apartan a los futbolistas y se dirigen a ellos amenazantes: 

- O se quitan ahora mismo esos brazaletes o ustedes no salen en el segundo tiempo, se vienen con nosotros a comisaría. 

Aitor y Sergio ya han cumplido con el ritual y no oponen ninguna resistencia. Algo asustados, se desprenden de los cordones y uno de los policías los recoge como si fueran pruebas finas de algún delito. Los policías les permiten jugar la segunda parte. El balón entra en juego y el peligro está ahora en los rivales deportivos, sobre todo en las botas de Rubén Cano. El Racing ha bajado la guardia y el Elche C. F. ha conseguido empatar. A falta de tres minutos para el final, Aitor volvió a marcar gracias a otro cabezazo con el que superó en el salto al portero y a los defensores que le marcaban. Ha sido el gol del triunfo.

Pero el triunfo no ha liberado de la detención a Sergio y a Aitor. Acusados, interrogados y multados, los dos futbolistas, tras pasar varias horas en comisaría, fueron liberados gracias a las gestiones de la directiva racinguista. Hubo amenazas de muerte a los dos jugadores y al presidente, José Manuel López Alonso. Fueron días de preocupación y noches donde los sueños de Aitor y Sergio se empeñaban en jugar a fútbol mientras alguien les ataba los pies.

Semanas más tarde, Franco murió, las Cortes proclamaron rey al príncipe Juan Carlos, y se devolvió el importe de la multa a los dos deportistas que se atrevieron a lamentar la pena de muerte con los cordones de unas botas de fútbol. Si el sueño les suelta un balón en un campo, Aitor y Sergio siguen jugando al fútbol mientras sus pies se liberan de la presión de las botas, y sus cordones se escapan para convertirse en látigos que silban al aire.

sábado, 16 de julio de 2016

José María de Cossío, manjar para el Racing



Me uno a la voluntad de Javier Menéndez Llamazares para ondear, en lo más alto, el nombre de José María de Cossío Martínez-Fortún, presidente del Racing entre 1933 y 1936, que al menos fue socio del club desde 1924. Menéndez Llamazares le da vueltas a la idea de formar una peña racinguista con el nombre del académico de la Lengua y eterno alcalde de Tudanca. Que cuente conmigo. Que un club de fútbol haya tenido como máximo dirigente a uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, es un orgullo y un mérito que no puede exhibir el resto.

Confío en que esa idea no desemboque en el olvido, como en 1988, cuando los alcaldes del valle del Nansa, también con el ánimo de honrar la figura de Cossío, propusieron al Ayuntamiento de Santander que el nuevo campo municipal llevara el nombre de este presidente racinguista. Nadie hizo caso de aquella petición. Y ahí esta el nuevo campo, sin nombre propio, aún con el aliento de los antiguos y ajenos aires de El Sardinero o los Campos de Sport.

Cossío se envenenó de fútbol en 1920, cuando sufrió uno de los golpes más amargos de su vida, la muerte de su amigo, el torero Joselito, corneado en el coso de Talavera de la Reina. La depresión que sufrió le alejó de las plazas de toros, y buscó otras multitudes para desahogar su tristeza. El fútbol entonces vivía momentos de efervescencia, acaso su primer salto cuantitativo de interés en España, gracias al éxito de la selección española en Amberes. Y Cossío no fue ajeno a aquella oleada de la que se empapó en Santander, ligado a diversas tareas en torno a la Biblioteca Menéndez Pelayo.

Gestiones a favor del Racing

No fueron escasas ni insignificantes las gestiones que Cossío realizó en esos años a favor del Racing y del mismo fútbol nacional, ya que participó activamente en las asambleas de clubes de la Federación Española. Fue el principal defensor de la entrada de extranjeros en la Liga española. Por eso el Racing fue uno de los primeros en integrarlos a su plantilla, fichando a los mexicanos Alonso y Fuente. También logró que el Racing participara en los campeonatos suprarregionales, evitando la monotonía de los campeonatos regionales cántabros que siempre ganaba.

Pero hay otro mérito que yo quisiera apuntar de Cossío. Este “glotón de la poesía ibérica”, que así le llama Rafael Gómez, supo trasladar la inquietud taurina entre los jóvenes poetas de la época, y de la misma manera, aunque con menos trascendencia, también influyó en introducir el fútbol en los ambientes intelectuales y literarios que tanto frecuentó para dinamizarlos, ambientes que se abrían a una generación que se integraba en la modernidad, también por medio del deporte. Porque poetas como Gerardo Diego, Miguel Hernández, Rafael Alberti o José del Río, no desdeñaron la expresión de emociones en torno a la temática futbolística en sus versos. El ejemplo más claro fue la Oda a Platko, exaltación al guardameta del F. C. Barcelona que Rafael Alberti escribió en 1928, después de acudir a los Campos de Sport invitado por Cossío.

Son tiempos amargos para el racinguismo. Por eso, además de los goles, echar un vistazo atrás parece la única manera que conduce al consuelo, porque cuando faltan nombres para prestigiar a las entidades, hay que rescatarlos del archivo. Y en ese aspecto, el Racing conserva una copiosa despensa para alimentar estados de ánimo. José María de Cossío es uno de sus mejores manjares.

martes, 12 de julio de 2016

El mejor portero del mundo

Sus saques a bote pronto silbaban como obuses cuando, bajos y paralelos al suelo, pasaban cerca de las cabezas de los jugadores. Sus saltos, elegantes y adornados, hacían dudar si aquel portero era un hombre o un ave rapaz. Sus despejes de puño, limpios y precisos, eran capaz de noquear al balón de rosca más peligroso que se acercara a su territorio. Sus paradas, ¡ay sus paradas!, sencillamente retaban a lo imposible.

Ya sé que es una afirmación demasiada ambiciosa. Ya sé que mi amigo Carlos Bribián (mi más severo crítico) me echará la bronca por la fragante sospecha de falta de rigor. Y acaso tenga razón, porque nunca vi jugar a ‘Zamoruca’, el mejor portero del mundo. Pero todos los que le vieron actuar debajo de una portería me expresaron lo sorprendentemente seguro y espectacular que era. Y el brillo de esos ojos, mientras me describen mil y una jugadas, no admite dudas.

Le llamaban 'Zamoruca'

Goyo ‘Zamoruca’ (Gregorio de la Fuente Perales, Santander 1931-2011) comenzó a jugar al fútbol en su infancia, en el colegio de los Salesianos de Santander, y allí tomó contacto, por casualidad, con el excepcional puesto que el portero supone para un equipo. Había que jugar un partido entre los alumnos externos e internos del colegio, y Goyo, que acostumbraba a jugar de interior izquierdo, tuvo que ponerse en la portería ante la lesión del guardameta titular. En el camino de aquel portero de patio de recreo, se cruzaría el Torneo de los Barrios, donde ‘Zamoruca’, allá por la temporada 1945-46, participaría con el C. D. Calle del Sol, para ya en la siguiente edición, hacerlo con el equipo de su barrio, el C. D. Callealtera.

Luego tuvo la suerte de formar parte del Kostka, un gran equipo entrenado por el inolvidable Samuel Lamarca, en el que tenía como compañeros a chavales como Marquitos o Moruca, ganando el Torneo Barrios de 1948, tras imponerse en la final al Perines. La alineación de aquel gran Kostka, que fue el primer equipo en practicar la WM y lanzar el penalti en dos tiempos (cosas del irrepetible Lamarca) estaba formada por: ‘Zamoruca’; Baldor, Iza; Casuso, Julián, Marquitos; Amancio, Barrilaro, Diego, Zalo y Mora. Con algunos de estos compañeros formó ‘Zamoruca’ en la selección juvenil de Cantabria.

En ese tiempo de adolescencia, y como alumno de la Escuela de Comercio, también defendió la meta en los partidos que jugaba en los torneos escolares, y poco después ya estaba jugando en el Juventud Real Santander (1950-51) a las órdenes del gran Germán Gómez. Cumplió el servicio militar como voluntario en el Regimiento Valencia, donde practicó fútbol, atletismo, baloncesto y balonmano en compañía de otros racinguistas, como Santín, Gento, Lolo Gómez, Campón o Villita. Luego jugó en el Rayo Cantabria y desde aquel entrañable filial saltaría al primer equipo del entonces denominado Real Santander, que jugaba en Primera División teniendo al inigualable Rafael Alsúa como referencia creativa y atacante.

En la última jornada liguera de la temporada 1952-53, concretamente el 3 de mayo de 1953, aquel jovencito que admiraba tanto a Ricardo Zamora se puso debajo de los palos de la portería racinguista para enfrentarse al Real Valladolid Deportivo, en los Campos de Sport. Los locales formaron entonces con: ‘Zamoruca’; Marquitos, Barrenechea, Ruiz; Felipe, Nando; Magritas, Alsúa, León, Martínez y Gento.

La maldita lesión

Todo era un camino de rosas. Todo era un sueño. Por fin un jugador joven supo mantenerse seguro y ágil en la puerta del Racing, y además con un prometedor futuro. Cuántos proyectos hermosos revolotearon por el entorno futbolístico de ‘Zamoruca’, hasta que llegó el día de la maldita lesión. Fue el 9 de enero de 1955. Aquel día, el equipo santanderino jugaba el partido liguero en el estadio Metropolitano ante el Club Atlético de Madrid. Con el marcador en empate a uno, el guardameta chocó con su compañero y amigo, el defensor Santín, de tal manera que le produjo una doble fractura del húmero de su brazo izquierdo.

La lesión había coincidido con la llamada del seleccionador nacional, Ramón Melcón, que había acudido a verlo. Y el lance tan desgraciado también se prolongaría fuera de los terrenos de juego. ‘Zamoruca’ pasó mucho tiempo entre médicos y hospitales para intentar recuperarse físicamente, pero a pesar de todos los intentos, ya nunca volvería a jugar al fútbol. El 14 de enero de 1955 sufrió la primera de las operaciones quirúrgicas de un calvario que acabaría con su retirada definitiva de los terrenos de juego, con un adiós en forma de partido homenaje que se disputó el 14 de mayo de 1961, entre una selección de jugadores cántabros y el Athletic Club de Bilbao. 

Después de aquella lesión, sacó el título regional de entrenador en Santander (1960), así como el título nacional, en Madrid (1962). Ya había comenzado su carrera de técnico en la temporada 1957-58 en el Santoña C. F., donde estuvo cuatro años hasta que llegó, en 1963, a la Cultural Deportiva Guarnizo, en sustitución de Félix Elizondo, permaneciendo hasta el final de la temporada 1973-74. Luego sería entrenador de la S. D. Velarde, S. D. Unión Club, Rayo Cantabria, C. D. Villamarín, C. D. Cayón y C. D. San Agustín. También entrenó a la selección juvenil de Cantabria y a finales de la década de los setenta entró en la Escuela Municipal de Fútbol de Santander, donde estuvo más de veinte años, los últimos once en solitario dedicándose a la enseñanza y perfeccionamiento de los porteros.

El 17 de julio de 2004, en las instalaciones del Club Parayas, se celebró un cálido homenaje que sus amigos del fútbol organizaron, desde entrenadores, jugadores, presidentes, aficionados, alumnos, padres de alumnos, periodistas y admiradores de su gran labor deportiva. El Real Racing Club le ofreció aquel día una copia metálica del acta fundacional de la entidad, y posteriormente le entregaría la insignia de oro y brillantes del club durante el partido contra el Málaga C. F. que se disputó el 9 de enero de 2005.

Ya sé que en el Racing hubo extraordinarios guardametas: Raba, Solá, Pedrosa, Ortega, Juanito, Santamaría, Damas, Pereira, Liaño, Moncaleán, Alba, Ceballos… que España está plagada de inolvidables nombres que inspiraron seguridad debajo de los palos: Zamora, Martorell, Eizaguirre, Ramallets, Iríbar, Arconada, Zubizarreta, Casillas, Valdés… y que en el ancho mundo futbolístico, porteros como Amadeo Carrizo, Gordon Banks, Lev Yashin, Fillol, Dino Zoff, Zenga, Schmeichel, Chilavert, Buffon, Petr Cech o Manuel Neuer han frustrado las aspiraciones de cientos de geniales delanteros ante sus disparos a puerta. Pero yo sigo pensando que Goyo ‘Zamoruca’ fue el mejor portero del mundo. Así lo vi en el brillo de los ojos de quienes me describieron las maravillas de las mil y una jugadas de aquel inolvidable deportista.
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