lunes, 8 de agosto de 2016

El mensaje de Spiridon Louis

Spiridon Louis
No pensaba en ningún mensaje. Sólo en distraer su pensamiento y alejarlo de la tortura de calcular cuánta distancia faltaba por recorrer. Sus pies doloridos le invitaban a maldecir el día en que el coronel Papadiamantopoulos entró en su casa para convencerle de que participara en aquella carrera interminable. Spiridon, que había estado bajo sus órdenes en el servicio militar, supo entonces de la famosa batalla contra los persas de Darío, de la gesta de Filípides corriendo más de 40 kilómetros y de su llegada a las calles de Atenas con los labios abrasados, los pies sangrantes y el aliento roto con el que a duras penas pudo expirar el mensaje de la victoria. Porque luego, extenuado, cayó derrumbado y murió. Pero él no pensaba en ningún mensaje. Sólo en distraer su pensamiento mientras seguía corriendo.

Cuando el viejo coronel disparó su revólver al cielo el 10 de abril de 1896 para dar la salida de la primera carrera de maratón, el honor del pueblo griego estaba en entredicho. La idea del barón de Coubertin de restaurar los Juegos Olímpicos de la Antigüedad había resucitado la autoestima del país, pero en las competiciones, Grecia no había obtenido los triunfos esperados. Así que todas las ilusiones se concentraron en aquella carrera conmemorativa y de tintes tan patrióticos.

Su primera carrera

Spiridon no era precisamente el depositario de las esperanzas griegas, porque había otros compatriotas mejor preparados y con mayor experiencia. Él corría por primera vez una prueba de carácter oficial. Además, mensajeros montados a caballo trasladaban las malas noticias al estadio del Panatenaiko, porque eran los extranjeros quienes dominaban la carrera. Pero la dureza de tantos kilómetros fue debilitando a los corredores, obligando a que se fueran retirando uno a uno cuando se colocaban en las primeras posiciones. 

Mientras tanto, Spiridon seguía corriendo y distrayendo su pensamiento. Acaso descansara en la imagen de su humilde familia de granjeros, o en sus vecinos de la barriada ateniense de Maroussi que le habían regalado las zapatillas con las que corría, o en su refrescante profesión de aguador que ahora echaba de menos más que nunca.

Cuando faltaban siete kilómetros, un jinete llegó galopando al estadio y se dirigió al palco presidencial, donde se encontraba el rey Jorge I de Grecia con la familia real y sus invitados. El mensajero anunciaba que un griego iba en cabeza de la carrera.

Spiridon despertó de sus ensoñaciones cuando entró en solitario en el estadio olímpico y la muchedumbre estalló en gritos de entusiasmo. Su camino se llenó de flores, de ramas y de sombreros que el público arrojaba a sus pies. El príncipe heredero, Constantino, y su hermano, el príncipe Jorge de Grecia, bajaron del palco hasta la pista y se pusieron a trotar para acompañar durante los últimos metros la emocionante llegada del atleta.

Corriendo con príncipes

Como hiciera Filípides con su carrera para trasmitir la noticia de la victoria ante los persas, Spiridon Louis también llevó otro mensaje de éxito, un mensaje diferente, deportivo y moderno, anunciando un nuevo tiempo donde un simple aguador podía llegar a la meta escoltado por príncipes. Spiridon fue la gran figura de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, se convirtió en un héroe nacional y transmitió al mundo el anuncio de la restauración olímpica. 

Dicen que cuando el rey le entregó el ramo de olivo y la pequeña copa de plata que obtenían los primeros vencedores olímpicos, también le ofreció concederle un deseo, y él, vestido con el tradicional uniforme militar de faldas blancas, pidió un carro y una mula para prosperar en su negocio de venta de agua.

Fue objeto de innumerables homenajes y reconocimientos, pero jamás volvió a correr. Su última aparición pública fue cuarenta años después de su éxito, en los Juegos Olímpicos de 1936 organizados por la Alemania del Tercer Reich. En aquella ocasión, Spiridon llevó a Hitler otro mensaje, el de una simple rama de olivo.

Con la piel arrugada, los pies cansados y el aliento roto con el que a duras penas pudo expirar más mensajes de paz, Spiridon Louis, siguió intentando alejarse de la tortura de calcular cuánta distancia faltaba por recorrer. Cuatro años después, extenuado, cayó derrumbado y murió de un ataque al corazón. Aún hoy, su camino sigue llenándose de flores, de ramas y de sombreros que celebran todos sus mensajes.

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