La expresión del rostro lucha por disimular la terrible tensión que soporta todo su cuerpo. La fuerza parece que ha dejado de ser una magnitud física para convertirse en una lucha interna y vital de todos los músculos del organismo. Es un empuje máximo, un esfuerzo supremo sin movimiento que amenaza con el estallido de las articulaciones. Como siempre, la clave está en dominar el pensamiento, doblegar las muecas de dolor y trasmitir una serenidad que se conquista día a día peleando contra la tiranía del sufrimiento.
Un futbolista condenado a la silla de ruedas
¿Dolor, sufrimiento, serenidad? Pocos deportistas conocen tan a fondo esos conceptos como Joaquín Cabrero García (San Felices de Buelna, 1954), extremo derecho infantil e ilusionado del C. D. Toranzo que soñaba con ser futbolista, hasta que una poliomielitis le amenazó con sentarse en una silla de ruedas para siempre. Rufino, el cartero que había llegado en bicicleta hasta la casa familiar del barrio de Tarriba, en San Felices, trajo aquella maldita carta procedente de un afamado médico de Madrid. Carmen, su madre, no se atrevió a abrirla hasta que no llegó a casa Maximino, el hermano mayor. Joaquín ya había sufrido cinco operaciones sin éxito, y el diagnóstico de aquel médico era la última esperanza. Pero las lágrimas ahogaron la lectura, porque la carta hablaba de una inevitable destrucción de las neuronas motoras y de una progresiva debilidad y atrofia muscular que le impedirían andar para siempre, proponiendo la silla de ruedas como alternativa a males mayores. Sin embargo, en aquella casa de humildes ganaderos, nunca habitó la resignación.
La fuerza de la voluntad y el cirujano equivocado
Quizá fue el mismo dolor lo que causó tanta enérgica perseverancia en la voluntad de aquel joven. Las cachavas, las muletas y el andador fueron dejando paso a botes de conserva llenos de hormigón, tubulares de bicicletas y piezas de chatarra que transformaron una cuadra en un modesto gimnasio donde la artesanía y la creatividad guiaron los ejercicios. Y la progresiva debilidad se detuvo, las neuronas fueron despertando a la llamada del movimiento y la atrofia muscular sólo fue una equivocada suposición.
La lucha fue titánica, espoleada por la satisfacción de contradecir a la ciencia. Cinco años después, tuvo la osadía de presentarse a un campeonato de Míster Costa del Cantábrico en una discoteca de Puente Viesgo, lo que le valió ser invitado a un campeonato de levantamiento de pesas en Marbella. Allí obtuvo el segundo puesto, y al regresar a Cantabria no resistió la tentación de pararse en Madrid para visitar al famoso cirujano. Esperó horas en su consulta hasta que le abordó a la salida. Llevaba el trofeo del segundo premio en una mano y la carta del diagnóstico en la otra. Fue su primera gran victoria que se repetiría en 1992, cuando el deterioro de las vértebras agravó la situación de dolor y de movilidad y los neurocirujanos de Valdecilla le aconsejaron que dejara el deporte.
Otra cruzada personal
Pero Joaquín se encerró en su gimnasio para comenzar otra cruzada personal. No importó que le advirtieran seriamente de que podría quedar paralítico. En 1994 acudió al Campeonato de España, logrando la clasificación para el Mundial de Culturismo de Sevilla que se celebraría al año siguiente. También participaría en los Mundiales de Bratislava, donde quedó en sexta posición, y en el de Moscú.
La expresión del rostro de Joaquín Cabrero sigue luchando por disimular la terrible tensión que soporta todo su cuerpo. La fuerza parece que ha dejado de ser una magnitud física para convertirse en una lucha interna y vital de todos los músculos del organismo. Fue campeón de España en 1979 y 1985, y en 2014 logró la medalla de plata en el Campeonato del Mundo de Sapri (Italia) en la categoría máster de 49 años. Pero el físico culturista más importante que ha tenido Cantabria en toda su historia mantiene como trofeos más valiosos de su trayectoria deportiva los diagnósticos médicos que supo derrotar con una voluntad excepcional.
Rechaza el exhibicionismo de playa que tanto abunda entre los concursos de míster y sin abandonar su calvario personal de dolores constantes, a sus más de sesenta años sigue defendiendo el ejercicio físico como la medicina más valiosa para la salud y el bienestar. Como siempre, la clave está en dominar el pensamiento, doblegar las muecas de dolor y trasmitir una serenidad que se conquista día a día peleando con la tiranía del sufrimiento.