sábado, 27 de agosto de 2016

El árbitro encañonado

José Gutiérrez Mier
Es 4 de noviembre de 1945, domingo de fútbol en Reinosa (Cantabria), en los campos de San Francisco. El partido está igualadísimo. Lo refleja el tres a tres del marcador. Puede ganar cualquiera de los dos equipos: el C. D. Naval o el Rayo Cantabria.

José Gutiérrez Mier, el árbitro, está llevando bien el encuentro. Sigue el juego de cerca, recorriendo la diagonal que mandan los cánones. Es un árbitro con experiencia y con prestigio. Ya ha actuado de linier en Primera División de la mano del colegiado Rafael García Fernández, y eso pesa entre los futbolistas. Sin duda es un árbitro con mucho futuro. Ha sabido aplicar a su autoridad las cuatro virtudes cardinales del juez deportivo: energía, valor cívico, honor y firmeza de carácter. Además, ha memorizado el decálogo propuesto por Fermín Sánchez, el primer árbitro de Cantabria, decálogo que enumera, mientras trota por el terreno de juego: Primero: “Piensa toda la semana que el domingo debes gastar tus energías físicas”. Segundo: “Refresca tu inteligencia con la lectura frecuente de las leyes del juego”. Tercero: “Procura amoldar tu vida privada a los dictados de una moral intachable”. Cuarto: “Con vista, agilidad y energía tus actuaciones serán admiradas”. Quinto: “Cuida, como de la tuya, de la integridad física de los jugadores”. Sexto: “El terreno de juego sea para ti campo donde reine la justicia”. Séptimo: “Frena los impulsos de tu carácter y deja que la serenidad presida tus fallos”. Octavo: “Huye de las discusiones dentro y fuera del campo, si quieres mantener tu autoridad”. Noveno: “Tu prestigio deportivo será el resultante de una conciencia pura, de un valor personal sin jactancia y del conocimiento perfecto de las leyes del juego”. Y décimo… 

El córner

En un ataque del Rayo ha pitado córner. Ha cambiado el trote por el paso rápido y se dirige hacia la zona del segundo palo. No se acuerda del décimo mandamiento arbitral, pero no importa. Le vendrá a la memoria en cualquier momento.

Cuando llega a la posición deseada, da tiempo al jugador para colocar la pelota en la esquina y echa un vistazo al grupo que se ha apelotonado en el área. Detrás de la portería, descubre la presencia, siempre tranquilizadora, de dos guardias civiles que velan por el orden público. Por un instante, se abstrae hipnotizado por los uniformes verdes, los tricornios y la sensación de seguridad que le producen los dos miembros de la benemérita. Pero debe prestar atención al juego, aunque sigue sin acordarse del décimo mandamiento arbitral.

El jugador rayista, Enrique Argos, ha sacado el córner y su golpeo ha dirigido el balón a media altura, hacia el primer poste. Dos jugadores, uno del C. D. Naval y otro del Rayo Cantabria, se han precipitado empujándose para llegar antes a conectar con la pelota, pero el rayista Timimi, obtiene la ventaja lanzándose en plancha, aunque un poco a destiempo. Por eso no ha podido resistir la tentación de dar un puñetazo al balón como gesto frustrante al no haber llegado a rematar con la cabeza. Pero la frustración se ha convertido en un inesperado éxito, al mandar la pelota dentro de la portería. Timimi se levanta convencido de que el sonido del silbato ha descubierto la infracción, por eso se extraña de que sus compañeros vayan a abrazarle efusivamente.

El guardia civil

Gutiérrez Mier no ha podido ver con claridad la jugada por el amontonamiento de defensas y delanteros. Ha concedido gol señalando el centro del campo, aunque los reinosanos están insistiendo demasiado en sus protestas y el público, en especial el situado detrás de la portería, le increpa ruidosa y despectivamente. Entre la nube de jugadores que le rodean reclamando mano del autor del gol, Gutiérrez Mier ha visto a un guardia civil, uno de los dos que estaba detrás de la portería, entrando en el terreno de juego y dirigiéndose hacia él, seguramente con la intención de protegerle de tanto revuelo. Cuando observa que ha desenfundado su arma reglamentaria, piensa que el representante de la ley está fuera de lugar, que es una exageración dispersar un tumulto deportivo de esa manera. Pero se equivoca. El punto de mira de la pistola tiene otro destino. El guardia extiende el brazo, le apunta al pecho mirándole a los ojos y le escupe:

- Ha sido una mano clarísima. O anulas el gol o te pego un tiro.

Gutiérrez Mier se ha quedado pálido. No ha podido articular palabra. Anula el gol y casi con marcialidad, señala la mano de Timimi que no ha visto. Los jugadores del Rayo no dicen ni pío. El público aplaude la rectificación y algunos aficionados felicitan al guardia civil.

- ¡Eso sí que es justicia, sí señor! 

Pero la justicia a veces tiene dos caras. Días después, la Federación Cántabra de Fútbol mandó repetir el partido que se jugó sin público, con los campos de San Francisco rodeados de guardia civiles. El Rayo se impuso 1-6 y logró ser campeón, ascendiendo a Tercera División. Por su parte, el guardia civil fue sancionado y destinado a Canarias.

Con más tranquilidad, ya en su casa, el colegiado encañonado abrió el libro ‘Cómo se hace un árbitro’, de Fermín Sánchez y encontró el mandamiento olvidado del decálogo: “La augusta misión que tienes que cumplir no debe admitir coacciones”.

- Siempre y cuando no te encañonen con una pistola, -apostillaría Gutiérrez Mier.

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