martes, 3 de enero de 2017

Jim Thorpe, el indio de las medallas arrebatadas

Eran tiempos donde los antaño bravos guerreros indios de Norteamérica, desposeídos de sus tierras, se extinguían en las reservas. En ese tiempo, corriendo el año de 1888, en el seno de una familia de la tribu Sac y Fox, originaria de los Grandes Lagos, nació en Oklahoma un niño llamado Wa-Tho-Huk, que en el lenguaje de su pueblo significa “Sendero brillante”. Y por aquel sendero se guiarían las ilusiones de una raza acosada que, como otras, se reivindicaría por medio del deporte.

Wa-Tho-Huk creció en un rancho donde los potros salvajes jugaban huyendo de sus piernas veloces y felices. Fue a la escuela de la reserva con el nombre de James Francis Thorpe, y presionado por sus padres, ingresó con 15 años en el colegio estatal indio de Carlisle (Pensilvania), donde acudían jóvenes de todas las tribus del país. En aquel colegio, sin potros para perseguir, continuó volando con sus piernas, sobresaliendo en cuantos deportes practicó gracias a su deslumbrante velocidad y viveza. 

Un deportista único

Su incorporación al equipo de fútbol americano fue providencial para que en 1907, por primera vez, el colegio indio lograra obtener el campeonato universitario. Como atleta destacó como velocista, saltador y vallista. En 1912 fue seleccionado para participar en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, ocasionando algunas dudas a la hora de elegir una prueba para inscribirle, ya que sobresalía en casi todas. Finalmente, se decidió por el pentatlón y el decatlón. Thorpe fue el brillante campeón del pentatlón, ganando los 100 metros lisos, el salto de longitud, el lanzamiento de disco y los 1.500 metros, quedando tercero en el lanzamiento de jabalina; y del decatlón, obteniendo una puntuación extraordinaria que tardaría en superarse veinte años, lo que invitaría al rey Gustavo V de Suecia a reconocerle como “el más grande atleta del mundo”.

De héroe a villano

Fue recibido a su regreso a Estados Unidos como un héroe nacional, despertando el orgullo de su raza que languidecía tejiendo y vendiendo alfombras en las estaciones de ferrocarril. Pero aquello sólo fue un sueño que se desvaneció meses después, cuando un periódico publicó que Thorpe había jugado varios partidos de béisbol como profesional en 1909. Fue todo un escándalo, pero era cierto. 

Como parte del programa de integración social del colegio de Carlisle, los estudiantes indios eran colocados en diversos trabajos durante los meses de verano. A Jim Thorpe le tocó ir a una granja cerca de Rocky Mount, y aprovechando su presencia, el equipo de béisbol del poblado le propuso pagarle la misma cantidad que recibía como peón si jugaba con ellos, y Jim prefirió el deporte antes que cargar paquetes de heno o limpiar establos. No sabía que aquello estaba prohibido por el escrupuloso espíritu olímpico amateur, y ni siquiera tuvo la precaución de jugar con otro nombre, cosa que sí hacían otros deportistas más avispados. Aquellos escasos partidos que disputó como profesional en la Liga de béisbol de Carolina del Este destruyeron su reputación. Su defensa fue sincera y sencilla, pero ineficaz: “Espero que seré perdonado, en parte por el hecho de que yo era simplemente un escolar indio y no sabía que lo que estaba haciendo estaba mal hecho…No conocía las cosas del mundo”, dijo. Pero el Comité Olímpico Internacional, presidido por el Baron de Coubertin, fue inflexible. Retiró a Thorpe el estatuto de amateur, borró su nombre de la lista de los campeones olímpicos y le invitó a que devolviera las medallas conseguidas.

Resentida sed de justicia

Aquello rasgó el corazón de Thorpe. Con una resentida sed de justicia, al menos continuó con su espectacular carrera como jugador de béisbol, de baloncesto y de fútbol americano, donde fue una estrella, aunque en los momentos de su declive tuvo que superar problemas de alcoholismo. Su reconocimiento social descansó en 1950 al ser elegido por los periodistas norteamericanos como el atleta más grande de la primera mitad del siglo XX, y al año siguiente, la compañía cinematográfica, Warner Bros, lanzaría una película sobre su vida protagonizada por Burt Lancaster. Pero aquello no fue suficiente. Cuando un ataque al corazón acabó con su vida en 1953, su voz se resquebrajó con las últimas palabras: “¡Mis medallas, devolvedme mis medallas!”.

La devolución de las medallas

Treinta años después, durante un acto solemne celebrado en Los Ángeles, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, tuvo el honor de devolver aquellas medallas a los hijos de Jim Thorpe, medallas que nunca quisieron aceptar los segundos clasificados por respeto al gran campeón. Dicen que desde entonces, Wa-Tho-Huk ha vuelto a perseguir a los potros salvajes en las praderas de los Sac y Fox, pero llevando al cuello sus merecidas medallas.

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