Marcel Jaurey, a la izquierda, con su 'Delage' |
En el estudio fotográfico y sobre el triciclo recién estrenado, aquel niño de cuatro años parecía un emperador. Su expresión, de solemne serenidad y complacencia, guardaba el convencimiento de poseer la máquina más fantástica que hubiera podido inventarse. La idea de avanzar sentado, con el simple movimiento de los pedales, era algo más que divertido. Era pura magia. Jamás olvidaría esa sensación. En realidad, esa sensación le acompañaría toda su vida.
Marcel Jaurey nació en 1904 en Santander, ciudad en la que siempre vivió. Su padre, también Marcel Jaurey, natural de Mont de Marsan (Francia) se casó en Santander con Francisca Fernández-Cotera Mendizábal, regentando el conocido y próspero establecimiento de ‘La Tintorería Francesa’, cuyos talleres estaban en la calle San Fernando, mientras que las tiendas de reparto se ubicaban en las de San Francisco e Isabel II. Con una posición social acomodada, el joven Marcel estudió en los Escolapios de Villacarriedo sin demasiadas preocupaciones, exceptuando la llamada a filas de su padre, de nacionalidad francesa, para combatir en las trincheras de la Gran Guerra, donde pudo sobrevivir. Así que el joven pudo dedicar su tiempo a dejarse llevar por aquellas agradables sensaciones dirigiendo máquinas que le transportaban a un mundo más emocionante.
El cosquilleo de la competición
Con nueve años, el triciclo dejó paso a la bicicleta, y poco tiempo después participaría en pruebas ciclistas infantiles para descubrir el cosquilleo de la competición. Más tarde practicó el motociclismo, con la desgracia de perder un ojo en un accidente. Pero aquello no le echó para atrás. Continuó probando el placer de la velocidad con los automóviles y las avionetas, incluso engañando a las autoridades encargadas de otorgar los permisos para volar, porque el oftalmólogo amigo suyo que extendió el certificado para obtener el carnet de piloto, escribió, sin mentir, que “en el ojo izquierdo tiene una dioptría, en el derecho, nada”.
La oportunidad del rally
Cuando compró su cuarto automóvil, un ‘Delage’, la propia empresa le ofreció un precio especial con la condición de que participara en el famoso rally de Montecarlo. No se lo pensó dos veces. El 23 de enero de 1934 partió de Madrid con el número 64 conduciendo un ‘Delage’ de 2.420 centímetros cúbicos. Pasó por Bayonne, Toulouse y Avignom antes de llegar a Montecarlo. Al año siguiente, renovó el acuerdo con la marca del vehículo que le ofreció un ‘Delage’ más potente, de 2.660 centímetros cúbicos, que llevó a Montecarlo la matrícula santanderina: S-5758. En esta ocasión tuvo que superar un problema de cierta importancia, ya que Marcel poseía doble nacionalidad y al no atender la llamada a filas de Francia, para evitar problemas participó indirectamente inscribiendo a su amigo Valentín Azpilicueta que le acompañaría en el recorrido como viajero con su esposa y con el padre de Marcel.
Desde Portugal
El 20 de enero 1935 partieron de la localidad portuguesa de Valença do Minno, atendido y controlado por el Automóvil Club Portugués, pasando por Lisboa, Sevilla, Madrid, Bayonne (abriéndose paso por los Pirineos a base de retirar la nieve con una pala), Toulouse, Brignoles y Montecarlo. Nadie en España pareció enterarse de la prueba, y eso que también la atravesaron los participantes ingleses que salieron desde Gibraltar. Marcel alcanzó su récord de velocidad en el tramo comprendido entre Sevilla y Madrid, logrando una media de 90 kilómetros por hora, y haciendo los 3.000 kilómetros del recorrido en 62 horas, comprendidas las muy escasas que pudieron disponer para dormir y alimentarse. Participaron 166 automóviles y Marcel pudo batir a sus contrincantes franceses sobre ‘Bugatti’, consiguiendo clasificarse y logrando traer a Santander la Copa del Automóvil Club lusitano. Quedó clasificado en el puesto 75 de los 103 que pudieron terminar, en la categoría de coches entre 2.000 y 3.000 centímetros cúbicos.
Incautado
Sobre un triciclo, sobre una bicicleta, sobre un automóvil o sobre un aeroplano, Marcel Jaurey siempre mantendría esa expresión de solemne serenidad que guardaba el convencimiento de poseer la máquina más fantástica que hubiera podido inventarse. Por eso lamentaría el triste destino de aquel ‘Delage’ cuando la guerra puso fin a los juegos de velocidad. Los automóviles fueron incautados y sometidos a todo tipo de servicios, manchadas sus tapicerías de barro, sangre y grasa, impregnadas con olor a pólvora y farmacopea, destrozados en los barrancos o en las cunetas, ametrallados o pintarrajeados y, finalmente, apilados en los cementerios mecánicos de chatarra, como el famoso ‘Delage’ de ocho cilindros de Marcel Jaurey que durante el percance bélico sufriría un accidente en el alto de Solares, causando la muerte de su conductor y de su ocupante. Así terminó aquella fantástica máquina que llevó al Principado de Mónaco al primer español en participar en el rally de Montecarlo.