miércoles, 2 de febrero de 2022

Jan Abascal y el oro (robado) de Moscú



“No corta el mar sino vuela”, que diría José de Espronceda del ‘flying dutchman’ (holandés errante o volador) con el que Jan Abascal se trajo el oro de los Juegos Olímpicos de Moscú (1980). Fue el primer oro de la vela española, un triunfo que tenía mucho de desquite, porque cuatro años antes, en los Juegos de Montreal, la rotura de una cincha privó a Abascal y al guipuzcoano Benavides de una medalla cuando ya habían conseguido ganar tres regatas. Pero en 1980, aquel barco de 6,05 metros de eslora, 1,70 de manga y tres velas, voló sin averías sobre las aguas de Tallin (Estonia) despeinando todas las expectativas de los rivales.

El regalo de su padre

Aquel oro fue un sueño para el deporte español que en la historia olímpica sólo había conseguido uno en los lejanos Juegos de Ámsterdam (1928), triunfo del equipo de hípica donde participó el jinete cántabro Julio García Fernández de los Ríos. Un sueño, el de Jan Abascal, para el que parecía estar predestinado, porque tener un padre carpintero de ribera, dedicado a construir pequeños veleros, puede marcar el destino de cualquier persona, y más si contemplaba absorto cómo día a día avanzaba la fabricación artesanal de aquel pequeño barco con el que Jan Abascal se estrenaría en las aguas santanderinas de San Martín. Así que, mientras algunos niños soñaban con grandes aventuras con sus barquitos de juguete en el estanque o con los de papel en algún charco, Alejandro Abascal García (Santander, 1952) las experimentaba en la bahía con nueve años a bordo del ‘cadete’ que su padre le había hecho y regalado por las buenas notas en el colegio. 

Pescadores sacándole del agua

Provisto de su chaleco salvavidas y de los consejos paternos, las aventuras infantiles de aquel chaval consistían en intentar no volcar en cada maniobra, algo difícil de evitar en los comienzos donde caritativos pescadores le sacaban del agua empapado de ganas de repetir el embarque y corregir los fallos. Con aquella tenacidad marítima en la sangre, el joven Abascal descubrió los secretos del viento y de la navegación. Primero fueron los campeonatos sociales del Real Club Marítimo de Santander, luego las regatas juveniles donde se alzaría con el título de campeón de España de ‘Snipe ‘(1971), siempre con barcos fabricados por su padre, como en 1974, cuando con 22 años ganó el Mundial de ‘Vaurien’, velero que aún conserva como una reliquia.

La decepción de Montreal

Aquel mundial le cambiaría la vida. La Federación Española de Vela prestó atención al éxito y le propuso trasladarse a Palamós para preparar su participación en los Juegos Olímpicos de Montreal (1976). Tuvo que aplazar sus estudios de Física en la Universidad de Cantabria y cambiar la bahía de Santander por las aguas del Mediterráneo. La modalidad era el ‘flying dutchman’, una embarcación de orza móvil considerada como la fórmula 1 de la vela ligera que por su velocidad también acarrea serias dificultades de manejo. La preparación, más intuitiva y autodidacta que metódica tuvo sus frutos. En las aguas canadienses de Kingston, las primeras regatas colocaron a la pareja Abascal-Benavides entre las candidatas más serias para optar a las medallas, hasta que la rotura de una cincha de amarre desinfló las esperanzas relegándoles a la séptima plaza. La decepción del cántabro contrastó con la plata de su paisano Antonio Gorostegui en 470. Pero Abascal había aprendido muy bien a salir a flote cuando todo volcaba.

Seguridad de "gimnasia de cuello"

La preparación de Moscú contó con el motor de la experiencia. Abascal y el barcelonés Miguel Noguer como tripulante, hicieron podio en todos los mundiales hasta los Juegos. Se sentían seguros y favoritos. Cuidaron de los más insignificantes detalles.  De las aguas bálticas de Tallin conocían las corrientes, los cambios de los vientos y no descuidaron los reglajes para saber la forma de navegar en cada prueba. Hasta las bromas y las risas pensaban en los Juegos. Hacían “gimnasia de cuello” para recibir con soltura el peso de la medalla. Y todo salió bien. El barco azul de los españoles se impuso de forma clara después de seis regatas, en las que quedaron primeros en tres de ellas, segundos en una y cuartos en dos. No hizo falta salir en la séptima. Ya eran campeones.

Como aquel oro de las divisas del Banco de España en 1936, la medalla de oro que Abascal se trajo de Moscú fue robada en su domicilio poco después. Menos mal que el COI le hizo llegar una réplica, aunque nadie podrá nunca quitarle aquel éxito ni el tesoro de haber aprendido a salir a flote en la vida cuando vuelca nuestra embarcación.


jueves, 6 de enero de 2022

El 'retroceso' endemoniado de Laureano Ruiz


Laureano, gimnástico, marcado con el círculo en 1962

La dinámica del fútbol es tan básica como el secreto de la existencia. Todo es cuestión de crear y destruir. El delantero esboza ideas y ejecuta acciones generando espejismos que ocultan sus verdaderos propósitos. Es el creador. El defensa acosa las voluntades de sus rivales y las reduce a fracasadas intentonas. Es el destructor. Uno es un artista, el otro, una especie de bárbaro. Dicen que los futbolistas con talento tienen un don, y los destructores simplemente carecen de él. ¿Pero qué pasa cuando un creador utiliza su arte para destruir? ¿Es un ángel que se convierte en demonio?

Un ángel con el balón

Laureano Ruiz Quevedo (Escobedo de Villafufre, Cantabria, 1936), fue un ángel con el balón. Con excelentes condiciones técnicas, como futbolista tuvo una gran visión que facilitaba el orden táctico de sus compañeros. Jugó en el Unión Club (1951-52), Rayo Cantabria (1954-57 y 1957-58), Racing (1956-57 y 1958-59), Jaén (1959-60), Laredo (1960-61) y Gimnástica de Torrelavega (1961-65), pero fue como entrenador cuando más sobresalieron sus cualidades, algo hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que, siendo jugador juvenil, ya dirigía a un equipo de barrio donde se encontraba Vicente Miera. Años después, como jugador del Rayo, fue el seleccionador juvenil y aficionado de Cantabria, y siendo jugador gimnástico, protagonizó una de las anécdotas más curiosas, porque entrenaba a dos clubes, el Rayo y El Sardinero, dándose la circunstancia de que ambos llegaron a la final del Torneo de Barrios de 1962 donde por decoro se ausentaría de ambos banquillos. Su carrera simultánea de jugador y entrenador continuó con la excepcionalidad de jugar en la Gimnástica y dirigir a los infantiles del Racing que conquistarían en 1965 el primer campeonato de España del club santanderino.

La revolución del rondo

Laureano fue un genio en la difícil tarea de inculcar a los jóvenes conceptos futbolísticos que no sólo marcarían el destino de extraordinarios futbolistas, sino que revolucionarían el fútbol español. Está considerado como el creador del estilo vistoso y eficaz que tanto ha caracterizado al Barcelona. Dicen por Cataluña que el fútbol de toques y pases constantes para mantener el balón encandiló a Johan Cruyff cuando éste era jugador del Barcelona y Laureano dirigía a los juveniles del conjunto catalán con los que conquistó el campeonato de España en seis ocasiones. Laureano empleaba un eficaz ejercicio con sus chavales para practicar aquel fútbol basado en el arte del desmarque y que se extendería rápidamente por toda España. Era el rondo, una práctica donde los futbolistas tienen que combinar entre ellos los pases mientras les acosan uno o dos jugadores que obligan a soltar con rapidez la pelota. Con Laureano se gestaría ese fútbol dinámico de toques y de posesión de balón que haría famoso al equipo catalán con la personificación de Johan Cruyff y luego con Guardiola, circunstancia que el mismo club azulgrana ha reconocido en diversos actos de homenaje que le han brindado en Barcelona.

Sistema para desquiciar

Pero Laureano, que llegó a dirigir al primer equipo del club catalán en la temporada 1975-76, teniendo entre sus jugadores a Johan Cruyff, también tuvo una época donde aplicó su talento a la destrucción endemoniada, y si inventó el rondo para jugar como los ángeles, también ideó el más odioso sistema para desquiciar la creatividad de los rivales: ‘el retroceso’.

Eran tiempos en los que Lauri jugaba en la Gimnástica de Torrelavega (1961-65), una etapa donde los torrelaveguenses solían jugar la fase de ascenso a Segunda División, algo que hicieron en 1962, 1964 y 1965. Tal y como explicó el mismo Laureano en una reunión de veteranos en 2008, la maniobra de ‘el retroceso’ consistía en que cuando el equipo jugaba fuera de casa y Laureano recibía el balón en campo contrario, sorprendía a todos conduciendo la pelota hacia su propia área y se paraba pisando el balón a esperar a los rivales. Cuando éstos, desconcertados, corrían hacia él, Laureano cedía el balón a su portero que lo recogía con las manos (aún no se había prohibido hacerlo). La jugada se prolongaba cuando el guardameta devolvía el balón a Laureano que repetía la operación. ‘El retroceso’ tenía sus variantes, como cuando la Gimnástica se enfrentó al Numancia en Soria. Después de la décima vez en que se practicó ‘el retroceso’, cuando casi todos los numantinos iban a atacar a Laureano, éste, en vez de ceder el balón al portero, lo adelantó a Fredo Alonso (Marquitos II) que estaba desmarcado, anotando el gol de un valioso empate.

Claro que ‘el retroceso’ también tenía sus inconvenientes, tal y como me lo contó uno de sus protagonistas, el guardameta y cómplice de la jugada, Gerardo Nárdiz, que defendía la portería gimnástica en un partido contra el Sestao en 1963. En la enésima vez que Nárdiz y Laureano se intercambiaron el balón, el público de Las Llanas, desquiciado, comenzó a amenazar al guardameta cántabro y la Guardia Civil tuvo que escoltarle el resto del encuentro que terminó como quería la Gimnástica, con empate a cero.

 Entre el ensueño y el ‘retroceso’, Laureano nos recuerda que crear y destruir forman parte indisoluble del fútbol y de la propia existencia.


martes, 10 de agosto de 2021

El oro olímpico de un alquimista

Amavisca
El mérito del fútbol español estuvo descansando demasiado tiempo en el colchón de la furia de Amberes. “A mí el pelotón,
Sabino, que los arrollo”, decía Belauste yendo al remate. Y la jugada acabó bien en aquellos Juegos Olímpicos de 1920 que elevaron el prestigio deportivo del país al valor de la plata.Pero el disco de la furia se fue rallando poco a poco. En 1964, el gol de Marcelino a los ‘rojos’ de la Unión Soviética recuperó la estima nacional, pero un triunfo global seguía siendo un sueño para los aficionados españoles, hasta que aquel jugador polaco, Marek Kozminski, echó la pelota a córner cuando se iba a cumplir el último minuto de un partido que se asomaba a la prórroga. Era el sábado, 8 de agosto de 1992 y la selección española, dirigida por Vicente Miera, estaba disputando la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona. El Nou Camp había establecido el récord de asistencia aquel día con 95.000 espectadores y ‘Chapi’ Ferrer se disponía a lanzar aquel saque de esquina.

Vicente Miera (Santander, 1939) decidió en los años setenta dedicarse a entrenar y tras hacerlo en varios clubes, fue nombrado ayudante del seleccionador, Miguel Muñoz, asistiéndole en el Campeonato de Europa de 1984 y en el Mundial de 1986. Fue su primer contacto como técnico de la selección y el 24 de mayo de 1991 sucedió a Luis Suárez al frente del equipo nacional. No tuvo suerte el de Nueva Montaña porque la selección no consiguió clasificarse para la Eurocopa del 92 y fue sustituido por Javier Clemente. Como Miera tenía contrato en vigor, Villar le designó seleccionador olímpico.

'La quinta del Cobi

Con las buenas vibraciones de haber perdido sólo un encuentro de preparación, aquel grupo de jóvenes futbolistas, que sería conocido como “la quinta del Cobi”, se concentró en Cervera de Pisuerga antes de viajar a Valencia, donde disputaría la fase de grupos. Miera se llevó a 20 jugadores, entre ellos al cántabro José Emilio Amavisca y a otros dos que años después serían jugadores del Racing: Billabona y Manjarín.

Colombia fue el primer rival de España, y aunque los americanos eran uno de los favoritos, cayeron con goleada a cargo de Guardiola, Quico (2) y Berges. Luego le tocó el turno a Egipto, que también perdió con tantos de Solozábal y Soler, asegurándose el pase a los cuartos de final, y finalmente derrotó a Qatar con dos golazos de Alfonso.

En los cuartos de final, y como campeón de grupo, España se enfrentó a Italia en un partido muy igualado que desequilibró el gol de Quico, y en las semifinales, el rival fue Ghana, que recibió los goles de Guardiola y de Berges.

La gran final

Miera nombraría en la final de Barcelona a los elegidos: Toni; López, Abelardo, Solozábal, Ferrer; Guardiola, Quico, Berges, Lasa; Luis Enrique y Alfonso. Todo iba bien, hasta que en el minuto 45 de la primera parte, López no pudo controlar el balón y Kowalczyk se aprovechó para marcar el 0-1. Era el primer gol que la selección recibía en toda la competición, un gol que además del error se anotaba en el noqueador minuto que te invita a regresar al vestuario con la cara de tonto. Fue un mazazo.

En la segunda parte, Vicente Miera quiso despertar a sus hombres y lo hizo con una sustitución providencial. Llamó a José Emilio Amavisca para entrar por Lasa y dar vida a las bandas. El empate vino como consecuencia de una falta sobre el laredano que culminó un remate de cabeza de Abelardo. Seis minutos más tarde, con Amavisca dando más movilidad al ataque, Quico le robó la cartera al central y puso por delante a España, hasta que una distracción defensiva proporcionó a Polonia las tablas por medio de Staniek.

La prórroga daría más épica a aquella final, pero antes Ferrer tenía que sacar el córner. Su lanzamiento lo intentó rematar Quico, distanciado del primer palo de la portería, pero se cayó y no pudo tocar el balón que se dirigió a la media luna del área donde estaba Luis Enrique. El asturiano sacó un trallazo con la izquierda que rebotó en un defensor polaco. Entre la nube de jugadores que había en el área, el balón le llegó a Quico que acababa de levantarse, recibiéndolo con su izquierda y rematándolo con la derecha a la red para abortar la prórroga.

El mérito del fútbol español despertó aquel día de la hazaña de Amberes. Cuando Amavisca saltó al campo, Miera no le dijo nada de que arrollara a los polacos, como Belauste, pero el que años después sería jugador del Racing hizo alquimia convirtiendo en oro la plata desgastada de una furia a la que ya no haría falta recurrir.

sábado, 7 de agosto de 2021

El pasiego de la primera medalla

Correr, correr, correr. El ritmo ha enloquecido y la carrera se ha transformado en un sálvese quien pueda. Llega un momento en que ni la cabeza, ni el corazón, ni los pulmones pueden controlar ese esfuerzo que reta a la naturaleza humana. Aunque lo parezca, nadie huye. Es el instinto de alcanzar la meta.

En los Salesianos de Zaragoza nadie imagina cuál es la meta del delantero centro del equipo de fútbol. Es un chaval interno con aires rurales que pone empeño en cada partido, corriendo de arriba abajo sin descanso. Dicen que viene de un valle recóndito de las montañas de Cantabria, donde cuidaba vacas, subía y bajaba agua y leña por las cabañas y cuatro veces al día trotaba por los más de tres kilómetros que separaban su casa de la escuela. Con la sangre paterna de la Vega de Pas y la materna de Sampedro, aquel chaval de 14 años decía con orgullo que era pasiego. Y aunque corría mucho, nadie pensaba que su origen le pudiera convertir en un gran futbolista. Tampoco hubo ocasión de demostrar lo contrario, porque en el camino de aquel hipotético destino de José Manuel Abascal (Alceda, 1958) se cruzó un profesor de Tecnología, D. Jenaro Bujeda, que como responsable del equipo de atletismo, andaba desesperado por el colegio buscando al último integrante del equipo para participar en un cross. “¿Cuántos metros dice que hay que correr?”, preguntaba aquel joven futbolista al que casi le da un patatús al oír la cifra de tres mil. No se creía capaz de aguantar tanto, pero aquel profesor daba la asignatura más hueso del curso y decir que sí podía ayudarle a aprobarla. 

La primera carrera

Aquello de ‘veni, vidi, vici’ no fue exclusivo de Julio César. También José Manuel Abascal llegó, vio y venció. Calzando unas viejas botas de fútbol ganó la prueba. Pero fue en la siguiente carrera cuando José Manuel se enganchó al atletismo. Todo por un trofeo que despertaría su talento y su avidez de victorias. Y no desaprovechó las oportunidades. Fue elegido para una concentración en La Toja y más tarde la Federación Española de Atletismo le proporcionó una beca en la Residencia Blume de Barcelona. Allí se puso en manos del preparador, Gregorio Rojo, y comenzó su feliz trayectoria.

Primeros éxitos

Fue campeón de Europa junior de 3.000 metros (1977), campeón de España y primer español en correr los 1.500 por debajo de 3:40. En esta misma prueba logró la plata en el Campeonato de Europa de pista cubierta y el oro en el Europeo al aire libre (1982). Al año siguiente repitió plata en la pista cubierta, consiguió el bronce en los Juegos del Mediterráneo y el oro en el Campeonato Iberoamericano. Sin saberlo, él ya había experimentado el entrenamiento de altura por las montañas del Pas cuando era un niño, pero su entrenador comenzó a aplicarlo en su preparación para los Juegos de Moscú. Abascal aumentó su resistencia en entornos con poco oxígeno en altitudes de México y los Alpes suizos. Luego pasaría largos días concentrado en los Picos de Europa pensando en los Juegos de Los Ángeles (1984).

En Los Ángeles

Era prácticamente imposible luchar por las medallas. En los 1.500 se imponía el imperio británico de Sebastián Coe, Steve Cram y Steve Ovett. En la primera ronda, Coe fue segundo en la segunda serie (3.45.30), Ovett ganó la tercera (3.49.23) y Cram la sexta (3.40.33). Pero el tiempo más rápido fue el del cántabro (3.37.68). Buena señal. Las semifinales se celebraron al día siguiente. Abascal ganó la primera con una excelente marca (3.35.70), por delante del norteamericano Scott (3.35.71), de Coe (3.35.81) y del keniata Joseph Chesire (3.35.83). En la segunda semifinal se impuso Cram (3.36.30).

La gran final

La final, sin jornada de descanso, se corrió el 11 de agosto. Los doce corredores formaron un abierto semicírculo para tomar la salida. Abascal, el cuarto más pegado al interior, era el más agachado, como si estuviera concentrado ante una prueba de velocidad. Había llegado a Los Ángeles para entrar en la final, lo había conseguido y estaba dispuesto a dejarse la piel en cada metro. Y así fue. 

El pistoletazo de salida despertó un ritmo lento, como temeroso y vigilante, hasta que pasada la primera vuelta el norteamericano Scott se puso en primera posición. Sabiendo de la velocidad final de los británicos, a Abascal le convenía un ritmo más rápido y rompedor, así que el pasiego tomó la cabeza a unos 600 metros de la meta estirando la carrera. Cuando sonó la campana de la última vuelta, Coe, Cram y Ovett eran los perseguidores del cántabro que mantenía un intenso ritmo. Ovett no lo resistió y abandonó. A falta de 300 metros Abascal seguía en primera posición. Cram intentó pasarle, pero Coe se adelantó y ambos superaron a Abascal. En los últimos metros, el ataque del cántabro se convirtió en una defensa numantina de su posición porque Joseph Chesire venía pisándole los talones. Parecía que huía, pero no estaba huyendo. En realidad, José Manuel Abascal miraba anhelante cómo la meta se iba engrandeciendo, cada vez más cercana, para entrar en la historia del atletismo español consiguiendo la primera medalla olímpica en pista. Y nadie fue capaz de arrebatársela a un pasiego. 


lunes, 24 de mayo de 2021

¿Quién cegó a Pepe Ungidos?

Ungidos (derecha) en su combate contra Correa en 1961

Bailan enfrentados, con los puños enguantados cerca de sus caras. La música es el murmullo del público, con gritos de crítica o exaltación que salpican el ambiente cargado de humo de tabaco. El réferi revolotea cerca con pequeños saltos, como si quisiera participar en el baile. Unas veces se aparta con agilidad felina y otras se implica decidido a advertir o a separar a los púgiles. Los brazos se disparan como proyectiles hacia los rostros, mientras los cuerpos se balancean violentamente para evitar los golpes. Es difícil que alguno de ellos supere la defensa y el constante movimiento y llegue plenamente cargado hasta el rival. Es difícil, pero aquel día ocurrió. Pepe Ungidos no pudo esquivarlo.

Peleón en la escuela

José Ungidos Durán nació en la localidad cántabra de Torrelavega el primer día de diciembre de 1934. Era el sexto de los ocho hijos que tuvieron Virgilio y Consuelo, y de su niñez sabemos dos cosas que serían determinantes para su futuro. La primera es que no le gustaba la escuela y, acaso por ello, sabemos la segunda, que es que se peleaba a menudo con sus compañeros para desahogar un carácter inquieto y travieso.

Su primer empleo fue en la construcción, donde entabló amistad con Paquito García, un joven que practicaba el boxeo. Así que de vez en cuando Ungidos iba a verle pelear hasta que en una de las veladas faltó un púgil y su amigo le animó a que le sustituyera. Fue la primera vez que se subió a un ring. El combate fue nulo, pero aquella experiencia le abriría el apetito para continuar en este deporte.

Boxear no le resultó fácil. Su familia no quería que lo practicara y Ungidos tuvo que sortear los impedimentos que le puso su madre encerrándole en la habitación a partir de las siete de la tarde. Con ayuda de su hermano Eleuterio, que también boxeaba, se escapaba por la ventana con una cuerda para ir al gimnasio.

La carrera de Pepe Ungidos dio un gran paso cuando en 1957 acudió al Campeonato de España de Aficionados en Madrid y se alzó con el título de los pesos súper ligeros tras derrotar en la final en la plaza de Las Ventas al madrileño Martín. Su prestigio y su experiencia fueron aumentando y tras una estancia en las Palmas, se dio cuenta de que no tenía rivales en el campo amateur.

Su estancia en París

Su progreso deportivo maduraría con un viaje a París donde tomó contacto con púgiles de mayor categoría y prestigio internacional. En realidad, su labor era de ‘sparring’, manera de adquirir sensaciones moviéndose entre grandes campeones como Félix Chiocca, que había sido campeón de Europa. Pero el púgil que más le impresionó fue el norteamericano Davey S. Moore, que había participado en los Juegos Olímpicos de Helksinki (1952) y como profesional era uno de los favoritos para ser aspirante al campeonato del mundo del Peso Pluma. Nunca olvidó los golpes con aquel púgil.

El salto al profesionalismo

Aquella experiencia fue un tesoro para su salto al profesionalismo. A pesar de su escasa estatura, Ungidos tenía una compensada complexión física y una gama de golpes difíciles de contener, además de una pulida técnica y una planificada estrategia en sus combates. Quienes le vieron pelear recuerdan sus actuaciones llenas de entrega total y de una audacia y valentía que levantaban al público de los asientos.

En octubre de 1959, unos meses después de que Davey S. Moore ganara el título mundial del Peso Pluma, Ungidos se alzó con el título de campeón de España de los pesos welter frente a Ben Buker. Fue un combate que tuvo lugar en la plaza de toros de Santander y ante 15.000 personas, la mayor parte de Torrelavega. En aquel combate, Ungidos fue un huracán de golpes y derribó a su rival en un par de ocasiones, aunque ganaría a los puntos. 

Su forma de boxear comenzó a tener fama por sus apretadas y emocionantes peleas que despertaban interés y expectación entre el público, entre ellas las que mantuvo con Luis Folledo, con el título de campeón de España en juego. Fueron dos combates donde el intercambio de golpes era constante desde el primer asalto.

Su victoria agridulce

Con ese estilo tan bravo y personal, Ungidos viviría en El Malecón de Torrelavega el momento más agridulce de su carrera deportiva. Fue el 11 de junio de 1961 ante un público entregado. Se enfrentaba a Manuel Correa poniendo en juego el título de campeón de España de los pesos medios. El intercambio de golpes de ambos fue muy intenso en los dos primeros asaltos. Los brazos se disparaban como proyectiles y los cuerpos se balanceaban violentamente para evitar los golpes. Era difícil que alguno de ellos superara la defensa y el constante movimiento y llegara plenamente cargado hasta el rival. Pero en el segundo asalto, Correa conectó un golpe pleno y potente en el globo ocular derecho de Ungidos que pasó desapercibido, ya que Ungidos continuó buscando a su adversario derrochando su excelente preparación física. Pepe Ungidos ganó el combate y el título, pero la importancia de la lesión de su ojo se comprobaría posteriormente. El desprendimiento de retina le ocasionaría la pérdida de visión del ojo dañado, lo que provocaría su temprana retirada, en plenitud de forma, a los 26 años.

La muerte de Davey Moore

Dos años después, el 21 de marzo de 1963, Davey S. Moore saltó al ring contra Sugar Ramos para luchar por el título mundial del Peso Pluma. Ramos le golpeó haciéndole tambalear y le aporreó hasta que cayó, golpeándose la base del cuello con una de las cuerdas del cuadrilátero e hiriéndole en la nuca. El árbitro pararía el combate dando campeón a Ramos, pero Davey S. Moore cayó en coma cuando llegó al vestuario y murió horas después.

La canción de Bob Dylan

Ungidos conoció la fatal noticia cuando ya había perdido la visión de su ojo. Recordó los golpes de aquel boxeador en París y acaso escucharía la canción que Bob Dylan dedicó al desafortunado boxeador norteamericano titulada ‘Who killed Davey Moore’ (¿Quién mató a Davey Moore?). Nadie, o quizás todos, fuimos responsables de la muerte de Davey Moore y nadie, o quizás todos, fuimos responsables de cegar a Pepe Ungidos. 

domingo, 18 de abril de 2021

Mercedes Ateca, la primera campeona ciclista


El zumbido de las cadenas de las bicicletas sonaba por los Campos Eliseos de París. El público ya esperaba la llegada de los corredores en la última etapa del Tour de Francia. Pero aquellas bicicletas no eran las de los famosos que día a día eran perseguidos por los reporteros para informar del acontecimiento deportivo. Eran las bicicletas de unas corredoras que, a modo de teloneras, aliviaban la espera de los madrugadores que buscaban el mejor acomodo para ver a sus ídolos.

En el último tramo de aquella carrera femenina, una de las chicas se escapó del pelotón y entró en solitario en la meta. En la tribuna, alguien comentó que aquella chica era española. El gran Federico Martín Bahamontes, invitado de honor a la fiesta del Tour, estaba al lado del presidente de la Federación Española de Ciclismo. Ambos se miraron y Martín Bahamontes hizo la pregunta clave: ¿Por qué no tenemos campeonato de España de ciclismo femenino? 

Mercedes Ateca Gómez era aquella chica que entró victoriosa en los Campos Eliseos e inspiró la pregunta de Bahamontes. Nacida en la localidad cántabra de Udalla (Ampuero) en 1947, fue en esta localidad donde comenzó a pedalear y a disfrutar del espectáculo del ciclismo, cuyas carreras solía frecuentar, también animada por la afición de alguno de sus hermanos, entre ellos Fernando Ateca que fue corredor, aunque destacaría más como organizador de certámenes y como directivo, tanto en la Federación Cántabra, donde fue presidente, como en la Federación Española como vicepresidente.

La estancia en Francia

La trayectoria deportiva de Mercedes se ampliaría cuando decidió ir a trabajar a Francia en la hostelería, instalándose en París en una casa que tenía al lado un circuito cerrado de bicicletas donde solía acudir para ejercitarse. Cuando sus amigos comprobaron sus excelentes condiciones físicas, la animaron a que sacara la licencia deportiva. En aquella época, en España todavía no se permitía a la mujer practicar ciclismo en competiciones oficiales, pero en París su afición se renovaría gracias a otra de sus inquietudes en la vida, su amor por la Naturaleza. Integrada en un grupo ecologista, no dudó en apuntarse con entusiasmo a una iniciativa para visibilizar la necesidad de cuidar del medio ambiente y que consistía en llevar a cabo una ruta en bicicleta desde París hasta Roma con el lema “Salve a la Naturaleza”. Mercedes no sólo realizó la ruta hasta Roma, sino que la prolongó desde la capital italiana hasta Cantabria para ver a sus padres. Aquella experiencia cicloturista la animaría a incorporarse a las competiciones. Participó en diversas pruebas en Francia, Holanda, Suiza y Luxemburgo con el equipo Peugeot, y en España, con la Peña Ciclista Santisteban.

El primer Mundial

Mercedes Ateca viajaría a Colonia representando a España en 1978 para disputar el Mundial de Ciclismo en el circuito de Brauwiller que se disputó el 23 de agosto, convirtiéndose en la primera mujer que disputó la prueba en un Mundial. Mercedes tuvo que conformarse con el puesto 52, a cinco minutos y un segundo de la ganadora, la alemana Beate Habetz. Aunque algunas fuentes señalan que también participó Montserrat Torres, lo cierto es que no hay rastro de ella en las referencias clasificatorias que la prensa publicaría al día siguiente. Mercedes también participaría en el Mundial de 1979 celebrado en la localidad holandesa de Vlahemburg, cerca de la frontera belga.

El primer campeonato de España femenino

Tras la participación de Mercedes en el Mundial y los comentarios de Bahamontes al presidente de la Federación, por fin se decidió organizar el primer campeonato de España femenino en 1979 en el circuito de Cabezo de Buenavista de Zaragoza. Fueron 16 vueltas a un circuito de 1.250 metros donde se impuso la corredora cántabra con un tiempo de 40 minutos, proclamándose primera mujer con el título de campeona de España. La calidad de Mercedes se confirmaría al obtener el campeonato tres veces consecutivas (1979, 1980 y 1981), paralizando su ritmo de victorias una rotura de clavícula por una caída en 1982. En 1983 quedó quinta, tras otra caída cuando marchaba en primera posición, y en 1984 obtuvo la segunda plaza entre los 35 participantes que acudieron al circuito de Montjuïc, obteniendo el título la joven vallisoletana, María Luisa Izquierdo.

Mercedes fue la primera mujer española que intervino en carreras internacionales fuera de nuestro país y que con su ejemplo y su empeño impulsaría de una manera decisiva este deporte entre las mujeres. Rompió moldes cuando participó en el Campeonato del Mundo de Ciclismo en ruta en Colonia (Alemania) y al año siguiente logró el primer Campeonato de España. Toda una pionera e impulsora del ciclismo que falleció en 2021.

sábado, 20 de febrero de 2021

Los malditos postes cuadrados



Enrique Orizaola, entre los jugadores y con corbata, durante su etapa de entrenador del Barça.

Dicen que son tan neutrales como los árbitros, aunque en sus rebotes se esconda una misteriosa intención. Son madera de árboles muertos, pero se levantan en el campo como monumentos vivos de la obsesión. Los postes de las porterías del estadio de Wankdorf de Berna también tenían vida, sobre todo aquel 31 de mayo de 1961, en plena final de la Copa de Europa. Sus aristas fueron aliadas del guardameta portugués, Costa Pereira, y arruinaron la ilusión de un entrenador cántabro que estuvo a punto de entrar majestuoso en la historia del C. F. Barcelona. Pero el potente disparo de Kubala se estrelló en el palo derecho, recorrió la línea de gol, pegó en el poste izquierdo y, manso como un perrito faldero, fue a parar a las manos de una cruel derrota.

Quién lo iba a decir cuando empezó a dar las primeras patadas al balón. Enrique Orizaola Velázquez (Santander, 1922-2013) se había encontrado por fin con esa oportunidad que esperan todos los entrenadores de fútbol. El 12 de enero de 1961 fue presentado oficialmente como responsable técnico del C. F. Barcelona, sustituyendo al serbio Ljubisa Brocic que había dimitido por los malos resultados. Orizaola, tras ser jugador y entrenador de varios equipos en Cantabria, entre ellos el Racing, continuó mostrando su eficacia en el Real Jaén (1958-59) y el Real Murcia (1959-60). Desde el conjunto murciano, el C. F. Barcelona pudo comprobar la seriedad de su sistema de trabajo cuando ambos equipos se enfrentaron en la Copa del Generalísimo.

Entrenador del Barcelona

El club catalán le contrató como segundo entrenador de Ljubisa Brocic, a quien ayudó a obtener el título nacional que se le exigía en España. Y pocos meses después de la dimisión de Brocic, el santanderino había llegado a la final soñada del barcelonismo. El equipo no estaba haciendo una buena temporada, pero en la Copa de Europa las cosas eran diferentes. Ya con Orizaola en el banquillo, el Barça eliminó por primera vez al rey absoluto de la competición, el Real Madrid, que había ganado las cinco primeras ediciones y seguía amenazando con la supremacía total en la competición. En los cuartos de final, el checoslovaco Spartak Hradec de Kralove no fue rival para los catalanes. Otra cosa serían las semifinales contra el Hamburgo, donde destacaba el célebre Uwe Seeler. Ante la igualdad de ambos equipos, hubo que jugar un tercer partido que se disputaría en Bruselas y que terminaría con la victoria azulgrana, gracias a un valiente cabezazo del brasileño Evaristo.

La primera final de la Copa de Europa

Con aquella emoción, el Barcelona, se había clasificado para su primera final en la Copa de Europa que jugaría contra el Benfica. Era la final de las tres bes (Barcelona, Benfica y Berna), según titulaba Carlos Bribián en su crónica del ‘Kölnische Rundschau’. Sus jugadores saltaron al estadio de Wankdorf con bastante optimismo y motivación, aunque dos de ellos se mostraban recelosos de sus porterías de postes cuadrados. Eran los húngaros Kocsis y Czibor, que siete años antes habían jugado en el mismo lugar la final del Mundial que Alemania ganó a Hungría, y en donde los postes repelieron dos disparos de la selección magiar. Desde los primeros minutos, el equipo español se mostró superior. En el minuto 20, Luis Suárez, que había sido Balón de Oro en su última edición, lanzó un centro medido a Kocsis que cabeceó para establecer el uno a cero. Pero diez minutos después, dos fallos de Ramallets dieron la vuelta al marcador, con uno de los goles “fantasma” que se dio por bueno cuando el balón botó en la misma línea de meta.

La aciaga segunda parte

En la segunda parte, el Barcelona mejoró su juego y presionó la portería rival, pero en un contraataque, los portugueses anotaron el tres a uno. Aún quedaba más de media hora de partido, y el conjunto español reaccionó en un alarde de bravura y juego brillante con constantes oportunidades. En una de ellas, Kocsis remató de cabeza a puerta vacía y el balón se estrelló en el palo. Tres minutos después, Kubala disparó desde la frontal del área y el balón pegó en el palo derecho, luego en el izquierdo y volvió al campo. A 15 minutos del final, llegaría el segundo gol del Barcelona, anotado por Czibor. El Barça siguió con su trepidante ritmo de acoso, con aglomeración de defensores, saturación de saques de esquina y paradas excepcionales del portero luso. En una de las últimas ocasiones, Czibor estrelló otro balón en el palo para la desesperación del húngaro que al final del partido rompió a llorar con Kocsis maldiciendo la derrota y aquellas porterías. Ninguno de ellos creyó nunca que aquellos postes cuadrados eran tan neutrales como los árbitros. Lo sabían. Tenían vida, odiaban a los húngaros.

Adiós a los postes cuadrados

Después del partido, los dirigentes de la UEFA solían organizar una cena con los jugadores de los equipos finalistas, y durante la velada, Enrique Orizaola expuso ante los representantes federativos la conveniencia de que los postes fueran redondos, no sólo porque entonces el Barcelona hubiera ganado la final, sino también por la seguridad de los jugadores que corrían el riesgo de chocarse con las aristas. Mes y medio después, la UEFA hizo caso a Orizaola y prohibió los postes cuadrados que en aquella final arruinaron la ilusión de un entrenador cántabro que estuvo a punto de entrar majestuoso en la historia del C. F. Barcelona.


sábado, 30 de enero de 2021

Dos racinguistas tras el balón exiliado




No fue como el de los millares de familias que tuvieron que huir del régimen franquista tras la guerra del 36, pero en las dos experiencias más importantes del exilio futbolístico en la guerra civil participaron dos jugadores vinculados al Racing que fueron internacionales vistiendo la camiseta del club cántabro.


Ellos fueron Enrique Larrínaga Esnal (Sestao, 1910- México, 1993) y Fernando García Lorenzo (El Astillero, 1912- Santander, 1990). Ambos terminaron su última temporada antes del conflicto bélico en las filas del Racing, pero poco después, Larrínaga formó parte de la selección de Euskadi que jugó en varios países europeos y americanos entre abril de 1937 y junio de 1939, mientras que García, fichado por el Barcelona, se incorporó a la gira que este equipo realizó por México y Nueva York entre junio y septiembre de 1937. Ambos acabaron sus vidas deportivas en México.


Larrínaga y la selección de Euskadi


No hay noticias sobre las tendencias o compromisos ideológicos de Larrínaga, a parte de su amor por su tierra vasca, aunque sí participó en varios partidos de fútbol de carácter benéfico organizados por agrupaciones políticas, probablemente aprovechando su fama y calidad como deportista. Dentro de la tendencia de utilizar los partidos de fútbol para recaudar fondos, en marzo de 1937 formó parte del equipo de Euzko Gudarostia (Ejército Vasco), vinculado al Partido Nacionalista Vasco y más tarde lo hizo con la selección vizcaína que se enfrentó a la guipuzcoana.


Al crear la selección de Euskadi para disponer de fondos destinados al mantenimiento de los niños enviados al exilio, se contó con Larrínaga para emprender una gira por varias ciudades europeas. El primer partido que se organizó fue contra el Racing Club de París, y tras varios partidos en Francia y otros países llegarían a Moscú donde fueron recibidos como héroes. Ante la prohibición de las autoridades francesas de mantenerse en el país sin la carta de refugiados, en septiembre de 1937 unos pocos regresaron a España y la mayoría, entre los que se encontraba Larrínaga, emprendió viaje a América, jugando varios partidos en México, Cuba y Chile. Finalmente se quedaron en México donde disolvieron la selección en 1939 formando el equipo de Euzkadi con el que compitieron en la Liga mexicana.


Fernando García, con la gira del Barcelona


Sin ideas políticas conocidas, y seguramente, como la mayor parte de los deportistas, alejadas de ellas, Fernando García, recién incorporado al F. C. Barcelona tras el requerimiento de su técnico, el ex entrenador del Racing, Patrick O’Connell, partió en 1937 con la expedición del conjunto catalán que había recibido una oferta para jugar varios partidos en México. El equipo, que también jugó en Nueva York, se disolvió con diferentes destinos de sus jugadores. Varios se quedaron en México, como García, que aceptó una oferta del Asturias, de tal manera que en el campeonato de Liga mexicano coincidirían, en principio como rivales, los dos compañeros en el Racing, Larrínaga, del Euzkadi; y García, del Asturias.


En Mexico


Nando García
 fue un jugador muy célebre en México. Le llamaban ‘El Gavilán’, por la forma de extender los brazos para proteger la pelota y con el Asturias, al que se incorporaría Larrínaga, ganó la Liga en 1939. Luego colaboró para que el Club Atlante fuera campeón de la Copa mexicana (1940) y su fama se extendería por Argentina, jugando en el Vélez Sarsfield (1940-41) y en el San Lorenzo de Almagro (1941-42). Tras su experiencia argentina regresó a México, al Atlante (1942-44) y en 1944 se enroló en las filas del Real España y se proclamó campeón de Liga de nuevo con su excompañero racinguista Enrique Larrínaga. Tras regresar a España en 1946 para cumplir su compromiso con el Barcelona, volvió a México para jugar en el España (1947-50) y Marte (1950-51).

Por su parte, Larrínaga, tras una breve estancia en el Euzkadi, fichó por el Asturias, club con el que ganaría nada más llegar la Liga y Copa de México, coincidiendo con Fernando García. Con este mismo equipo, Larrínaga también conquistó la Copa de México de 1941. Avanzado este último año, firmó por el que sería último club de su carrera, el Real España, club que con la incorporación de Fernando García para la temporada 1944-45, obtendría el título de Liga. 

Tanto Larrínaga como García, no huyeron de persecuciones ideológicas, sino que jugaron para colaborar en los fines recaudatorios de sus respectivos equipos, quedándose en México ante las posibilidades profesionales que allí se les brindó y que no hubieran podido encontrar en una España herida de guerra. No fue como el de los millares de familias que tuvieron que huir del régimen franquista, pero también sufrieron su particular exilio detrás del balón.

miércoles, 13 de enero de 2021

El prisionero inglés que impulsó el fútbol

El 6 de abril de 1921, vestido con traje azul, guantes blancos, sombrero hongo y fumando en pipa, llegaría a Santander Frederick Beaconsfield Pentland, más conocido como Mr. Pentland. El hombre que popularizó al ‘míster’ como sinónimo de entrenador de fútbol fue el primer técnico serio y con conocimientos que tuvo el Racing y quizás el primero de esas características que llegó a España.

Se sabe que su labor y sus métodos convirtieron al Racing en un equipo de verdadera entidad, pero es menos conocida la impactante experiencia que antes de llegar a Cantabria desarrolló durante los cuatro años que estuvo prisionero en un campo de concentración alemán con motivo de la I Guerra Mundial.

 El periodista Jon Rivas, en su biografía sobre Pentland titulada ‘El prisionero de Ruhleben’, profundiza en aquella etapa. Tras abandonar el fútbol profesional debido a una lesión, Pentland comenzó a entrenar al Halifax Town F. C., el equipo donde había sido jugador, y enseguida recibió una tentadora oferta para dirigir a la selección alemana de fútbol con vistas a prepararla para los Juegos Olímpicos de Berlín previstos para 1916. Pero un mes después de su llegada en 1914 se produjo el atentado de Sarajevo y Gran Bretaña entró en guerra contra Alemania.

Un hipódromo, campo de concentración

Cientos de británicos que se encontraban en el país comenzaron a ser apresados y conducidos al hipódromo de Ruhleben, a unos diez kilómetros de Berlín, donde se improvisó un campo de concentración que llegó a contar con 4.000 hombres. El hipódromo tenía una superficie de diez hectáreas, once establos donde se alojaron los prisioneros, un edificio administrativo, un restaurante, un ‘Tea-House’, tres gradas y una larga pista de carreras cuya zona central era perfecta para jugar al fútbol, pero que no era accesible a los reclusos.

Fue el empeño de Pentland y de otros compañeros que habían sido futbolistas, los que por fin consiguieron el permiso para jugar en marzo de 1915. Entonces los ingleses crearon la ‘Ruhleben Football Association’ para organizar equipos y campeonatos, asociación que tuvo como presidente al mismo Pentland y cuyo primer balance daría lugar a la creación de dos divisiones con catorce clubes en cada una de ellas y una competición de Copa. El trabajo realizado por Fred Pentland fue digno de elogio. Elevó la moral de sus compatriotas gracias a una excelente organización deportiva que mantuvo la actividad, la forma física de 453 jugadores y el interés de unos hombres que se salvaron de la desesperación a la que suele conducir el ocio del confinamiento.

Otra forma de elevar la moral fue la creación de una revista del campo donde Pentland comenzaría su costumbre de escribir artículos periodísticos, costumbre que continuaría en Santander y en otras localidades, donde ejercería como entrenador, y en donde expondría sus ideas, siempre con un propósito didáctico.

Amberes, Pagaza y el Racing

Tras acabar la guerra, Mr. Pentland regresó a Inglaterra en enero de 1919 y pronto fue reclamado para dirigir a la selección nacional de Francia con vistas a los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920. Allí conoció al racinguista Pagaza que le animó a que fichara por el Racing, abriéndole el camino para venir a España.

Después de entrenar al Racing lo hizo en el Athletic Club (1922-25), el Athletic madrileño (1925-26), el Oviedo (1926-27), el Arenas de Guecho (1927-28) y de nuevo al Athletic madrileño (1928-29 y 1933-35) y el bilbaíno (1929-33), donde consiguió los mayores éxitos: dos Ligas y cinco Copas. También en 1929 fue el seleccionador del equipo español que ganó a Inglaterra en su primera derrota por una selección no británica y dirigió en 1930 a la selección española en un par de partidos por encargo del seleccionador, José María Mateos.

El fin de una etapa

Las tensiones laborales, políticas, actos terroristas y asesinatos que se vivían en los estertores de la II República, le animarían a regresar a su patria en junio de 1936 desde el puerto de Santander, embarcando en el ‘Iberia’ con destino a Southampton en compañía de su esposa Nahneen Yvonne y su hija Ángela

A veces la buena suerte se disfraza de fatalidad. Permanecer cuatro años en una prisión alemana no fue un infortunio. El mismo Pentland reconocería que si no hubiera sido por la lesión que le convirtió en entrenador y que le llevó a Alemania, quizá se hubiera encontrado entre los millones de hombres que murieron en la Gran Guerra. Bendita lesión para Pentland, para el Racing y para el fútbol.


domingo, 3 de enero de 2021

El partido más largo



Formación del Laredo en el partido contra el Guecho. De izquierda a derecha, José Luis, Ignacio, Nando Laya, Susi, Amavisca y Cano Llata. Agachados, Varona, Docal, Javi Laya, Santos y Sito.

Me cuentan que el récord Guinness del partido de fútbol más largo de la historia tuvo lugar en Chile en 2016. Duró 120 horas, con el apretado resultado de 505-504. Pero en Cantabria se disputó un partido cuyo pitido inicial se produjo el 23 de enero de 1977 para escuchar el del final dos meses después, el 23 de marzo. El C. D. Laredo, con su rival, el C. D. Guecho, fueron los protagonistas. Fue una historia de nerviosismo, despropósitos y persecución arbitral hacia los cántabros cuyo recuerdo no se olvida con facilidad.

El campeonato de Liga de Tercera División vivía momentos históricos en la temporada 1976-77. La Asamblea General del fútbol español había decidido crear una nueva categoría, la Segunda B, de tal manera que los cuatro grupos de Tercera que existían iban a tener una profunda transformación. Sólo los clasificados entre el segundo y el décimo puesto optarían por jugar en Segunda B (los primeros ascenderían a Segunda), así que la tensión competitiva en los campos se incrementó.

El cierre de San Lorenzo

El 2 de enero de 1977, el ‘Charles’ recibía en los campos de San Lorenzo al Guernica. Cuando los vascos ganaban 0-1, un espectador saltó al campo para agredir al árbitro, Osoro Garay. Era el minuto 20 y los intentos de agresión se repitieron hasta que el colegiado decidió suspender el partido. El Comité de Competición castigó al Laredo dando por finalizado el encuentro con la victoria de los visitantes y cerrando San Lorenzo para el partido contra el C. D. Guecho del 23 de enero.

El partido contra el C. D. Guecho

El Racing abriría las puertas de los Campos de Sport a los pejinos para ese partido que resultó muy reñido, con una actitud del colegiado, el guipuzcoano Garagorri Lángara, que constantemente parecía guiarse por un espíritu de venganza en desagravio del compañero que arbitró en Laredo. Anuló un gol al laredano Varona y aún así, el conjunto cántabro, dirigido por Abel, fue superior en la segunda parte gracias al tesón de sus jugadores. En el minuto 77, Cano Llata botó un córner, Docal entró al remate y el portero Salaverría, descolocado en su salida, despejó con suavidad para que Nando Laya rematara de cabeza el gol cántabro.

Minutos después, el jugador del Guecho, Ayesta, se ayudó con la mano en el área laredana y en el cruce con un defensor, cayó al suelo. El árbitro señaló penalti. Los aficionados laredanos que se acercaron a El Sardinero elevaron sus niveles de adrenalina que rebosarían cuando el extremo del Guecho, Gonzalo, erró el lanzamiento por encima del larguero y la alegría de los hombres de Abel se convirtió en indignación, ya que el árbitro mandó repetir el penalti al observar que los defensores locales habían entrado en el área antes del lanzamiento. Como consecuencia de las protestas, Garagorri expulsó al capitán Ignacio y luego se produjo una invasión del campo que llegó a agredir al colegiado. El partido se suspendió cuando faltaba un minuto y ocho segundos para su finalización. El Comité de Competición sentenció que debería de lanzarse el penalti y jugarse, esta vez en San Mamés y a puerta cerrada, los sesenta y ocho segundos que faltaban.

Reanudación en San Mamés

Después de un aplazamiento debido al secuestro del general Villaescusa por el Grapo y la matanza de los cinco abogados laboralistas de Atocha que desaconsejaban la organización de eventos, el partido se reanudaría el 23 de marzo. Sólo unas veinte personas pudieron ver cómo de nuevo el jugador del Guecho lanzaría fuera el penalti, y cómo de nuevo, el árbitro, en este caso el vizcaíno Izaguirre, mandaría repetir el lanzamiento por entender que el portero, José Luis, se había movido antes del disparo.

Finalmente, el gol del Guecho subió al marcador, aunque se quedó a un punto de estrenar la Segunda B. El Laredo, por su parte, descendió a la categoría regional. Su presidente, José Luis Alonso, no tuvo reparos en reconocer que aquel partido, el más largo que se recuerda, fue “un atraco a mano armada”.

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