martes, 5 de diciembre de 2017

Los primeros pasos de la quiniela

Desde el centro de la ciudad, varios jóvenes y menos jóvenes suben a la calle santanderina de Menéndez de Luarca, cerca de la fábrica de tabacos, portando en las manos un pequeño y misterioso papel que ojean de vez en cuando meciéndose el cabello o acariciándose la barbilla. La mayoría son muchachos de diversos oficios, estudiantes, señoritos y botones de los cafés o de los hoteles. Todos llevan los ojos encendidos por la ilusión, camino de una humilde taberna llamada “La Callealtera”. Allí entregan el mensaje de sus augurios y la ofrenda de una peseta para que los dioses les sean propicios. Saben que la esfera del balón tendrá el domingo la última palabra para cambiar sus fortunas.

En torno a la mesa de una taberna

Aquel día, 15 de febrero de 1931, Francisco Peral reunió en la mesa de la taberna 2.690 papeletas de su particular “bolsa de fútbol”. Todo había empezado dos años antes como un entretenimiento para animar la emoción del recién creado campeonato nacional de Liga. En los primeros partidos de 1929, Peral y unos pocos amigos se jugaban el café de los domingos calculando los ganadores de cada encuentro. Pero jornada a jornada se incorporaron más conocidos hasta llegar a treinta. Fue entonces cuando Peral, contable de una casa de comercio, comenzó a idear de forma más seria las apuestas, acordando hacer una recaudación que se entregaría a quien se aproximara más al acierto. Al final de temporada, fueron aumentando los jugadores que llegaron al centenar, con los consiguientes problemas para escrutar los resultados.

Sin sospechas de amaño

Hasta que se le ocurrió organizar un sistema de puntuación en función de los goles marcados por cada equipo y de los pronósticos de cada partido, en base a un reglamento establecido que todos conocían y podían interpretar. El hecho de que las apuestas se liberaran de cualquier sospecha de amaño, fue la clave del éxito. En la siguiente temporada comenzaron con 150 apostantes en la primera jornada que subirían hasta llegar a los 2.690. La idea de Francisco Peral fue seguida por otros establecimientos y los apostantes se multiplicarían por varios bares santanderinos, como “El Progreso” o el “Bar Montañés”. Aquellas quinielas trataban de acertar los resultados exactos de cinco partidos de Primera División, entre los que siempre se incluía al Racing.

La beneficencia

Años más tarde, en 1945, Francisco Peral puso su experiencia y la idea de su bolsa de fútbol a disposición de los hermanos de San Juan de Dios para recaudar fondos a beneficio del hospital de Santa Clotilde, creándose lo que se llamaría quiniela de San Clotilde. Ésa sería la clave para abrir el camino de la quiniela tal y como la conocemos en la actualidad: la beneficencia. Porque el régimen de Franco no era partidario del juego, excepto de la lotería nacional y de los sorteos impulsados por entidades benéficas. Por eso no era fácil legalizar las apuestas que alrededor del fútbol aún se mantenían en España. Sin embargo fue el periodista de ‘Informaciones’, Julio Cueto, quien planteó la quiniela como una propuesta altruista que destinaría parte de la recaudación a la beneficencia, y con ayuda del general Fernando Roldán, entonces director del Departamento de Timbres y Monopolios del Estado, se pudo convencer a las autoridades.

El nacimiento del Patronato

El 12 de abril de 1946 apareció en el Boletín Oficial del Estado el decreto ley por el que se creaba el Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas. La primera quiniela legalizada y de carácter nacional surgió en la temporada 1946-47, y el sistema de pronósticos se basaba en acertar los goles de cada uno de los siete partidos de Primera División. Pero fue en la temporada 1947-48 cuando Pablo Hernández Coronado, nombrado rector del Patronato, aplicó las apuestas con el conocido sistema del 1-X-2, incrementándose en premios el 55 por ciento de las recaudaciones y añadiendo los siete partidos de Segunda División para configurar la popular quiniela de catorce.

El Racing, sumido aquella temporada en el grupo segundo de la Tercera División, no pudo incluirse en la primera quiniela del 1-X-2, pero sí tuvo su protagonismo con aquella inspiración callealtera que guiaba a los muchachos de oficio, estudiantes, señoritos y botones de los cafés o de los hoteles a subir a la calle santanderina de Menéndez de Luarca, cerca de la fábrica de tabacos, portando en las manos un pequeño y misterioso papel con los ojos encendidos por la ilusión. Y todos entregaban a Francisco Peral el mensaje de sus augurios y la ofrenda de una peseta para que los dioses les fueran propicios. Desde entonces, cada domingo, la esfera del balón sigue teniendo la última palabra para cambiar la fortuna.

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